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En medio de la selva, un elenco plurinacional puso en escena su ópera Parsifal

Un puñado de artistas comprendió a cabalidad la magia de Richard Wagner

Las ideas y el mensaje del compositor alemán tomaron cuerpo en la ciudad de Manaos

Niños, jóvenes, amas de casa y personas sencillas ocuparon las butacas del Teatro Amazonas

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Escena de Parsifal. Esa ópera de Wagner fue montada por el bicentenario del compositorFoto Pablo Espinosa
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El elenco de la ópera Parsifal, encabezado por Luiz Fernando Malheiro y Sergio Vela, en el Teatro AmazonasFoto Pablo Espinosa
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Periódico La Jornada
Viernes 24 de mayo de 2013, p. 5

Manaos, 23 de mayo.

En medio de la selva del Amazonas, flotando sobre el río, desde algún punto del Walhala, en la cima del Venusberg, en una butaca del teatro que construyó en Bayreuth, por todos los puntos del planeta, el mismísimo Richard Wagner aplaudiría en Manaos: un puñado de artistas lo comprendió a cabalidad y puso en escena su ópera póstuma, Parsifal, de manera exacta, formidable.

Todo está en su sitio. Larga vida al ser que renovó la ópera y la convirtió en un lenguaje metafísico, al alcance de todo humano capaz del asombro y el pensamiento liberado.

Con la concepción escénica del mexicano Sergio Vela en complicidad con la batuta maestra del brasileño Luiz Fernando Malheiro, quienes hicimos rechinar, ateridos de emoción y fascinados, los asientos del legendario Teatro Amazonas, vimos cobrar cuerpo a la magia, el mensaje, las ideas y el planteamiento del compositor alemán, en la fecha exacta de su cumpleaños número 200, en una lectura muy personal, al mismo tiempo apegada a los postulados wagnerianos pero también íntima y fidedigna, sencilla por contundente.

La índole hipnótica de esta ópera, su casi increíble capacidad de hacer perder la noción espacio-temporal para convertir más de cinco horas de música en coordenadas nuevas, donde el tiempo se convierte en espacio, de acuerdo con el anhelo del propio Wagner, y él también por eso aplaudiría, por ver que le ha sido concedida la gracia de la alquimia, de observar cómo, taumaturgo, deja de ser un objeto de polémica para convertirse en decidor, escanciador de ideas concretas. Un dispensador de magia convertida en discurso escénico-musical de privilegio, gracias al trabajo del equipo mexicano-brasileño y multinacional que logró un Parsifal digno de la celebración central del bicentenario, en pleno Amazonas.

Lo maravilloso es que fueron los habitantes de Manaos los principales beneficiarios de esta puesta en escena digna de cualquier capital operística del mundo. Las butacas plenas de jóvenes, niños, amas de casa, las personas sencillas que habitan este lugar pleno de magia. Si bien el lenguaje es hermoso doquier, en Manaos aman su idioma, lo miman, lo hacen chicle. Es tan delicioso su hablar que podríamos decretar el gentilicio que sustituya a amanense o amanoense por el nuevo: amanuense del hablar.

Estos amanuenses disfrutaron la prosodia perfecta wagneriana, el canto en alemán supertitulado al portugués, se emocionaron con las escenas más candentes, siguieron con singular atención el devenir de las ideas y al final prorrumpieron en vítores frente a un puñado de artistas heroicos, pues es digno de héroes comprender a Wagner y lograr una puesta en escena realmente wagneriana, a todo lo alto.

Sergio Vela, director escénico

El elenco estuvo encabezado por el estadunidense Michael Hendrick, en el papel protagonista, el de Parsifal. La soprano rusa Olga Sergeyeva tuvo a su cargo el que es considerado como el personaje femenino más difícil y mejor logrado en toda la trayectoria de Wagner: Kundry.

Los mexicanos Noé Colín y Óscar Velázquez cumplieron con admirable precisión los papeles respectivos de Amfortas y Klingsor. El bajo brasileño Diógenes Randes, quien ha cantado en distintas ocasiones en Bayreuth, hizo del personaje de Gurnemanz el tejido narrativo justo y acerado que requiere este tramado exquisito de conceptos y trazos dramatúrgicos que conforman la red filosófico/emocional que es la ópera Parsifal.

En el equipo creativo que conformó Sergio Vela figura nuevamente Violeta Rojas, como figurinista, mientras Ruby Tagle hace de los movimientos de baile en escena ese manto de magia que envuelve los sentidos para hacer fluir la energía de manera francamente gloriosa. Iván Cervantes construyó la escenografía: la floresta dentro de la floresta dentro de la floresta, con un camino sinuoso y una línea de agua que completan el dispositivo ideal para activar el mecanismo ideado por Wagner en Parsifal: redención para quien redime.

En el trazo escénico vemos con claridad el influjo de Robert Wilson por igual que el de Adolphe Appia, Edward Gordon Craig y Peter Brook, suma de influencias vueltas alquimia en detalles que parecieran nimios pero, por ejemplo, el planteamiento de la iluminación hace que los personajes entren y salgan continuamente de la luz hacia la sombra y de la penumbra hacia el cenit, en un efecto que se suma a los muchos logros y aportaciones estéticas de Vela, que hacen de este Parsifal una representación de primer nivel mundial.

El juego de equivalencias ontológicas que plantea Wagner, el discurrir de las acciones en una suerte de impasse permanente, ese pase de magia que hace el compositor alemán para que todo ocurra sin que ocurra nada, en apariencia, ese vasto cosmos de vertidos filosóficos disfrazados de postulados religiosos y de ideas robadas al budismo para transformarlas en herramientas para decir cosas nuevas, ese cúmulo, en fin de maravillas, que plantea Wagner en Parsifal, su obra de despedida, tuvo acogida, bienvenida de buenaventura y regocijo en pleno Amazonas, donde el mismísimo compositor aplaudiría.

¿Qué hace Richard Wagner en Manaos?

Hace magia.