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Oaxaca Los derechos de los pueblos Marcos Leyva Oaxaca es uno de los estados de México con mayor riqueza de diversidad biológica. Cuenta con gran variedad de ecosistemas, como selvas húmedas y secas, bosques templados y de niebla y manglares, además de yacimientos de minerales, cuencas de agua, viento, etcétera. Tres cuartas partes de esta biodiversidad está en tierras de pueblos y comunidades indígenas: 72 por ciento del territorio del estado es propiedad comunal y ejidal, es decir colectiva. Y hoy el gran capital trasnacional está al acecho de este territorio. Con el argumento que Oaxaca es de los estados más pobres y marginados, la iniciativa privada internacional y nacional, junto con los tres niveles de gobierno, promueven “inversiones” para poder “detonar” el “desarrollo”. Una evidencia es que el Plan Estatal de Desarrollo 2011-2016 contempla inversiones públicas y privadas para impulsar el Plan Territorial de las Infraestructuras de Oaxaca, mejor conocido como Proyecto Platino, que implica 13 proyectos de alto impacto. En este contexto, el gobierno estatal ha privilegiado a la minería como el motor del desarrollo económico, a pesar de que la actividad sólo aporta 0.5 por ciento del Producto Interno Bruto (PIB) estatal; con ello privilegia claramente al capital privado nacional y extranjero, ya que 80 por ciento de las empresas en el estado son privadas.
El Plan Estatal de Desarrollo tiene entre sus principales objetivos “la promoción del desarrollo sustentable de la minería con la participación de instituciones y empresas que generen proyectos de mediana y gran escala (…) para convertir a la minería en un sector estratégico para el desarrollo económico de la entidad”. Datos del Servicio Geológico Mexicano señalan que entre enero de 2002 y junio de 2011 se entregaron 344 títulos de concesión minera, con una superficie de 742 mil 791 hectáreas, esto es 7.78 por ciento del territorio estatal. Las concesiones están distribuidas en las ocho regiones y benefician principalmente a 13 empresas canadienses y dos estadounidenses. El desarrollo basado en el modelo extractivista en Oaxaca ha tenido costos altos para las comunidades y pueblos, por la violación de sus derechos colectivos, consagrados en leyes nacionales e internacionales. Según el Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de las Naciones Unidas, “Las industrias extractivas, tales como la extracción de minerales, petróleo y gas, han demostrado ser especialmente problemáticas y continúan teniendo efectos desproporcionados sobre los pueblos indígenas. En particular los megaproyectos (tales como la minería, el petróleo, la extracción de minerales, petróleo, gas y madera, las plantaciones de monocultivo y las represas) generan graves problemas para los derechos indígenas. Las repercusiones de tales proyectos incluyen daños ambientales a las tierras tradicionales, además de la pérdida de cultura, conocimientos tradicionales y modos de vida, lo que a menudo tiene como resultado conflictos y desplazamiento forzado, una mayor marginación, aumento de la pobreza, y una declinación en la salud de los pueblos indígenas”. El diagnóstico “Agresiones a defensores y defensoras comunitarias”, realizado por Servicios para una Educación Alternativa ( EDUCA) en el 2012, dice: “En Oaxaca se modernizó el autoritarismo, a su vez se hicieron más sofisticados los métodos de violaciones a los derechos humanos. En el pasado eran los viejos caciques de ‘horca y cuchillo’ quienes consideraban que podían mandar en la vida de las personas. Ahora son las empresas e inversionistas quienes afectan los entornos sociales, económicos y culturales al explotar minerales, construir carreteras, generar energía eólica, desarrollar unidades habitacionales, sembrar transgénicos, en muchos casos, con total apoyo de los gobiernos municipal, estatal o federal (…)” El diagnostico arroja un dato importante: que en 320 días se registraron 120 actos de violencia contra defensoras y defensores, es decir uno cada tres días. Esto demuestra el alto grado de indefensión que sufren los defensores ante el poder y la violencia de las trasnacionales, que muchas veces tienen la protección de los gobiernos de los tres niveles. La defensa del territorio en Oaxaca implica un riesgo mayúsculo, por el escaso marco legal de protección a los derechos colectivos y al derecho de defender de las y los defensores comunitarios; sin embargo, en la Sierra Norte, Mixteca, Sierra Sur, Valles Centrales e Istmo han iniciado el camino de la defensa del agua, de la tierra, del maíz, del viento, etcétera. Hoy en Oaxaca se libra una batalla entre dos formas distintas de entender y relacionarnos con la naturaleza y de concebir el desarrollo, cómo tenemos que crecer y qué es la calidad de vida. Desde la cosmovisión indígena el agua es la sangre de la madre tierra, los minerales sus entrañas, y nosotras y nosotros sus hijos encargados de amarla y protegerla.
