n México los cambios de sexenio no solían acarrear grandes sorpresas. Desde luego que hubo excepciones. La elección del general Lázaro Cárdenas trajo cambios inesperados. Los resultados
de las elecciones en 1988 y 2006 obligaron al gobierno entrante a recurrir a una serie de acciones insólitas encaminadas a legitimarse ante la opinión pública. En la primera y prolongada época priísta hubo también el rompimiento coreografiado entre el presidente entrante y el saliente.
Sin embargo, quizás no haya habido una sorpresa mayor a la que se encontró la administración del presidente Enrique Peña Nieto el pasado 15 de diciembre. Ese día, apenas a dos semanas de su toma de posesión, el nuevo secretario de Gobernación y el nuevo procurador general de la República, junto con otros funcionarios encargados de la seguridad nacional, se enteraron de algo que los dejó atónitos.
Ese día conocieron algunos detalles de cómo la administración del presidente Felipe Calderón había venido llevando a cabo su guerra contra el crimen organizado y el grado de participación en la misma de las distintas agencias de seguridad de Estados Unidos: la presencia de operativos estadunidenses en todo el territorio nacional; los sobrevuelos de aviones espías; el uso de drones para recabar información sobre los movimientos de los narcotraficantes, y el llamado programa Scenic que tiene la CIA para entrenar a los agentes de seguridad mexicanos con miras a reclutar a personal confiable y evitar la infiltración de narcotraficantes.
Y los funcionarios del gobierno entrante no se enteraron de todo lo anterior por parte del presidente saliente o sus colaboradores. Fue en la embajada de Estados Unidos y por boca de funcionarios diplomáticos, de la CIA, la DEA y otros representantes de las oficinas encargadas de la colaboración de Washington con nuestro gobierno en la lucha contra los narcotraficantes.
Y los habitantes de nuestro país nos enteramos de esa reunión del pasado 15 de diciembre por una nota publicada en un diario estadunidense y escrita por una periodista estadunidense. Se trata de Dana Priest, del Washington Post, cuyo artículo “El papel de EU en una encrucijada en la guerra de inteligencia de México contra los cárteles” apareció en su edición del 27 de abril pasado. La periodista platicó con unos 50 funcionarios mexicanos y estadunidenses, algunos de ellos aún en sus cargos, incluyendo diplomáticos y miembros del aparato de seguridad, militar e inteligencia de ambos países.
La investigación de Dana Priest también revela muchos otros aspectos del estilo de gobernar del presidente Calderón. Se involucró personalmente en muchas decisiones relativas a la guerra contra los narcotraficantes. Permitió que las distintas agencias estadunidenses trataran directamente con sus contrapartes mexicanas, multiplicando así las ventanillas abiertas a una colaboración cada vez más estrecha entre funcionarios de ambos países. Empero no aborda el papel que jugó en todo ello el gabinete de Calderón. Asimismo, la periodista se refiere a las reiteradas súplicas del presidente Calderón para que el presidente George W. Bush le proporcionara drones armados. Estaba impresionado por los resultados obtenidos por Estados Unidos en los asesinatos a control remoto de terroristas en Irak y Afganistán. Su solicitud no fue atendida. El presidente mexicano consiguió muchos juguetes en Washington, mas no el que más quería.
A mediados de abril el secretario de gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, encabezó la delegación de funcionarios encargados de la seguridad nacional que visitó Washington para compartir con las autoridades estadunidenses el nuevo enfoque del gobierno mexicano en materia de lucha contra el narcotráfico. Se dice que Gobernación tendrá un papel central (¿ventanilla única?), habrá una policía nacional y se reducirá el uso abrumador de la fuerza militar. Al parecer también hubo gestiones ante la Casa Blanca a fin de reducir el papel predominante del tema de la lucha contra el narcotráfico en la relación bilateral. Y se obtuvo un cambio que quedó reflejado durante la visita del presidente Barack Obama a México hace 15 días.
En lo que va de esta administración la relación de México con Estados Unidos podría resumirse en tres actos: primero, la sorpresa del 15 de diciembre; segundo, las gestiones del secretario Osorio Chong en Washington, y tercero, el cambio del discurso político de uno dominado por la lucha contra el narcotráfico a otro sobre los avances económicos registrados en México y la futura cooperación de Washington en el campo educativo, el medio ambiente, energía y comercio.
Hay que reconocer que, tras la sorpresa y quizás hasta el trauma del pasado 15 de diciembre, la administración de Peña Nieto ha sabido conducir la relación con Estados Unidos. Ha conseguido, cuando menos en el papel, sentar las bases para modificar las actividades de los agentes de seguridad y militares de Estados Unidos en México. Y, quizás más importante, ha convencido al presidente Obama de que Washington altere su discurso sobre México.
Desde luego que todavía no se ha logrado reducir la violencia en el país. Quizás está cambiando la estrategia, pero los resultados aún están por verse. Lo que se ha modificado es el discurso. Atrás quedó el Estado violento y quizás fallido. Ahora, cuando menos según Obama, somos un socio confiable y un país con futuro.
Sin embargo, hay que insistir en que al presidente Obama le conviene políticamente hablar de México en términos positivos. Parece que al grupo de consejeros políticos que lo rodean en la Casa Blanca les gustó ese cambio. Si se describe a México como un socio y no una amenaza (indocumentados y narcotráfico), Obama quizás podrá convencer más fácilmente a su Congreso para que apruebe una reforma migratoria.
Hace 25 años otro presidente mexicano recibió un espaldarazo importante de otro mandatario estadunidense. En efecto, George H. W. Bush apoyó a Carlos Salinas y se convirtió en su jefe de relaciones públicas con los medios de comunicación. Ahora, con un estilo diferente, el presidente Obama ha hecho algo parecido para el presidente Peña Nieto.