ace 150 años, entre el 16 de marzo y el 17 de mayo de 1863, en el valle de Puebla se libró la mayor batalla en defensa de la soberanía nacional, cuando un ejército de 34 mil franceses llegó dispuesto a vengar la derrota del 5 de mayo de 1862 para –con un año de retraso– imponernos un príncipe austriaco y hacer de nuestro país un protectorado francés.
Para hacerle frente, el gobierno de la República, en medio de penurias sin cuento, concentró 22 mil soldados en la ciudad rebautizada Zaragoza
(en honor del héroe del 5 de mayo) y otros 7 mil fuera de ella. Además se acondicionaron ocho fortalezas, redientes y líneas atrincheradas cuyo excelente diseño sorprendió a los ingenieros militares franceses: la República entera concentraba en Puebla su voluntad de existir.
Ignacio Zaragoza se había decidido por la táctica defensiva, luego de que una intentona de ofensiva le mostró que la diferencia técnica del armamento y de entrenamiento hacía del ataque un suicidio, y que la única manera de resistir al enemigo era la defensa. Tras la muerte de Zaragoza (septiembre de 1862), su sucesor en el mando, Jesús González-Ortega, siguió preparando la defensa afinando un sencillo plan: defender Puebla con los 23 mil hombres del Ejército de Oriente, hasta desgastar de tal modo a los franceses que pudiera tomarse la ofensiva en combinación con el Ejército del Centro, del general Ignacio Comonfort.
De ese modo, cuando el ejército expedicionario francés (punta de lanza de un país industrializado que iniciaba una etapa de inaudita expansión imperialista) tocó los muros de Puebla, había dentro de la ciudad una voluntad férrea que oponer a la superioridad tecnológica, económica y militar: la voluntad de un país que quería serlo.
Durante 62 días se defendió Puebla de los ataques y bombardeos. Más de 10 mil soldados mexicanos cayeron en defensa de los fuertes y luego, luchando manzana por manzana, hasta que la destrucción del Ejército del Centro, el 8 de mayo, imposibilitó la salida de Puebla de los hambrientos soldados que quedaban del Ejército de Oriente. Entonces, el 17 de mayo González-Ortega rindió la plaza mediante una carta que fue citada por los propios militares franceses como ejemplo de honor y dignidad y que fue comentada alrededor del mundo.
Así se cerró el segundo acto de una guerra que México ganaría. Sin embargo, para muy publicitados opinólogos, la batalla del 5 de mayo fue una escaramuza sin importancia a la que un año después siguió una vergonzosísima derrota, y una guerra perdida que terminó cuando los franceses se retiraron por presiones externas.
Quienes sostienen eso falsifican nuestra historia (véanse mis artículos en La Jornada, 13 y 17/8/12): minimizan la victoria del 5 de mayo, descalifican la épica resistencia aquí recordada y omiten las victorias contra el enemigo extranjero en Tacámbaro, Santa Isabel, Santa Gertrudis y Miahuatlán, y en decenas de acciones guerrilleras hasta que los invasores, tras perder más de la quinta parte de sus efectivos totales y gastarse 135 millones de francos, se fueron incondicionalmente. A pesar de ello, los falsificadores aseguran que la guerra se perdió, para contradecirse luego, pues como no se puede tapar con un dedo el sol de la victoria, argumentan que ésta se debió a la injerencia estadunidense y la presión prusiana.
No hay tal. En las cartas intercambiadas entre Napoleón III y sus generales, las causas de la retirada son la incapacidad de Maximiliano para consolidar su imperio y la irreductible resistencia republicana. La presión prusiana
es posterior a la batalla de Sadowa (julio de 1866). Para entonces, hacía meses que Napoleón III había iniciado la retirada del Cuerpo Expedicionario. En cuanto a la injerencia estadunidense, los falsificadores omiten que los franceses recibieron apoyo material de la Confederación (quizá para ellos, los esclavistas sureños eran los “ americanos buenos” frente a los yanquis malvados
), y no pueden mostrar pruebas de ningún tipo sobre apoyos reales a la República anteriores a 1865, y el recibido posteriormente no es comparable al que recibieron los franceses de la Confederación y de las potencias europeas y, sobre todo, se trata únicamente de material de guerra comprado por el gobierno de la República, a cambio del cual no se llegó a ningún compromiso que no fuera pagarlo.
Pd: Para combatir la desmemoria, presentaremos La defensa de Puebla en 1863, resultado de una iniciativa del gobierno de Puebla y La Jornada, escrito en colaboración con Raúl González y Luis Arturo Salmerón.