Hugo Gutiérrez Vega
Discurso de Lagos de Moreno (II DE III)
Mariano Azuela |
Poco a poco fui descubriendo a los artistas que Lagos ha dado al país y al mundo. Leí a Rosas Moreno, gocé sus fábulas y admiré su recuperación del genio y figura de nuestra escritora mayor, Sor Juana Inés de la Cruz. Para acercarme a la historia de México, leí las obras del canónigo juarista y liberal, don Agustín Rivera y Sanromán; recorrí los caminos literarios de nuestro decano, Pedro de Trejo; de Moreno y Oviedo, Veloz González, José Becerra, Bernardo Reina, Carlos González Peña, José Pérez Moreno y Federico Carlos Kegel. Me ayudaron en la búsqueda los críticos Adalberto Navarro, Irma Estela Guerra, Alfonso de Alba y Sergio López Mena. Este último me enseñó muchos aspectos valiosos y legendarios de la ciudad, ahora cumpleañera. De repente, apareció en mi vida la obra del doctor Mariano Azuela y la de su personaje, Demetrio Macías. Supe que esta narración inauguraba el ciclo de la novela de la Revolución mexicana, y que lo hacía desde una clara posición crítica y con una honradez insobornable. Sus personajes hablaban, como los campesinos del valle de Lagos y de todos los Altos, ese castellano claro, contundente, ahorrativo de palabras, rico en metáforas salidas de las tareas agrícolas.
Demetrio fue y sigue siendo el personaje emblemático de la época convulsa que hundió al país en la miseria y en la violencia, pero que derrotó a la dictadura, propició la movilidad social y abrió las puertas de la esperanza en la justicia y en la democracia. Don Mariano nunca abandonó su valiente actitud crítica; su estilo se fue depurando y, con el tiempo, encontró nuevas formas verbales y novedosas estructuras narrativas. No olvidemos que, ya mayor, leyó a fondo a Joyce y a Proust, y de esas lecturas y de su enorme talento narrativo salió la más experimental de sus obras, La luciérnaga. Seguí buscando bellezas en la vida, la arquitectura y el paisaje de mi ciudad y me encontré con el muy respetable compositor Apolonio Moreno y con Antonio Gómezanda. Más tarde me enfrenté a la pintura deslumbrante y terrible del hechicero Manuel González Serrano. Descubrí, en algunas de sus obras, la dureza del paisaje alteño transfigurado por la imaginación y la pericia formal del, en muchos aspectos, atormentado compañero de Van Gogh. Me interesó mucho la escultura de Carlos Térres y admiré los trabajos arquitectónicos de Salvador de Alba.
Es admirable, importante y original la aportación de Lagos a las letras y las artes. La preside la iglesia parroquial que tiene formas y grandeza de catedral. Desde lejos y, a pesar del crecimiento de la ciudad, se sabe que ya se está llegando cuando aparecen las torres de la parroquia.
(Continuará)
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