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Ver día anteriorSábado 6 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Vendedores de causas perdidas
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Participantes en el Foro Social Mundial que se efectuó en Túnez el mes pasadoFoto Reuters
E

l Foro Social Mundial 2013 se cerró el sábado pasado en Túnez con una marcha en solidaridad con Palestina, única causa del mundo –aparte ese vago otro mundo es posible de la convocatoria– que une sin diferencias a todos los movimientos sociales, partidos y organizaciones del espectro rebelde, incluidas algunas de derechas o de extrema derecha, como es el caso de los salafistas, quienes hacían ondear sus banderas negras, barbas al viento, en medio del tumulto. Fuera de ese puntito de dolor compartido el foro ha sido, sobre todo, el campo paradójicamente festivo de un crepitar de forcejeos, tensiones y rivalidades territoriales. Un campo de batalla, si se quiere, en el que se libraban escaramuzas de muy diversa índole y en muy dispares niveles de visibilidad.

¿Qué es el FSM? Nunca había asistido a ninguno antes y no puedo comparar, pero en el nivel más superficial, que es también el más humano, llamaba la atención enseguida su dimensión mercantil: el campus de la Universidad del Manar, en la capital tunecina, se ofrecía a la vista como una inmensa, alegre y bulliciosa feria de vendedores de causas perdidas. Logos, banderas, eslóganes, panfletos, chapas, pancartas. Desde las jaimas y los stands se intentaba despertar el apetito de justicia de los visitantes, cada uno en su especialidad y desde su organización: migrantes, enfermos, prisioneros, desaparecidos, torturados, naturaleza, bienes comunes, minorías, pueblos oprimidos, todos los dolores y agravios de la tierra buscaban de buen humor un altavoz en la plaza. Se puede juzgar con severidad esta vertiente publicitaria como una banalización de la política e incluso como prueba del fracaso de los foros, pero eso sería, me parece, un exceso de puritanismo. El mercado tradicional, el mercado ambulante de las aldeas, donde los pequeños se intercambiaban y se intercambian sus cosas pequeñas, no sólo no colinda, ni siquiera de forma embrionaria, con lo que llamamos mercado capitalista, sino que lo contradice íntimamente. Lo malo del mercado capitalista es que no hay en él nada de lo que pretende: intercambio entre iguales, información cuerpo a cuerpo, manifestación de la demanda, negociación en el espacio. Todo eso estaba presente, en cambio, en las plazas antiguas y todo eso ha estado presente también en el foro de Túnez. Mucho más que la actividad de los talleres, de interés muy desigual, ha sido esta construcción física de relaciones –y de conspiraciones justicieras en los pasillos– la que justifica a mis ojos la existencia de este encuentro, y la que explica que la suma de tantos dolores produzca tanta sensata alegría y agite tantas hermosas banderas.

Las causas perdidas tienen derecho a otro mercado posible. Pero debe haber, sin duda, algo mal planteado en el foro cuando se deja participar también en él otras causas: las causas –precisamente– de nuestras derrotas. Máxima pluralidad y máxima igualdad sólo hay ahí donde se trata de manera indiferente y se da acceso al mismo espacio a verdugos y víctimas sin distinción. El foro no debería reconocer ese tipo de pluralidad y de igualdad, que es el específico –esta vez sí– del mercado capitalista. En términos políticos era sencillamente repugnante ver yuxtapuestos en el espacio a los defensores de la autodeterminación del pueblo saharaui junto a los esbirros de la monarquía marroquí, que trataron además de boicotear la asamblea de movimientos; como era ignominiosa la presencia provocativa de los baazistas pro Assad, los cuales agredieron físicamente a un grupo de comunistas sirios que pedían apoyo para la revolución.

