Opinión
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¿La Fiesta en Paz?

Nueva hazaña de Arturo Saldívar

Las Ventas: prestigio sin bravura

Un grito colombiano, Sebastián Ritter

A

los que a estas alturas aún se sienten propietarios de la otra globalización, la taurina, les molesta sobremanera que en España un diestro extranjero acuse el síndrome de Gaona, la suficiente convicción, personalidad y carácter para plantarse en la arena de Las Ventas de Madrid, aguantar las embestidas de uno de los voluminosos toros que allí se exigen, hacerle fiestas, meterle la espada en lo alto, emocionar al público con su actitud y hacer que éste obligue al afectado juez a conceder una oreja.

Hay toreros molestos dentro y fuera del ruedo, individuos con una firme conciencia de su vocación, de su dignidad y de su sentido de competencia –como Rodolfo Gaona–, dispuestos a dar la cara frente a las embestidas de cuatro y de dos patas, incluso en estos enrarecidos tiempos en que los últimos en enterarse del problema que tienen son los taurinos. Uno de esos toreros es el mexicano Arturo Saldívar (23 años), quien el pasado martes 28 protagonizara en la plaza de Las Ventas una hazaña más en su consistente carrera, al cortarle una garruda oreja a Afrentoso, de la ganadería de El Ventorrillo, en el vigésimo festejo de la Feria de San Isidro.

El precioso ejemplar, burraco alunarado de pelaje, muy bien puesto de pitones, serio para darle seriedad a lo que su matador le hiciera, llegó a la muleta con una embestida pronta, clara y con recorrido, si bien con la cabeza a media altura en el último tiempo, lo que no impidió a Saldívar iniciar su faena exactamente igual que la tarde de su confirmación en el coso venteño: de rodillas y en los medios, donde dibujó cinco templados derechazos rematados con el forzado de pecho. Se dice fácil pero hacerlo, uno que otro.

De pie, Arturo repitió la dosis más un cambiado temerario. Se pasó la muleta a la zurda y ligó importantes y dramáticos naturales adelantando la muleta, improvisadas suertes, escalofriantes bernadinas por ambos lados y un inocultable gozo de estar entre los pitones, corroborando su mucha cabeza, sobrado corazón, hartos cojones y rebosante convicción para molestia de empresarios voluntariosos, críticos seudoexquisitos y entornos excluyentes. Culminó su convincente labor con una estocada hasta la empuñadura en todo lo alto y el sorprendido público, emocionado y delirante, exigió la oreja.

Luego de constatar la petición mayoritaria y de hacerse el remolón, un infatuado presidente o juez de plaza otorgó de mala gana el apéndice, ignorante de la generosidad compulsiva de los jueces de plaza mexicanos, rápidos, manirrotos y desamparados por las aturdidas autoridades que nos cargamos. Arturo Saldívar, sonriente y orgulloso, recorrió el anillo entre ovaciones, olvidado momentáneamente de la fuerte lesión en las costillas que sufriera dos días antes en la ganadería del maestro César Rincón. Y sí, congruente con su síndrome de Gaona, este Saldívar no se deja pisar por nadie, aunque los arriesgados promotores de la Plaza México se empeñen en relegarlo por su atrevimiento de haber cortado cuatro orejas y un rabo hace dos temporadas y otras dos en la pasada.

Foto
Arturo SaldívarFoto tomada de la página deltoroalinfinitoblogspot.com

Las Ventas no ve la suya. El 28 de enero de este año, cuatro días antes de inaugurarse, se desplomó el techo de 160 toneladas con que habían cubierto la plaza y cuatro millones de euros se fueron a la basura sin que nadie resultara responsable. Pero lo más grave del ruedo más pretencioso del orbe es la alarmante mansedumbre de los encierros con inobjetable edad y trapío que han desfilado este año. El faro de la tauromaquia en el mundo, como le dice un crítico, padece las consecuencias de un torismo a ultranza que se obsesionó por las formas y se olvidó del fondo. Ejemplares de hermosa lámina, reunidos de carnes y con impresionantes encornaduras que llegan al último tercio sosos, semiparados, defendiéndose o con escasa codicia y nula emoción, es decir, descastados, incluidos los seis victorinos de la encerrona de Talavante, el aire y a veces la lluvia y el granizo. Lo dicho: sin bravura no habrá blindaje posible para la fiesta.

Un grito colombiano sonoro y desesperado es el que emitió el extraordinario novillero de Medellín, Sebastián Ritter, el lunes 27 de mayo en la plaza de Las Ventas ante dos deslucidos novillos-toros de Carmen Segovia. ¡Qué manera de restregarle a los colonialistas inventores del toreo y a las acomplejadas élites criollas el desaprovechado potencial taurino de Sudamérica! ¡Vaya forma de recordarles la olvidada visión bolivariana de una fiesta de toros con grandeza como expresión de pueblos independientes y creativos! ¡Menudo concepto el que derrocha de aguante, verticalidad, temple, serenidad y buen gusto con capote y muleta! Sebastián Ritter quiere meter la cabeza en España. A ver si lo dejan. Pero ¿cuántos como él se han desperdiciado por la asimétrica organización de la fiesta?