ace unos días, no todos los periódicos nacionales pero sí algunos, entre ellos La Jornada, dieron discretamente la noticia de que el gobierno boliviano encabezado por Evo Morales, expulsó de su país a la Usaid y a sus funcionarios, por la razón explícita de tener injerencia en asuntos de política interna y por conspirar en contra del gobierno establecido.
La Usaid –se dice en información fácil de consultar– es una agencia independiente, pero alineada sin duda con la política exterior de Estados Unidos, encaminada, entre otros fines, a convertir a las naciones latinoamericanas en modelos espejo de la política y la cultura del vecino del norte, mediante programas de apoyo económico en áreas muy diversas de la vida social, lo mismo educación que salud, programas agrarios o asesoría para modernizar
estructuras e instituciones.
No es la primera vez que esta agencia enfrenta conflictos con gobiernos que se esfuerzan por mantener la dignidad y la soberanía de sus estados frente a la creciente política injerensista e invasiva de nuestro vecino, que mantiene la pretensión desde el siglo XIX de ser nuestro hermano mayor, guía y modelo.
Evo Morales, el popular presidente de Bolivia –como antes Rafael Correa, en Ecuador, Hugo Chávez en Venezuela y otros colegas suyos–, tuvo que comportarse firme y patriota para evitar el avasallamiento que con halagos, dinero y otras veces con amenazas, pretende someter y controlar a las naciones latinoamericanas.
La historia es larga y conocida, pero nunca está demás recordarla; cuando a raíz de la independencia de las colonias españolas en nuestro continente, Bolívar, Alamán y otros estadistas de entonces, pretendieron asegurar la unidad política y económica de Hispanoamérica, la diplomacia y la fuerza de los ingleses y los estadunidenses lo impidieron y lograron de momento la pulverización de nuestras naciones, pero no para siempre.
Lo que ahora vemos, no son sino nuevos actos del mismo drama; en el que el destino manifiesto parece incontrastable, pero no lo es. Como escribió Maritain, Nuestra escala de medición temporal es extremadamente pequeña en relación con el tiempo propio de las naciones y las comunidades
, por eso a veces nos parece que las acciones que nos agobian tienen éxito definitivo, pero no es así, hay hoy una resistencia y a la larga se impondrá nuestra independencia y libertad.
A la inversa de una arraigada opinión popular, el gobierno mexicano, desde hace ya al menos 30 años, ni las manos mete para frenar la entrega de la economía y el sometimiento a la política que se nos impone desde fuera, como lo estamos viendo palpablemente con la recientísima visita del presidente Barack Obama y con la disponibilidad incondicional de alinearnos por la derecha por diversos caminos y empleando organismos y agencias como la Usaid.
En México la Usaid cuenta, según información al alcance, con un presupuesto anual de más de 300 millones de pesos para programas de todo tipo, encaminados especialmente a convencer a los dirigentes de los poderes formales y fácticos y a los lideres de opinión mexicanos, de las bondades de sus modelos e instituciones, siempre a disposición para ser compartidas.
Un programa al menos, muy a la vista, que ha tenido ya éxito parcial en otros países del continente, se implanta en México muy lentamente, más por dificultades reales de organización y economía, que por consideraciones ideológicas o teóricas, se trata del denominado sistema acusatorio
y juicios orales, al que salvo unos cuantos juristas críticos, el resto del foro mexicano, los gobiernos y la mayoría de los jueces, han dado su anuencia sin mayores consideraciones o debates.
Para imponer el programa que pretende que nuestros tribunales se parezcan cada vez más a los programas de televisión de La ley y el orden, la Usaid ha invertido mucho en viajes de juristas y funcionarios al extranjero, en cursos de capacitación y especialmente en propaganda, mucha propaganda, que pretende demostrar que nuestro actual sistema judicial no sirve para nada.
Es cierto que necesitamos reformas a los procedimientos de justicia; el sistema, está lejos de satisfacer a la opinión pública, pero no debemos hacerlo con imitaciones irracionales e impuestas sino más bien, con nuestras propias tradiciones jurídicas, con honestidad, capacitación y patriotismo.
Pero volviendo al asunto de Bolivia, lo que se ve no se juzga
, reza un giro popular del lenguaje. Es inevitable advertir la diferencia bien marcada entre un gobierno dispuesto, como el nuestro, a la sumisión y a la docilidad y el de un líder popular, respondón, ingenioso y patriota como Evo Morales.