Sábado 25 de mayo de 2013, p. a16
El shout a punto del ladrido, el grito, la imprecación canora, ronca y ríspida, bronca y apacible al mismo tiempo. Sus semifalsetos, sus declinaciones, sesgos y murmullos mordiendo el micrófono, rasgando su poderosa guitarra Fender, lo elevan por encima de las cabezas de los circunstantes.
Señoras y señores –lo había presentado antes el maestro de ceremonias– it’s show time, es la hora de dar la bienvenida al más cabrón entre los cabrones (the baddest of motherfuckers
fue la expresión, que la Academia Sueca aplaudiría, y que utilizó el culto maestro ceremonial), presentación por cierto atribuible todo el tiempo a quien es considerado por muchos melómanos del lado moridor como el más grande músico de blues del momento: con ustedes (así lo presenta Mick Jagger en el filme de Martin Scorsese) Buddy Motherfucker Guy.
Y es que en efecto, el maestro Buddy Guy es la vaca sagrada del blues de hoy día, el non plus ultra, el uyuyuy, el más chido, el más potente generador de energía musical que pone a todos a vibrar.
Luego de su esplendoroso álbum Living Proof, que reseñó en su oportunidad el Disquero (http://goo.gl/wZfcW), así como también documentamos la aparición de un hermoso álbum recopilatorio titulado The Definitive Buddy Guy (http://goo.gl/lMqKY), llega ahora a México Buddy Guy Live at Legens. Toda una fiesta del mejor blues.
Este nuevo disco es pura dinamita también. Luego de la presentación del maestro, éste llega, pulsa y vibra: el relámpago brutal que sale de su guitarra parece decir: como si necesitara presentación, caracho, y suelta una andanada de volcanes coronados por solfas calcinadas con una pieza brutal: Best Damm Fool, donde habla de sus experiencias personales y está incluida en su disco, del mismo nombre, que grabó en 1991.
Este concierto lo grabó en enero de 2010 en su propio local de blues, el Legends, cuando tenía 73 años de edad. Contiene tres piezas de regalo, que son joyas prístinas todas, y que grabó en estudio meses después y se quedaron fuera del álbum, ya mencionado, Living Proof.
La siguiente pieza es un homenaje a uno de sus maestros: Morganfield McKinley, a quien la Historia identifica como Muddy Waters: Mannish Boy, en acompasado ritmo funky, en la versión del alumno Buddy Guy, quien enuncia los versos capitales (I’m a man/ I’m your hoochie coochie man/ I’m a rolling Stone) de manera tal que todos quienes lo escuchan experimentamos un cimbramiento causado por esa finísima corriente eléctrica que recorre la epidermis.
Enseguida, otro homenaje, ahora a maese Willie Dixon, con su también emblemática I just want to make love to you. La que sigue es sublime: Skin deep, para subir más aún el tono con Damm right I got the blues y luego más homenajes: Boom Boom, de su majestad, John Lee Hooker, que entrelaza con Strange Brew, esa pieza magistral del grupo Cream.
En ese punto, Buddy Guy nombra desde el micrófono a su querido amigo Eric Clapton, de quien suelta Sunshine of your love, esta vez enlazada con Voodoo Chile, de Jimi Hendrix. La hermandad del blues: la influencia que rindió Buddy Guy sobre los músicos de blues blancos, especialmente en Londres.
Las tres piezas de regalo (Polka dot love, Coming for you, Country boy) son de lo mejor que se ha grabado en blues en los meses recientes.
La guitarra de Buddy Guy pendula, gutura, dobla como campana, suena en una sola guitarra un repicar doloroso de campanas, un andar desbaratado, un despliegue roto en alma y portamento. El sonido se queda suspendido en el aire con una vibración espolvoreada en granos infinitesimales de oro mojado en llanto, mantos plúmbagos temblando por el viento tibio, amaneceres y anocheceres en ensueño.
Es el alma del blues.