Más insidiosa ha sido la intromisión económica. Foro tras foro, el peso de los movimientos sociales ha ido disminuyendo en favor de las grandes organizaciones no gubernamentales (ONG) financiadas por los poderes más inicuos del planeta. Según el conocido investigador marxista Samir Amin, estas grandes instituciones representarían ya 75 por ciento de las organizaciones presentes en el encuentro. Produce, sin duda, alguna incomodidad reparar en la financiación de Petrobras, la compañía petrolera brasileña, con sus delegaciones instaladas en el lujoso hotel África de la capital, pero el colmo de la contradicción –eufemismo frecuente para una bofetada moral– ha sido la presencia en el recinto de un stand del USAID, la nefanda Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional, punta de lanza y anestesia del imperialismo en América Latina. Un escrache rápidamente improvisado los obligó a abandonar el lugar, aunque no, sin duda, sus maniobras en la sombra.

¿Y Túnez? ¿Qué pinta Túnez en todo esto? Los que hemos vivido la dictadura y la revolución coincidimos sin duda con Mohamed Jmur, subsecretario general del partido Watad, formación del asesinado Chrukri Belaid: con independencia de sus opacidades y límites, la sola celebración del FSM en el país es ya la expresión de un cambio que no se puede desdeñar. Es también un empujón a los movimientos sociales locales y al Frente Popular. Nada ha contribuido a los gastos del evento y se ha tenido que tragar sus manifestaciones más radicales buscando legitimidad internacional y tratando de aliviar la crisis del sector turístico, pero lo cierto es que ha tenido que entregar el espacio público a los movimientos sociales, en su mayoría laicos e incluso ateos. Las marchas en la avenida Mohamed V y los mítines y conciertos en la avenida Bourguiba, cuyas dimensiones espaciales aparecían multiplicadas por las multitudes (porque los espacios okupados crecen siempre de tamaño) han operado de entrada un interesante efecto de pedagogía visual muy subversivo en una sociedad conservadora como la tunecina. Además, esta fusión pública de alegría y política, con los homenajes a Chávez y los acordes de la Internacional sonando a pocos metros del Ministerio del Interior, han sacado provisionalmente a miles de jóvenes de la depresión de los últimos meses y han renovado su compromiso con la revolución incompleta que las instituciones financieras tratan de robarles desde hace dos años. La imagen de fuerte promiscuidad –o si se prefiere de cacao mental o indigestión ideológica– ofrecida por la acumulación de signos contradictorios en las camisetas y las gorras de los tunecinos (Stalin, Trotsky, el Ché, Gandhi y Saddam revueltos) revela tanto la falta de cultura política como la ansiedad certera de sus golpes de ciego. Para muchos de ellos el Foro Social Mundial marcará sin duda el umbral individual de un paso festivo a la política; para las fuerzas de la izquierda, aisladas durante décadas, la apertura a una dimensión internacional que necesitan más que nunca para sus propias luchas nacionales.

Sólo en la capital y sólo durante cuatro días, Túnez ha sido nuestro. Es verdad, en la misma calle Bourguiba, donde el viernes se gritaba Chávez vive, vive y se cantaba al Che Guevara, hace 20 días se prendió fuego un joven vendedor de cigarrillos, de 26 años, desesperado por la miseria y la indignidad. La vuelta a la normalidad será dura y la harán más dura. Pero interpretado en clave local, el foro ha sido mucho más que una tregua. Cuando el sábado por la noche, tras la clausura del encuentro, la policía multiplicó los controles y pidió los papeles a decenas de activistas, sus insultos y malos modales querían enviar una señal (cuidado: se acabó la juerga), pero eran también una venganza. Se trataba de evitar que los tunecinos volvieran a casa con la sensación de una victoria que, al mismo tiempo, sin embargo, esta agresión simbólica no podía dejar de reconocer.

Vendedores de causas perdidas y muñidores de lobbies socioeconómicos, el foro no cambiará el mundo. Pero ilumina los cambios ya producidos en el mundo árabe y para hacerlo ha tenido que repartir algunas linternas entre los que desean cambiarlo.

* Filósofo. Entre sus obras se encuentran los libros B-52 y Leer con niños.