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Quebranto
H

ubo un tiempo en que los sueños dieron paso a largas noches de insomnio… Para Quebranto, su primer largometraje de ficción, el realizador mexicano Roberto Fiesco, por largo tiempo colaborador cómplice, guionista y productor de las películas de Julián Hernández (Mil nubes de paz cercan el cielo… 2003), imaginó a lado de este último un relato fascinante, mezcla de documental y de ficción, en torno de la vida de Fernando García, actor infantil conocido en el cine mexicano de los años 70 bajo el sobrenombre de Pinolito.

Quien fuera uno de los dos niños que figuran en la parte final del episodio Caridad, dirigido por Jorge Fons para la cinta Fe, esperanza y caridad (1979), y padeciera los maltratos de una Katy Jurado descomunal en su rabiosa desesperación de hembra herida, recuerda muchos años después, en compañía de su madre, la siempre fiel y cumplidora actriz de reparto Lilia Ortega, aquella época gloriosa de sus esporádicas incursiones en el mundo del cine.

El también realizador del intenso cortometraje David (2005), ordena, edita y pule el cúmulo de testimonios que los dos personajes, madre e hijo, confundidos hoy en una larga intimidad doméstica, libran en desorden frente a la cámara. Si bien el relato no reniega de una primera vocación melodramática, presente en buena parte de lo hasta hoy filmado por el propio Fiesco y por Julián Hernández, el director parece advertir que ante la vigorosa carga dramática que conlleva la historia referida, cualquier énfasis innecesario sería gratuito, en el mejor de los casos, o morboso, en el peor, y conduciría toda la empresa al fracaso. Lo que establece el cineasta entonces es una distancia profesional frente a los personajes que está filmando, y deja para después, tal vez para las presentaciones públicas del filme, la solidaria efusión afectiva. El espectador asiste así, sin intermediarios ni protagonismos indeseables de autor, a las confidencias directas de los protagonistas. Y lo que conjuntamente cuentan madre e hijo no es una historia ordinaria.

El primer recuerdo, el más imperecedero, es el del niño Fernando participando y triunfando en un concurso musical con su imitación de Raphael, El divo de Linares, que en aquel año de 1968 colmaba la Alameda Central y un cabaret de lujo, El Patio. La madre lo consiente, protege y promueve, incondicionalmente, como la Anna Magnani del filme Bellisima (Visconti, 1951). Muchos años después, evaporadas ya las efímeras glorias del fonomímico actor infantil, Fernando anuncia a la madre su vuelco identitario, su firme deseo de asumirse como mujer, adoptando de paso el nombre artístico, mantenido hasta la fecha, de Coral Bonelli. Muy poco refiere el ahora artista travesti, intérprete de Lucha Villa, sobre los motivos de su migración genérica, tampoco insiste en las inclemencias homofóbicas que pudo provocar su decisión, o en las gratificaciones o fracasos de su vida amorosa.

Lo que la cinta retiene, a partir de los testimonios disponibles, es el estrecho vínculo amoroso de la madre y el hijo, las sesiones compartidas de maquillaje, las faenas domésticas y la tarea de sobrevivir, con actitudes muy distintas, pero solidaridad pareja, a las enfermedades graves. Y al padecimiento no menos tenaz de la pobreza (una mínima pensión para la madre, deslucidas incursiones del hijo travesti en la prostitución callejera), y sobre todo al flagelo diario del olvido y el arrinconamiento social.

El documental de Roberto Fiesco guarda cierto parentesco con otro relato de experiencias límite, Morir de pie (2011), de Jacaranda Correa, donde la condición transexual de la protagonista se combina con situaciones de penuria económica y la abnegación afectiva de la pareja, con el añadido, ahí, de una irrenunciable militancia política. Pero en el caso de Quebranto, título que remite a una noción de desaliento y desesperanza, existe el contrapunto, no de la revuelta y coraje de un protagonista más bien apagado, sino de la increíble vitalidad de su madre anciana, doña Lilia, mujer frágil y a la vez vigorosa, siempre risueña y ocurrente, una suerte de Giulietta Massina tardía (Las noches de Cabiria, Fellini, 1957) que sin mayor quebranto se ocupa de su hijo predilecto, último asidero moral en su vida.

Una escena perturbadora muestra a una Coral Bonelli ya madura retomando su ya casi olvidada identidad de género y a su personaje mítico (Fernando García interpretando de nuevo a Raphael y su melodía Mi gran noche). Durante unos instantes, la farándula oscura y triste de un Tony Manero (Pablo Larraín, 2008) y su alucinado Travolta quincuagenario, derriban todo asomo de idealización sentimental del travesti en apariencia derrotado. Queda una película emotiva y dura, la expresión muy personal del más joven de todos los viejos cinéfilos.

Quebranto fue la cinta inaugural del Festival Mix actualmente en la Cineteca Nacional. Se exhibe de nuevo el martes 11 a las 19 horas. Centro Cultural España. Guatemala 18. Centro histórico. www.festivalmix.com.mx

Twitter: @CarlosBonfil1