or más que se le haga, la economía sigue al mando de los sentimientos nacionales, a los que domina y ordena por la vía más dura que es la del salario estancado y el empleo desprotegido e inseguro. De los que depende la supervivencia de los muchos. Una y otra vez hay que volver a visitar la conformación y la dinámica de la producción y la distribución de sus frutos, porque es ahí, en ese fogón implacable, donde se cuece buena parte de la vida real, social y personal, y se afirman los intereses que buscan dominar el ejercicio del poder y de la política democrática.
Poder, política y economía concentrada deberían encontrarse y moderarse en el acuerdo democrático fundamental, pero no ocurre así y lo que impera es la tripartición y el desencuentro que niega representatividad y corroe la legitimidad mínima que otorgan las urnas.
Hemos transitado por mil y un vericuetos y veredas, pero no hemos sido capaces de superar el problema económico fundamental que tiene que ver con la subsistencia y reproducción del conjunto de la comunidad. Tenemos cerca lo mejor y más despampanante de la ciencia y la técnica, y hasta podemos presumir de las proezas de los mejores y los más brillantes de nuestros obreros, tecnólogos y científicos que se las arreglan para sobrevivir y triunfar en Silicon Valley y otras fronteras del progreso técnico aplicado al conocimiento. Pero después de presumir, tenemos que rendirnos a la evidencia de que esos son triunfos individuales, garbanzos de a libra, que en muchas ocasiones tienen su cercano origen en la incomprensión y falta de apoyo por parte de familiares, ex patrones, autoridades que, por error, omisión o comisión, los expulsaron sin apenas meditar sobre el daño causado.
Hace décadas, Keynes se preguntaba por el futuro económico de nuestros nietos
y respondía que lo que el mundo y su país vivían, eran pruebas de esfuerzo de un gran cambio que se cocinaba en los calderos de la terrible Gran Depresión que asoló su tiempo y llevó al fascismo y a las dictaduras, así como a la Segunda Guerra. El uso extensivo de esas destrezas llevaba al gran pensador de Cambridge a imaginar utopías de la civilización y el progreso, así como portentosos cambios que sostendrían las grandes mudanzas culturales y en el modo de vida que él veía como factibles, si no es que inevitables.
Pero el camino soñado por Keynes encontró muros y murallas de abuso e incomprensión, y hubo que esperar décadas y encarar turbulencias sin fin para que ese futuro avizorado por él recuperara algún sentido de realidad y cercanía; el hecho es que hoy, en medio de otra pavorosa crisis que amenaza a lo mejor de Europa y la pone al borde de la devastación de tejidos fundamentales de cohesión y protección sociales, de nuevo podemos apostar por ese futuro mejor, indomable, basado en la cultura y en la ciencia. Salvo que…
Nuestro país no puede darse el lujo de ignorar esas corrientes subterráneas que pueden cambiar el mundo y ofrecer de nuevo un porvenir habitable y mejor. Pero, para que no quede en desplante oligárquico como en otros momentos, es preciso plantearnos en serio la construcción de un nuevo curso que no puede seguir dejando para después la tarea primordial de la protección de sus jóvenes y niños mediante una salud y una educación dignas y adecuadas, y unas perspectivas de empleo del todo distintas de las que han privado en estos años de caminar y predicar por un desierto donde nadie o muy pocos oyen y menos escuchan.
Acumular energías, destrezas y capitales productivos es el reto principal que no admite rodeos. Si no se da esa acumulación múltiple, que implica el saber, el querer y el poder, desde el Estado y los grandes intereses populares y nacionales, y no sólo desde el monopolio y el privilegio, no habrá sucedáneos eficaces. Empeñarse en una ruta que dio de sí y no rindió los frutos prometidos puede convertirse en una necedad ominosa, porque se confunde con una necesidad que supuestamente debe satisfacerse en aras de parecer, de nuevo, niño obediente y merecedor de un buen trato que nadie parece dispuesto a darnos.
La oportunidad de una evolución económica distinta no bajará del cielo como un don sin precio. Todavía falta por ver, vivir y sufrir, las inclemencias que emanen de la difícil redición de Europa, del gran ajuste chino y estadunidense, de la posible aparición de la pesadilla
de Prebisch en el Cono Sur; adaptar estructuras y devolverle a la política y al Estado su esencial capacidad de modulación del conflicto y encauzamiento de las energías que surjan de la movilización social, es el punto de partida obligado. Pero para que de ahí vengan pasos y proyectos mayores, los grupos dirigentes tienen que dejar atrás unas rutinas que el Pacto por México parece más bien haber arraigado, en vez de conmoverlas en favor de una política de real y efectiva inclusión de las olas de excluidos que el mal desarrollo de las últimas décadas nos ha dejado como triste legado.