Despertar el polvo
a ciudad al desnudo. La filmografía de Hari Sama ha sido breve, aunque versátil y llena de sorpresas. En los pasados 10 años, tres cortos y tres largometrajes; uno de ellos una cinta comercial, Sin ton ni Sonia (2003); un segundo largo, con buena aceptación del público, El sueño de Lú (2011), y su apuesta más reciente, Despertar el polvo (2013), algo inesperado, una factura de cinta independiente, con poco atractivo para la taquilla.
Durante los primeros 20 minutos la cámara registra morosamente las faenas grises de Chano (Donaciano Hernández, El Chano), hombre menesteroso, pepenador de cartones y chatarra, quien transita por calles polvosas donde parece ser de todo mundo conocido. Se le compra la mercancía, se le proporciona bebida alcohólica, se le trata con afabilidad en la marisquería donde acostumbra pagarse un taco, deposita una ofrenda a la Santa Muerte, y así de tianguis en tianguis, en el mar de comercio ambulante de la ciudad de México, transcurre su día entero hasta pernoctar con otros indigentes en algún terreno baldío.
El tono seco de esta primera exposición, de corte casi documental en su captura de atmósferas citadinas en barrios populares, se rompe con el encuentro de Chano con una amiga que necesita dinero para evitar que su hijo retenido en el Ministerio Público ingrese formalmente a un reclusorio. Esta situación hace que el pordiosero barbudo, cubierto de cochambre, cambie radicalmente de aspecto y retome una carrera delictiva que alguna vez le confirió cierto prestigio y a la que regresa con energía inesperada.
El ritmo de cinta cambia intempestivamente y sin grandes transiciones se pasa del lacónico retrato de una suerte de Chin Chin el Teporocho (Gabriel Retes, 1975) a la radiografía tremendista de una Ciudad al desnudo (Retes, 1988) o a la sordidez moral en Nesio (Alan Coton, 2008), en la que impera, sin grandes matices, una corrupción generalizada donde delincuentes y policías son siempre una sola y misma cosa. En la ciudad que retrata Despertar el polvo no hay control gubernamental alguno ni mucho menos esperanza, sólo fatalidad y una muy bíblica vocación de apocalipsis.
Una nueva ruptura estilística aterriza entonces a la cinta en los terrenos de la redención social y de lo fantástico urbano, para que Chano, el paria ennoblecido, tenga un martirio sanguinolento digno del Mel Gibson de La pasión de Cristo (2004) y una providencial subida al cielo. La película se filmó en el Campamento 2 de Octubre, de Iztacalco, con habitantes del lugar, a quienes se dedica esta extraña ficción inspirada en sus vivencias cotidianas. Lo que podría haber sido un trabajo documental interesante, se vuelve una ficción desvitalizada, apenas creíble. En su fallida combinación de registros realistas de cine directo y una ficción delirante, Despertar el polvo pierde lamentablemente verosimilitud y consistencia narrativas.
Este relato disparejo e insustancial, particularmente trasnochado, resultó premiado como mejor película en la sección Plataforma Mexicana, junto con la estupenda Inori, de Pedro González-Rubio, en el recién concluido Festival Internacional de Cine de la Riviera Maya. Sin embargo, la sorpresa verdadera fue Las búsquedas, de José Luis Valle, cinta de ficción de una gran sobriedad artística, revelación certeramente distinguida por un jurado juvenil integrado por estudiantes de comunicación.
Despertar el polvo, último título en la programación de este foro, se exhibe en la sala 10 de la Cineteca Nacional (14.30 y 19 horas).
Twitter: CarlosBonfil1