Opinión
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Jazz

Por lo tanto... jazz

P

or cuarto año consecutivo, el Instituto Nacional de Bellas Artes da vida al ciclo Por lo tanto… jazz, que ya desde el título –acuñado por Eduardo Soto Millán en 2010– evidencia imaginación y compromiso con los menesteres de la síncopa. Por cierto, el próximo 13 de junio Soto Millán, metido de lleno en la composición y alejado de la administración cultural, estrenará Todas nuestras voces, concierto para flautas de pico y orquesta de cuerdas, con Horacio Franco como solista y la Orquesta de Cámara de Bellas Artes dirigida por José Luis Castillo. La cita es en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes a las 20 horas.

Pero estábamos con Por lo tanto… jazz, que a lo largo de todo abril tiene programados conciertos de buen nivel. El domingo 14 estuvimos en el museo José Luis Cuevas, y aunque Ofelia y yo llegamos a buena hora, apenas si alcanzamos un par de sillas atrás de La giganta. Todos íbamos tras la música de Cuarta Aumentada, el grupo concebido y liderado por Salvador Merchand, baterista emblemático del jazz en México.

El techo de acrílico que cubre el patio central del museo no lograba mermar el calor extremo de mediodía, pero con las primeras notas del quinteto –léase más allá de cualquier metáfora– el ambiente todo se impregnó de un frescor húmedo y reconfortante. La ecualización de los instrumentos trastabillaba, la guitarra no se oía del todo, pero la música nos hacía sentir bien en automático; era asombrosamente refrescante.

A escaso año y medio de su formación, Cuarta Aumentada ha consolidado un estilo que abreva de dos o tres afluentes de la música tradicional mexicana, específicamente de los sones huastecos, jarochos y abajeños, para filtrarlos y rediseñarlos a través del jazz y su gramática. Es ése el leitmotiv, el punto central de la propuesta. Y lo hacen muy bien. La técnica instrumental les sobra, porque la pasión se evidencia en cada trazo y porque cada uno de ellos está plenamente convencido de su planteamiento mexicanista.

Aunque el instrumento no estaba anunciado en el programa de mano, Jako González inicia pulsando un ewi (electric wind instrument) con frases cortas y delicadas, con un atractivo timbre nasal que por momentos más semeja un teclado que un instrumento de viento, con la pulcra e inagotable imaginería que ha caracterizado a Jako a lo largo de los años. Después guardaría el ewi para recurrir al sax alto y la flauta en el resto del concierto.

Salvador Merchand lleva la pauta, él marca el pulso y las rutas en cada uno de los temas, los presenta, los introduce; sus baquetas se instalan recurrentemente en los platillos, los acentos los marca más en el bombo que en los toms, y junto al contrabajo y el bajo eléctrico de Emmanuel Merchand, su hijo, construye las plataformas que sostienen al grupo.

Aunque el esquema del grupo no requiere que Salvador se descosa en solos kilométricos de batería, el maestro tampoco se limita a meros baquetazos de acompañamiento. Su instrumento, ya a dueto con algún compañero, ya inmerso en el contexto general del quinteto, mantiene sus propios discursos y los va insertando con elegancia en el cuerpo del conjunto. Emmanuel, mientras tanto, se desprende del núcleo central y recorre y corre y trota entre los diapasones con una soltura que promete (y lo compromete a) muchos otros hallazgos en el futuro inmediato.

Miguel Peña desde la discreción de su silla, desde la sobriedad de sus trazos, desde la legendaria memoria que guardamos todos los que llegamos a escucharlo con El Duetto (cuando hacía mancuerna con Víctor Ruiz Pazos), va de la guitarra a la jarana y de la jarana a la vihuela y su sabor de luz, y regresa a la guitarra para arpegiar introducciones a El cascabel, a Cimarrón, a La rielera. La gente se estremece. Elena Durán, sentada frente a nosotros, se estremece también, aplaude, sus arracadas se balancean felices.

Servando Rascón ha optado por la prudencia y la reserva desde su teclado eléctrico; sus armonías y sus improvisaciones mantienen el mismo perfil; pero en cuanto llegan a San Salvador, composición de Luis Zepeda, el joven maestro se suelta el pelo y se muestra a plenitud. El círculo se cierra y la espiral asciende.

Por lo tanto… jazz continuará el sábado 27 y será el turno de Patricia Carrión, quien después de un buen rato regresa al Distrito Federal para cantar como sólo ella sabe. Finalmente, el domingo 28, el trío de Roberto Aymes hará un homenaje a Bill Evans y Oscar Peterson. Todo esto en el Museo José Luis Cuevas (Academia 13, Centro Histórico), a las 13:30 horas, con entrada libre. Salud.