ace décadas que la problemática de Palestina gira en torno a la idea de que en ese territorio deben coexistir dos estados, uno judío y el otro árabe. Las negociaciones entre el gobierno israelí y los dirigentes palestinos han tenido sus altibajos, una nada desdeñable participación de las Naciones Unidas y un interés esporádico de Washington. Su historia es una de oportunidades perdidas.
¿Se imaginan cómo sería Palestina hoy si los árabes hubiesen aceptado la propuesta de la ONU en 1947? Ese año la Asamblea General de la ONU decidió dar por terminado el mandato del Reino Unido sobre Palestina y aprobó un plan de partición en dos estados, uno judío y el otro árabe. Se acordó una unión económica entre los dos estados y un régimen internacional para la ciudad de Jerusalén. Esa decisión fue aprobada por 33 votos contra 13 y 10 abstenciones. Los países árabes votaron todos en contra.
La población árabe de Palestina y una parte de los habitantes judíos también rechazaron el plan de partición. Los primeros porque se oponían al establecimiento de un Estado judío en Palestina y los segundos porque consideraban que Israel, el gran Israel, debería abarcar toda Palestina (y quizás algo más).
Los sectores más organizados entre la población judía, incluyendo las agrupaciones de izquierda que luego crearon el Partido Laborista, optaron por la independencia y así nació el Estado de Israel. Persistió el conflicto entre la nueva nación y los pobladores árabes dentro de la misma y los países vecinos, principalmente Egipto y Siria. Con el tiempo buena parte de los palestinos árabes, así como Egipto y Jordania, reconocerían al Estado de Israel. Ahora lo que falta es que Israel reconozca y acepte un Estado palestino. Eso ya se hubiera logrado en 1947 si los palestinos árabes hubiesen apoyado la partición.
Con el tiempo, las guerras y el auge de partidos religiosos en Israel modificaron la actitud de sucesivos gobiernos. Con el primer ministro Menajem Begin (1977-1983), el fundador del partido Likud, se inicia la actual etapa de la historia de Palestina, en la que la idea de dos estados pierde terreno.
Simplificando el problema, podría decirse que hoy prevalece la idea de que en Palestina sólo cabe un país y ese es el Estado de Israel. La población árabe tendrá que acomodarse a esa realidad y los israelíes tendrán que encontrar soluciones a la disparidad demográfica.
Desde la administración de Jimmy Carter (1977-1981), sucesivos presidentes estadunidenses se han involucrado de una manera u otra (y con distintos niveles de intensidad) en la búsqueda de una solución justa y duradera a un problema que la comunidad internacional viene arrastrando desde 1947.
El mes pasado el presidente Barack Obama hizo su primera visita a Israel. Algunos congresistas republicanos le echaron en cara que había tardado mucho en programar dicha visita y otros deploraron lo que consideran su mala relación con el primer ministro Benjamin Netanyahu. Dichas críticas son una secuela de los intentos de Mitt Romney en la pasada campaña presidencial por presentarse como el verdadero amigo de Israel.
Es cierto que el presidente Obama seguramente debió haber incluido una escala en Israel durante su viaje en junio de 2009 a Arabia Saudita y Egipto. Pero también es cierto que ha sido el presidente que más ayuda ha otorgado a Israel, que los presidentes estadunidenses no suelen visitar ese país (sólo Nixon, Carter, Clinton y Bush hijo lo habían hecho antes) y que en 2012 consiguió 70 por ciento del llamado voto judío.
La crítica es válida en un solo renglón: Obama y Netanyahu no se caen bien. De ahí que el equipo de Obama se haya esmerado por coreografiar los detalles de la visita de tres días. Hubo innumerables fotos y videos de los actos que mostraron lo bien que se llevan Barack
y “ Bibi” (el apodo de Netanyahu). Más importante fue el mensaje central que Obama envió al pueblo israelí.
Inició su visita con un recorrido por las instalaciones de la cúpula de hierro, un sistema móvil de defensa aérea capaz de interceptar y destruir proyectiles lanzados desde 70 kilómetros. Se siguen construyendo nuevas y más eficaces unidades de ese sistema, cuyo costo es sufragado en parte por Washington. La idea es afianzar la seguridad de los habitantes de Israel, convirtiéndolo en una especie de fortaleza impenetrable.
Obama aprovechó sus discursos para alabar las contribuciones del pueblo israelí en diversos campos de la ciencia y la tecnología y la construcción de una sociedad dinámica y democrática.
Luego, sin proponérselo (aunque creo que estuvo fríamente calculado), el presidente Obama concluyó su visita con un poderoso mensaje ante un grupo de jóvenes. Evitó hablar ante el Knesset, en el que su discurso caería en oídos sordos. A los jóvenes les dijo que es imposible que Israel sobreviva como una fortaleza y que sólo un acuerdo con un Estado palestino puede ofrecerles una paz duradera.
Si no se crea un Estado palestino y ante el crecimiento de la población árabe en Cisjordania, Israel podría acabar siendo un Estado judío en el que los judíos serían una minoría. Dirigentes israelíes han venido subrayando lo anterior desde hace años. Ehud Barak, por ejemplo, señaló que si no se logra la paz y, por ende, la creación de un Estado palestino, Israel tendrá que decidir entre seguir siendo un Estado judío o un Estado democrático, ya que no podrá seguir siendo las dos cosas.
Hace 66 años los habitantes de Palestina tuvieron la oportunidad de crear dos estados en lo que había sido el territorio administrado por el Reino Unido. Hoy hay quienes están tratando de lograr ese mismo objetivo. Israel, según les dijo el presidente Obama, tiene la posibilidad de contribuir a conseguirlo, y así asegurar su supervivencia como un Estado judío y democrático.