a fuerza expansiva y avasalladora del idioma inglés en la escena global se ha topado con la horma de su zapato en su propio territorio. El uso del español no muere, ni agoniza en Estados Unidos, más bien crece de manera constante y se reproduce día a día con las llegada de nuevos inmigrantes hispanohablantes.
A diferencia del italiano, el polaco o el alemán, que prácticamente desaparecen en la segunda generación de inmigrantes, el español ha corrido una suerte distinta. La primera generación difícilmente aprende el inglés, la segunda, difícilmente pierde la lengua materna y la tercera ha empezado a recuperarla.
Varios factores influyen en este proceso particular: la masividad del proceso migratorio latinoamericano, la vecindad con México y su larga y compleja relación de territorios y poblaciones compartidas, la expansión estadunidense en el Caribe insular hispano, la resistencia étnico-lingüística de algunas comunidades, el contexto geopolítico de la guerra fría en América Latina, el marco laboral migrante y la expansión del español como segunda lengua en la panorama global.
El expansionismo estadunidense en la época del Destino Manifiesto irrumpe hacia los cuatro costados y conquista amplios territorios. Primero fue hacia el suroeste, en la guerra con México a mediados del siglo XIX, en la que consiguió anexarse amplios territorios incluida la población de origen hispanomexicana.
Luego se expande hacia el norte, y compra Alaska a los rusos en 1867, territorio frío y desolado, pero habitado con poblaciones autóctonas y con poco más de 1.5 millones de kilómetros cuadrados.
Luego, en 1898, entra en guerra con España y se expande hacia el Este con el control de Puerto Rico en el Caribe y hacia el Este con la conquista de Filipinas y Guam. En Puerto Rico la pretensión de introducir el inglés como idioma oficial fracasó de manera rotunda, pero no así en Filipinas y Guam, donde es la lengua franca.
De pasada hacia Filipinas, los estadunidenses se anexionan a las islas del archipiélago de Hawai, destituyendo a la monarquía reinante. Los idiomas oficiales son el inglés y el hawaiano, pero este último sólo la hablan 2 mil personas, es decir, 0.1 por ciento de la población.
En síntesis, el sistema colonial estadunidense pudo imponer el inglés en todas sus colonias, menos en las de origen hispano: el suroeste de Estados Unidos y Puerto Rico, que son los bastiones tradicionales de la hispanidad. En el territorio continental, el idioma se conserva en Nuevo México por su aislamiento y en California y Texas resisten el embate anglófono en los bastiones de Los Ángeles y San Antonio y las ciudades fronterizas que eran urbes hermanas o gemelas con población muy similar.
Se cuenta que después de la anexión de los territorios en 1848, en Laredo, Texas, se discutía entre los pobladores sobre el futuro y la identidad nacional y que 17 familias decidieron pasarse al otro lado del río, a la margen derecha y fundar Nuevo Laredo. Incluso acarrearon con los cuerpos de sus parientes que descansaban en el cementerio, para que reposaran en territorio patrio. Pero los que se quedaron en el lado estadunidense eran igualmente mexicanos y por muchas décadas hubo libre tránsito entre una ciudad y otra. La historia de los dos Laredos es muy similar a la de las ciudades gemelas y homónimas de Mexicali-Caléxico, Tecate, San Luis Río Colorado, Nogales, Naco, Palomas-Columbus y El Paso-Ciudad Juárez.
Por su parte, en Puerto Rico, la resistencia idiomática y cultural adquirió tintes políticos y se convirtió en un elemento crucial que define su identidad en el contexto de la ambigüedad que supone ser un país libre asociado
a Estados Unidos, donde un sector reclama la adscripción definitiva (convertirse en estado de la Unión), otro defiende el statu quo (libre-asociado) y finalmente una minoría exige la independencia, que nunca ha superado 5 por ciento. Pero todos se definen en favor del español, no sólo como lengua oficial, sino como de uso corriente y cotidiano.
Posteriormente, fueron los migrantes latinoamericanos los que llevaron el español a tierras estadunidenses. Primero los mexicanos que desde 1884, cuando se vinculó la oferta y la demanda de mano de obra por medio del ferrocarril, no han dejado de ir y venir, de cruzar la frontera en ambos sentidos. Luego vendrían los puertorriqueños que fueron importados al continente como mano de obra agrícola en 1946; después, en 1950, llegó la primera de varias oleadas de migrantes y refugiados cubanos; en 1965 arribaron los dominicanos y luego se unieron los sudamericanos, especialmente los andinos: colombianos, ecuatorianos, peruanos y bolivianos, finalmente los centroamericanos en la década de los 80, hasta nuestros días, como resultado directo del último coletazo de la guerra fría en la región.
La masa de 35 millones de hispano-latinos, de los cuales una mayoría habla o entiende español, son la fuerza vital de un idioma que se actualiza día a día y reivindica el derecho a la autodeterminación lingüística.
El futuro del español en Estados Unidos se asienta en un pasado y tradición centenaria de distintas comunidades latinoamericanas que vivían separadas entre sí y esto dio origen, por ejemplo, al movimiento chicano que era excluyente de otros grupos latinos, así como a un presente donde los latinoamericanos se han dispersado por todo el territorio estadunidense y comparten espacios, problemas y soluciones. Ahí se forja la comunidad hispanolatina con menor influjo de la identidad nacional o del lugar de origen y con mayor influencia en los ámbitos sociales, políticos y culturales de Estados Unidos.