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Arnoldo Martínez Verdugo: comunista revolucionario
E

s fundamental recordar a Arnoldo Mar­tínez Verdugo por sus enormes contribuciones a la transformación democrática de México y a la unidad de las izquierdas del país. Esos procesos que se abrieron camino en la década de los ochenta del siglo pasado no son explicables sin su paciente, fundamentado y persistente actuar. Es ese Arnoldo el que es reconocido por muchos de los actores políticos de ahora y el que cada quien recupera de acuerdo con su postura política del momento.

Pero no deja de llamar la atención la superficialidad con que se han tratado estos aportes. Flaco homenaje tratándose de un personaje que propició tantos debates y dio tanta importancia a la elaboración e interpretación de la realidad, al análisis de sus peculiaridades concretas, como requisito indispensable para su transformación profunda.

Una cosa es ver aquellas contribuciones de Arnoldo con los anteojos de lo que es la restringida y deformada democracia de nuestros días y, por tanto, despojadas del profundo contenido subversivo que les otorgaba, y otra muy diferente entenderlas integradas a una política comunista, es decir, como factores de un cambio radical de amplias miras, como combates por la superación de la explotación de los trabajadores y la opresión de todo tipo. Lo primero, lo presenta vacío de contenido y conlleva el pragmatismo que se aleja huyendo de la vida de lucha que representa Arnoldo. Lo segundo es lo que da sentido a ese encarnizado combate de los comunistas, lleno de historias de cárcel y persecuciones, pero también de búsquedas creativas, de conquistas de derechos, de movimientos innovadores, de fiestas de Oposición.

Resulta sintomático de la situación que prevalece en las filas de las izquierdas sostener la confusión entre lo que son las formas de lucha y los posibles caminos de la transformación social, y expresa que esta última no aparece en su horizonte. Arnoldo, en contraste, distinguía unas de otros y entendía que son resultados de las condiciones planteadas por la realidad política específica y nunca predilecciones arbitrarias de algún dirigente político. Por eso no rechazó a priori ninguna forma de lucha y defendió que en México la lucha por la democracia era el camino de una transformación revolucionaria, parte de un proyecto comunista.

Arnoldo comenzó en los años cuarenta su militancia política en la escuela de la Esmeralda, donde se afilió al PCM bajo la influencia de los pintores comunistas que aquellos años representaban una importante vanguardia cultural y un referente político militante. Aquella primera experiencia le dio la peculiaridad de ser un líder político con enormes inquietudes intelectuales, culturales y artísticas, asunto nada común en nuestro país.

A él le debemos el impulso de debates sustanciales en las páginas de Historia y Sociedad, Socialismo, El Machete, Memoria, sobre temas tales como lo que significa construir contrahegemonía en un país como el nuestro, para lo cual, además, impulsó el estudio de Gramsci y de un Lenin desconocido, que escapaba al que el estalinismo había confeccionado a su medida. Arnoldo destaca por la lucha persistente contra toda visión dogmática, que impedía alcanzar una política de independencia frente a cualquier poder. Asunto también nada fácil en México, como lo muestra tan larga historia de oportunismo-sectarismo, binomio en el que recurrentemente se entrampa aquí la construcción de una fuerza nacional-popular, autónoma del poder estatal.

Martínez Verdugo –en términos de Marx– combatió toda expresión de que los comunistas pudieran tener intereses específicos, diferentes de los que atañen a los trabajadores, lo mismo que la idea de que el partido fuera por definición su representante. El colectivo partidista que dirigía Arnoldo no era, en su visión, sino parte de un complejo proceso sociopolítico que genera diversas expresiones de los sujetos de la transformación social, por lo que entendía a la izquierda en su necesaria diversidad y pluralidad. También entendió al PCM como un agrupamiento de iguales, a los que unía su conciencia y compromiso con la transformación revolucionaria del país y la solidaridad internacional, razón por la que concibió su tarea dirigente en un sentido colectivo y se empeñó en formar un partido en democracia, cuyas decisiones eran tomadas tras intensas discusiones. Eso mismo lo llevó a no tener apego a sus cargos dirigentes y dejarlos sin conflicto, cuestión que tampoco resulta común.

La transformación económico-social de México, que no sólo política; las formas de lucha, los instrumentos teóricos y organizativos para lograrla: he ahí un programa que dejó planteada la militancia comunista de Arnoldo, mismo que hoy la izquierda debería volver a discutir con rigor.