Puebla Proyectos de Muerte en la Sierra Norte Rosa Herminia Guadalupe Govela Gutiérrez y Rafael Sevilla Zapata Vale más nuestra vida que mil costales de oro
En la Sierra Norte de Puebla chocan dos visiones contrapuestas: la del “desarrollo”, que bajo el discurso del progreso y la generación de empleos pretende explotar los recursos naturales de la región. Y la de las y los campesinos de las comunidades, que basan su forma de vida en el respeto y la defensa del territorio. En los municipios de esta región actualmente se levanta la amenaza de 22 proyectos mineros, seis hidroeléctricas y la explotación de los bosques y pozos petroleros. Las empresas, en su mayoría extranjeras, han encontrado algunos apoyos de autoridades municipales, pero también la resistencia de los pueblos nahuas, totonacos, otomíes y mestizos, que viven en las comunidades cercanas a las regiones donde se encuentra la riqueza, que bajo la forma capitalista “no tiene valor si no es explotada”. La resistencia ocurre lo mismo frente a los proyectos mineros, como en Tetela de Ocampo, que frente a las hidroeléctricas, como en Olintla, en donde recientemente se ha hostigado a la comunidad de Ignacio Zaragoza al extremo de cortarle el flujo del servicio de agua municipal. La comunidad de Tlamanca, en el municipio de Zautla, destaca en esta resistencia; en la segunda mitad de 2012 se vio amenazada por la inminente instalación de un proyecto minero de la compañía JDC Minerales, de origen chino. La empresa desplegó una estrategia para dividir a las comunidades con promesas de que “va a haber celular”, “mejoraremos los caminos”, “habrá empleos”... Fueron las mujeres quienes empezaron a darse cuenta de los peligros, cuando vieron que los empleados chinos y mexicanos visitaban los manantiales de la comunidad, pues los mismos representantes de la empresa reconocían que utilizarían agua y sería transportada en pipas desde el río Apulco, a unos pocos kilómetros de la mina. Luego se comenzó a hablar de los riesgos de contaminación de los mantos freáticos y el territorio. Se moverían toneladas de jales –procesados con químicos, chinos claro y “bien ecológicos”– que terminarían en la cuenca del río Apulco. Poco a poco, los habitantes de la comunidad y de todo el municipio llegaron a la conclusión de que no querían el trabajo de la mina. En pocas semanas, un grupo de mujeres y hombres se dio a la tarea de informar en diferentes espacios en Tlamanca y en las demás comunidades del municipio. Por diferentes medios (documentales, audios, periódicos murales y volantes), se evidenció el peligro en ciernes; así, la decisión fue llevada a espacios comunitarios. El pueblo se cohesionó al saber lo que ocurre en otros lugares cuando se ha instalado una mina. Se tomó la decisión de decir “no” a la mina, y se convocó a asistir el 21 de noviembre a Tlamanca para expresar a la minera el sentir de los habitantes de todo el municipio. Con la participación de las 32 comunidades del municipio, un nutrido grupo de pobladores, unos seis mil, se concentraron esa mañana en el camino que pasa a orillas de la comunidad de Tlamanca. Es la mayor movilización social que se recuerde en la historia de Zautla. Cuando los marchistas llegaron a las instalaciones de la mina, se percataron de los avances en la construcción de naves e instalaciones. En menos de dos meses habían desmontado el cerro para abrir el camino que lleva a distintas bocas de la mina; con ello infringieron la ley, pues aún no contaban con el permiso de cambio de uso del suelo para hacer todo ese desastre, y eso que apenas era el principio. El pueblo de Zautla, en absoluta mayoría, decidió rechazar el proyecto, clausurado simbólicamente la mina. Durante la marcha pudo verse a hombres y mujeres de todas las edades; caminaron decididos con pancartas que expresaban claramente que se prefiere la vida a la contaminación que trae el trabajo minero. Algunos jóvenes creativos usaron el traductor de Google y manifestaron sus ideas en español y chino. Posteriormente se instaló la asamblea en un campo deportivo. Allí se pidió al presidente municipal, Víctor Manuel Iglecias Parra (así con “c”), que no firmara la autorización para cambiar el uso de suelo ni el permiso de uso de explosivos. Él expresó estar de acuerdo con el pueblo. La reunión finalizó, con un emplazamiento a la empresa minera para que saliera de las instalaciones en un plazo de 24 horas; ello luego de que un representante de la minera trató de falsear información al asegurar que contaba con un documento firmado por el presidente municipal. En realidad –se observó en un acta de una reunión de trabajo entre el cabildo, sus asesores y los empresarios de JDC Minerales– lo que había era un compromiso para trabajar por el municipio; no había ningún permiso de cambio de uso de suelo. Hasta aquí va la historia. Falta consolidar lo logrado para que garantice que será respetada la decisión de la población de Zautla. Por lo pronto, la experiencia demuestra qué importante es que la población afectada por los megaproyectos esté informada de los riesgos para que pueda defender su territorio. Luego se han venido sucediendo otras resistencias como la que empieza en Ixtacamaxtitlán, frente a la amenaza de una mina a cielo abierto en Tulictic, o la de Zaquiapan, donde la población ha exigido a su presidente municipal que no autorice el cambio de uso de suelo para otro proyecto hidroeléctrico. Cada vez son más los que piensan que “la tierra no se vende, la tierra se defiende”. Es por esto que desde hace siete meses el Consejo Tiyat-Tlalli conjunta los esfuerzos de varias organizaciones y personas, con más de 30 años de trabajo educativo, ecológico, de derechos humanos, comunitario y organizativo en la Sierra Norte de Puebla; trabajando para informar a la población por medio de asambleas, apoyarla en sus luchas de defensa de su territorio, por unir fuerzas y mostrar a la opinión pública el ecocidio que se está montando en esta región en nombre del “progreso” y el “desarrollo”.
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