Sociedad y Justicia
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Residentes y especialistas testifican maltratos a estudiantes en el sector salud

Amenazas y humillaciones, parte invisible del currículum médico

Interponen quejas ante la CNDH por acoso en el Centro Médico Nacional La Raza

En la carrera se dice a los alumnos que para aprender hay que sufrir, afirma interno

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En imagen de archivo, estudiantes de la Facultad de Medicina de la UNAMFoto Carlos Ramos Mamahua
 
Periódico La Jornada
Domingo 9 de junio de 2013, p. 36

Si no sirves para esto, vete. Así, con una frase lapidaria, muchos alumnos se enteran de que para ser médicos en este país no sólo hace falta estudiar, sino también estar dispuestos a aguantar humillaciones, amenazas, insultos y malos tratos, según cuentan quienes han pasado estas situaciones.

Bajo la premisa de que de esta manera forjan su carácter, miles de médicos son sometidos a tratos denigrantes, desde los primeros años de la facultad hasta que se encuentran en la residencia, en una dinámica que pocos se atreven a cuestionar y que no sólo afecta a quienes la padecen, sino al sistema de salud en su conjunto y a los pacientes.

Esclavitud en La Raza

Tatiana Rivera afirma haber conocido la esclavitud en el Centro Médico Nacional La Raza. Durante varios meses vivió en los pasillos de ese hospital casi 24 horas al día; muchas veces sin comer ni dormir y sometida al hostigamiento constante de sus maestros y de otros estudiantes.

Cuando llegamos, a mi compañera Mireya Walle y a mí nos bajaron de grado y nos sometieron a acoso laboral, emocional y sicológico, incluso en nuestros días de descanso. Te la vives en el hospital desde las 5 de la mañana hasta las 2 de la mañana del otro día, te pagan una bicoca y te dejan sin comer y sin dormir. Yo ahí viví la esclavitud, define la joven en entrevista.

“Ninguna persona sana aguanta esa presión. En las cirugías de la tarde ya era un bulto. Una vez me quedé dormida en un quirófano, parada. Cuando me caí, mis compañeros se rieron en vez de ayudarme. Después de tanta humillación te hacen pensar que eso es normal y que sin eso no vives”, recuerda.

Finalmente, luego de pasar más de un año en La Raza, Tatiana y Mireya fueron expulsadas de la residencia luego de que el jefe de servicio, Miguel Sandoval Balanzario, les aplicó un examen de neurocirugía con temas que aún no habían visto en el grado que les correspondía. No obstante que ambas estudiantes interpusieron una queja ante la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, aún no logran recuperar el sitio que perdieron.

Eliminar a la competencia

Las agresiones que padecen los estudiantes de medicina forman parte de una estructura vertical de mando similar a la del Ejército, con el supuesto fin de curtir a los médicos para el trabajo, pero que en realidad sirve para justificar todo tipo de abusos, afirmó por su parte Alberto Guerrero, representante legal de Rivera y Walle.

A los médicos que van avanzando en su carrera no les interesa tener competencia, por eso tienen un trato deleznable con quienes están aprendiendo, señaló el especialista, quien durante seis años se desempeñó como director jurídico de la Comisión Nacional de Arbitraje Médico.

La gravedad de la situación es tal, aseveró, que el Congreso de la Unión se vio obligado a descongelar una serie de reformas a la Ley de Residencias Médicas en las cuales se establece la cantidad máxima de guardias que un estudiante debe hacer en una semana, prohíbe las denominadas de castigo y subraya que los alumnos deben ser tratados con respeto, con lo que tácitamente se reconoce que esto último no ocurre.

Misoginia en algunas especialidades

Además de las agresiones que normalmente padecen los estudiantes, en algunas especialidades las mujeres sufren un acoso laboral y personal aún más denigrante, en un fenómeno motivado simple y sencillamente por la misoginia, afirma Guerrero.

Hay cotos de la medicina donde este acoso se exacerba y en donde las mujeres saben que van a sufrir aun más que sus compañeros varones, como demuestra el hecho de que en los recientes 20 años han egresado menos de 10 médicas de la residencia de neurocirugía del Centro Médico Nacional La Raza, aseguró.

Sin embargo, los maltratos no se limitan a las mujeres ni a una sola especialidad. Así lo demuestra el caso de un médico que prefirió identificarse únicamente como el doctor Hernández, quien abandonó la residencia en cirugía general en el Hospital General de México, debido a las agresiones y la explotación laboral en dicho sitio.

En cuanto entras, los residentes de niveles superiores empiezan a cuestionar tu capacidad, te hacen preguntas de temas que no conoces para hacerte dudar, burlarse de ti y humillarte, incluso frente a los pacientes, dijo.

La situación límite para Hernández fue cuando sus colegas lo despertaron a patadas un día en que el cansancio extremo lo llevó a buscar un quirófano vacío para tirarse al piso a dormir. A diferencia de otros compañeros, tuvo la suerte de poder cambiarse a un hospital donde no existían ese tipo de abusos y terminó su residencia.

Las bases del maltrato se sientan desde la época de la Facultad de Medicina, cuando se educa a los alumnos en la idea de que hay que sufrir para aprender, dice por su parte Julio Pisanty, quien realiza un internado en el hospital Manuel Gea González.

La carrera está construida de tal forma que desde el principio te van convenciendo de que así es la medicina, ocultando un montón de formas de maltrato. Te meten en la cabeza que sólo 50 por ciento de nosotros se va a graduar y que los únicos médicos que valen la pena son los especialistas, afirmó.

Al comenzar el internado, la violencia aumenta, porque los alumnos de nuevo ingreso son el escalón más bajo de la pirámide y a quienes ponen a llenar solicitudes, recetas y formularios. “Son unos 12 mil internos que cada año hacen la talacha burocrática sin la cual no pueden funcionar los hospitales. Es básicamente explotación, no hay otra forma de describirlo”, añadió.

Para Pisanty, las humillaciones y los insultos no tienen el objetivo de formar médicos con carácter, sino reproducir nuevas generaciones acostumbradas al maltrato y a ser obedientes a lo que dictan las empresas farmacéuticas y de que sigan trabajando a bajo costo para el Estado, sin protestar y sin organizarse para exigir derechos.