n paréntesis de la energía. Abordemos el asunto del crecimiento económico que pretende el gobierno este sexenio. El crecimiento anual real del producto interno bruto (PIB) es muy importante. También la estructura económica que lo sustenta. Y las remuneraciones de los asalariados que lo permiten. En conjunto determinan el nivel de bienestar. Estemos atentos a estos asuntos: nivel de crecimiento, participación de los sectores agropecuario, industrial, comercial y de servicios. Y peso de las remuneraciones en él. Son objeto de análisis permanente. Como el volumen y la estructura de combustibles y electricidad (intensidad energética). O el del precio de la energía (factura energética) en PIB e ingreso.
El nivel del PIB y el peso de las remuneraciones en él, determinan la mayor o menor atención a seguridad de personas y familias, necesidades de empleo y salario remuneradores. Y afectan el ánimo social de mayor libertad, respeto y tolerancia. En el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018 (Plan) aún no hay señales explícitas sobre las tasas de crecimiento del PIB en el sexenio. Era tradición señalarlo. Con Zedillo se intentó crecer por encima de 5 por ciento al año, para cubrir demanda anual y rezagos de empleo (más de un millón de jóvenes). Fox prometió crecimientos anuales hasta de 7 por ciento. Y Calderón de 5, a finales de sexenio. Nadie cumplió. Con Zedillo la tasa media anual del PIB fue de 3.4 por ciento (sexenio de 22 por ciento). Con Fox sólo 2.1 por ciento (13 por ciento sexenal). Y con Calderón, apenas 1.9 por ciento (sexenio de sólo 12 por ciento).
En 18 años, el PIB sólo ha crecido a 2.5 por ciento real al año. Apenas la mitad de lo necesario
. Se debe a la sociedad no menos de medio PIB actual. No consuela que la población crezca a tasas inferiores. Sólo permite decir que se añaden menos problemas. No se resuelven los anteriores.
¿Qué propone Peña Nieto? Aún nada. Dice el Plan: en ausencia de reformas relevantes, el potencial de crecimiento del PIB es de entre 3 y 4 por ciento al año
. Y aunque es un dinamismo envidiable (sic) en relación con lo que otras economías pueden lograr, es insuficiente para enfrentar los cinco retos propuestos por este gobierno: México en paz, incluyente, con educación de calidad, próspero y con responsabilidad global. Añadimos.
Crecer es insuficiente. Debe mejorar la población. Es clave cómo se crece. Y cómo se remunera. Clásicos como Smith lo aseguran. Todo hombre es pobre o rico según el grado en que pueda gozar de las cosas necesarias, convenientes y gratas de la vida
. Y por la división del trabajo, esto sólo se puede lograr mediante el trabajo de otras personas. Poco con el trabajo propio, por la especialización a que conduce la división del trabajo, orientada a potenciar la productividad del trabajo. Por ello –agrega– todo hombre es rico o pobre de acuerdo con la cantidad de trabajo ajeno de que pueda disponer o se halle en condiciones de adquirir. ¿Dónde? Smith lo clara: en el mercado, correlato de la división del trabajo.
Sin embargo, la capacidad de compra de los bienes en el mercado se funda –para la mayoría– en la venta de su fuerza de trabajo. Y la remuneración depende –dicen los clásicos– del valor de su fuerza de trabajo, de los bienes que requiere para vivir bien, para educar a sus hijos y garantizar su pensión de vejez. Mayor –aseguran– según sean educación, destreza, capacitación y adiestramiento. David Ricardo afina con esmero. Y Marx completa. Brillantemente, aunque rompe al formular una crítica contundente: no se descubren el origen del excedente, del producto neto. Sí, el atribuido por los fisiócratas al trabajo en los recursos naturales. Supera, entonces, la visión clásica. Y desentraña la implicación de la concurrencia de la fuerza de trabajo al mercado y de su consumo productivo en el proceso laboral, por ello mismo el proceso de creación de valor. De aquí el rechazo secular al análisis marxista. Su teoría del valor del trabajo conduce a descubrir que el excedente es trabajo no pagado, plusvalor. No es ésta, por cierto, la concepción dominante en el mundo de hoy, impregnada y sujeta a la revolución marginalista que – según señaló Veblen– comenzó con Marshall. La que se desarrolló como teoría subjetiva del valor hasta arribar a la llamada síntesis neoclásica
, bien caracterizada por Samuelson. Esta domina el pensamiento de gobiernos y organismos internacionales, a veces sustituida y enfrentada por el keynesianismo y por el postkeynesianismo. Bueno, todo para decir que si bien en el Plan se asegura –correctamente– la necesidad de mayor dinamismo, mayor disponibilidad de bienes y servicios para la sociedad mexicana, nada se dice –pero nada es nada, de veras– sobre la participación de las remuneraciones, de salarios y prestaciones en ese valor agregado.
Es preciso indicar una participación objetivo de las remuneraciones en ese valor agregado. Formular objetivos, metas, líneas de política y acciones e incluso indicadores de avance y evaluación. Eso gusta a los diseñadores del Plan de hoy. Permitirán impulsar una participación mayor de las remuneraciones en el PIB. ¿De cuánto es hoy? El Inegi es contundente. No más de 30 por ciento del PIB. Es decir, todos los que viven de salario, sueldo, remuneración –incluidos los de muy altos sueldo– tienen la capacidad de adquirir –a lo más– una tercera parte de los nuevos bienes y servicios del año (crédito aparte).
Es absurdo decir –así sin más– que debe incrementarse esa capacidad, sin señalar no sólo niveles deseables y posibles, sino mecanismos e instrumentos para ello. Cierto. Lo central es la buena remuneración. Y, globalmente, al menos una recuperación de lo logrado a finales de los 60 y principios de los 70. Debemos lograr que más de la mitad de la población que recibe menos de tres salarios mínimos, incremente su ingreso de manera importante. Correlativamente, una participación no inferior a 38 por ciento en el PIB, entre 7 y 8 puntos más, sería lo menos. Sí, para una sociedad que intenta crecer por encima de 4 por ciento al año e incrementar su productividad. Y eso no se resuelve –de veras que no– con dádivas. De veras que no.