La sierra
Tarahumara,
territorio de nuestro maíz
Tal vez la resistencia cultural del pueblo rarámuri ayude un poco a cuidar nuestras semillas, pero cada vez es más difícil hacerlo porque la capacidad de respuesta es lenta ante la enorme ola de proyectos externos que están llegando a nuestras comunidades a toda prisa

Guillermo Palma

La historia del maíz en la Tarahumara se puede recuperar por medio de relatos que dan sentido a la existencia de este elemento en la vida de la cultura rarámuri. Estos relatos van pasando de generación en generación. En nuestra mirada de la realidad no puede estar separada la tierra, el bosque, de los que en ella vivimos junto con todas las costumbres y creencias, la historia y los problemas de la época actual, la invasión cultural, territorial y los grandes proyectos turísticos y mineros que contaminan los ríos y dejan devastación en  la barranca y en la montaña.

En el territorio rarámuri, en buena medida y a pesar de todo, seguimos  conservando la libertad que tuvieron nuestros antepasados aunque en la actualidad es cada vez más difícil seguir haciéndolo. Todavía hay gente que no se preocupa por deudas en los bancos, por pagar la luz o el agua. Las preocupaciones son lo que la misma cotidianeidad va ofreciendo.

Las aspiraciones que tenemos  son la de ser buen ser humano según las reglas de nuestro territorio, nuestra casa. 

Pensamos que nuestra propuesta de vida es importante porque todo lo hacemos de manera respetuosa con lo que está a nuestro alrededor. Si con el paso de los años hemos participado en la destrucción del  mundo, ha sido por la necesidad que nos ha creado el dinero.

Por eso es importante que sigamos haciendo lo que nuestros padres y nuestros abuelos nos enseñan, y que éstos a su vez aprendieron de sus abuelos desde el principio de los tiempos.

Nuestra  historia dice que fue el mismo Onorúame quien nos enseñó a trabajar en nuestras tierras y montes para poder tener con qué vestir y con qué alimentarnos.


Martina Manzón Tuyub y su prima Patricia,
Rancho San Antonio Nuevo, Quintana Roo, 1988.
Fotos: Macduff Everton

Toda esta forma de vida es lo que nos hace ser diferentes de otras culturas, aunque a veces nos parecemos a otros pueblos que viven en lugares lejanos. Tenemos costumbres que nos identifican y nos hacen ser diferentes, ni más ni menos, simplemente diferentes, porque tenemos condiciones en nuestro territorio que así lo permiten, como el frío del invierno con sus cada vez más escasas nevadas y la prolongación más marcada de la época de la sequía

Decimos que esto sucede porque se están llevando lo que le da vida a nuestros bosques —y que llama al agua, retiene la tierra de la erosión, purifica el aire que respiramos, donde viven los pájaros que con sus cantos nos alegran nuestros paseos por nuestros territorios y que con sus trinos nos dicen cosas que muchos ya no sabemos descifrar.

Desde hace muchos años el saqueo de madera va dejando la sierra sin recursos naturales. Es la depredación de madera  sin escrúpulos de  los que han aprendido a comerciar con la naturaleza. El pino aporta muchos elementos para hacer más agradable la vida y, por lo tanto, hacer más fácil nuestra existencia. Gracias al agua que el pino llama podemos sembrar nuestro cultivo más significativo que es el maíz; tan importante es que en todas nuestras actividades está presente, ya que es el alimento más utilizado en nuestros pueblos por su versatilidad y nobleza.

Ahora podemos decir que nuestro maíz está en peligro por la llegada de maíces en forma de ayuda alimentaria, pues no sabemos de dónde vienen estas semillas. No sabemos si son de origen transgénico. No sabemos si son híbridas. No sabemos lo que le ocurrirá al maíz nativo. Si se enferma, ¿cómo lo vamos a curar?

Tal vez la resistencia cultural del pueblo rarámuri ayude un poco a cuidar nuestras semillas, pero cada vez es más difícil hacerlo porque la capacidad de respuesta es lenta ante la enorme ola de proyectos externos que están llegando a nuestras comunidades a toda prisa. La falta de conocimiento de funcionarios, gente ajena a las culturas locales, ha hecho que al indígena no se le tome en cuenta para la elaboración de los proyectos que se ponen en marcha en las distintas comunidades, motivando con esto la esperanza cada vez más  lejana de seguir haciendo lo que los antiguos enseñaron, que es el estar en paz con lo que nos da la tierra, el bosque, el agua y el aire que respiramos. (Y con nuestros hermanos humanos.)

En estos últimos tiempos, la constante mediación de organismos defensores de derechos humanos han hecho que el habitante serrano indígena tome, en la medida de sus posibilidades, la defensa de su territorio, pero esto desgraciadamente no ha sido suficiente para detener el quebranto de  los ecosistemas que en sus buenos momentos estuvieron llenos de vida. La defensa de los recursos no ha tenido el suficiente impacto, ya que existen muchos intereses de explotación, ya sean forestales, mineras, empresas turísticas y más. En la mayoría de los casos el indígena es el que lleva la peor parte como consecuencia de estos proyectos e intereses. Lo que queda es un bosque mutilado, la tierra erosionada, el agua cada vez más escasa y además contaminada, la biodiversidad excesivamente reducida. Los paliativos para borrar un poco la desigual forma de explotar los recursos hacen al indígena cada vez más dependiente de las ayudas simbólicas que traen instituciones de gobierno y no gubernamentales. Se hacen intentos de solucionar los efectos de la devastación y la pérdida del hábitat, pero como  la defensa del territorio se hace en los tribunales, el indígena está atrapado entre los trámites burocráticos y el avance de invasión ideológica para la explotación de recursos naturales existentes. Por lo tanto, nos estamos convirtiendo en explotadores de lo que nuestros ancestros cuidaron con tanto sacrificio.

Vemos con tristeza camiones cargados con cadáveres de pino y encino, pero al indígena no se le permite cortar madera para hacer su casa. La presión sobre el bosque y los que vivimos ahí es ya muy fuerte, pero la propuesta de los pueblos indígenas aún está viva. ¿Lo toman o lo dejan? Convivamos con la naturaleza de una manera más responsable. Con esto no decimos que el pueblo mestizo viva como nosotros, pues difícilmente lo podría hacer, pero sí puede ser conciente de que nos estamos acabando el mundo.

Pedimos que nos dejen ser como somos, que no se impongan leyes en donde la gente tiene las propias y muchas veces más justas que las leyes escritas por los diputados, ya que se imparten con la fuerza de la comunidad. 

Queremos que nos dejen seguir cuidando nuestro maíz como nosotros sabemos. No veamos al maíz sólo como un producto, hay que verlo como un regalo de la madre tierra que, a través de nuestros ancestros, logró transformarse en nuestra propia carne, en nuestro cuerpo. No podemos atentar contra nosotros mismos.