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Ver día anteriorJueves 23 de mayo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La planeación nacional del desarrollo
C

umpliendo con la formalidad, que mandata entregar el Plan Nacional de Desarrollo (PND) seis meses después de haber tomado posesión, el gobierno de Peña Nieto entregó su PND. Esta práctica tiene tiempo en la administración pública. Fue iniciada con el primer plan sexenal en 1934 y luego se abandonó. La administración de López Portillo la recuperó al presentar su Plan Global de Desarrollo, estableciendo la obligación de que las administraciones recién electas hicieran públicos propósitos y metas. Con De la Madrid iniciamos los PND y, desde entonces, cada seis años conocemos la priorización de las acciones de la administración y las metas que pretende lograr al final de su sexenio.

Hemos tenido cinco PND, tres priístas y dos panistas, y ahora se ha presentado el sexto. Si quisiéramos medir su importancia, habría que escoger algunos indicadores relevantes. Un primer dato es, por supuesto, el crecimiento del PIB, tanto en términos reales como el per cápita. Este indicador, pese a su conocida imperfección, es de lejos el más utilizado. Sexenalmente, desde que hemos guiado nuestro accionar con un PND el PIB ha crecido 0.23 por ciento promedio anual con De la Madrid, 3.84 con Salinas, 3.46 con Zedillo, 2.27 con Fox y 1.8 con Calderón. En promedio anual hemos crecido estos 30 años con PND un pírrico 2.32 por ciento.

Medido en términos del producto por habitante la situación es, por supuesto, peor. De 1982 a 1988 el PIB per cápita fue negativo en 1.75 anual, con Salinas creció al 1.98, Zedillo fue de 1.77, con Fox creció apenas 1.2 y, finalmente, con Calderón el dato fue de 0.62 por ciento anual. Lo que nos plantea un resultado brutal para estos 30 años: apenas ha crecido el producto por habitante 0.72 por ciento anual, lo que indica que duplicarlo nos tomaría 138 años. Estos dos indicadores generales dan clara cuenta de que las administraciones que formularon sus particulares planes de desarrollo fracasaron en alcanzar los objetivos propuestos. Evidentemente, hubo complicaciones globales que afectaron nuestro desempeño. Sin embargo, es indudable que en condiciones similares hubo países de América Latina que tuvieron mejores resultados.

Otro indicador muy usado es la inflación. Vista sexenalmente ha disminuido sensiblemente, desde una inflación de 120.15 por ciento anual entre 1983 y 1988 hasta el 4.27 de 2007-12. Este es uno de los mayores logros de estas administraciones que, por cierto, también ha sido ayudado por la disminución de la inflación global. El reverso de este indicador es el empleo. Dos mediciones son usadas: la tasa de desempleo y la proporción del empleo formal sobre el empleo total. Aunque el indicador del desempleo tiene severos problemas de cobertura lo cierto es que en los últimos 20 años la tasa prácticamente se ha duplicado, al pasar de 2.7 en 1990 a 5 en 2012, mientras que la ocupación informal ha llegado a niveles que alcanzan a 60 por ciento de la fuerza de trabajo.

Otro dato relevante es el de la productividad. La administración peñista ha hecho públicos datos comparados de la productividad total de los factores, que mide el aporte productivo de los llamados factores de la producción: tierra, trabajo y capital, para los años que los neoliberales denominaron populistas (1970-82) y los últimos 30 de liberalismo. Lo que les sorprende es que este indicador haya tenido comportamientos negativos en los años de la “modernización“ de México. Años en los que se anatemizó el desempeño productivo del sector paraestatal, declarando que había que privatizarlo para que pudiéramos desarrollar todo nuestro potencial de crecimiento.

Con cinco Planes Nacionales de Desarrollo no llegamos a las metas planteadas. Tuvimos un desempeño mediocre que impidió que pudiéramos tener un papel internacional de relevancia, que afectó las condiciones de vida del grueso de la población, que concentró aún más el reparto de los frutos del progreso técnico. ¿Este sexto tendrá mejor desempeño? Habrá que ver.