no de los atractivos naturales más importantes que existen en los estados de Yucatán, Quintana Roo y Campeche son los cenotes, palabra que proviene de la maya ts’onot, cuyo significado literal es hoyo o agujero en el suelo. Sirve para denominar esos pozos grandes y profundos de agua dulce creados por la erosión de la piedra caliza. Los cenotes fueron vitales para el desarrollo de una de las culturas más asombrosas de la humanidad, la maya. Su utilidad es indudable aún hoy, porque esas tres entidades sólo tienen dos ríos superficiales: el Palizada, en Campeche, y el Hondo, frontera con Belice. En cambio cuentan con ríos subterráneos y el agua de lluvia, parte de la cual llega hasta el subsuelo y alimenta los cenotes y otras reservas hídricas de la península yucateca.
Se calcula que sólo en el estado de Yucatán existen entre 2 mil y 7 mil cenotes. Se desconoce su número en Campeche y Quintana Roo. Sin embargo, estas bellísimas formaciones naturales, reservas de agua y fuente de empleo para miles de personas, no siempre están limpias. A ellas llegó la contaminación, que se suma a los daños causados por los saqueadores de piezas arqueológicas. Y los últimos años, por otra plaga: los visitantes irresponsables.
El 2 de febrero pasado el corresponsal de La Jornada en Yucatán, Luis A. Boffil Gómez, informó de la experiencia negativa que tuvo un turista de San Luis Potosí en el cenote Kambul, localizado en la población de Noc-Ac, de Mérida. Salió rápidamente del agua del cenote porque estaba lleno de condones y basura. Se había sumergido, cuenta Boffil Gómez, en lo que los expertos llaman, sarcásticamente, moteles condo-minios
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No es el único caso. Los centros de investigación de Mérida y las propias instancias oficiales documentan desde hace décadas la contaminación del agua del subsuelo, de la cual se surten miles de familias por medio de pozos.
Ese deterioro se debe a las fosas sépticas existentes en el medio rural y las periferias urbanas, al uso de agroquímicos (entre ellos los prohibidos por su alta toxicidad) y a la carencia de drenaje que capte los desechos de actividades comerciales, pecuarias y servicios. Una mezcla muy peligrosa de coliformes, plaguicidas, basura y residuos de aceites e hidrocarburos llega así al manto freático.
El profesor Sergio Grosjean Abimerhi aporta en su reciente libro Secretos de los cenotes de Yucatán nuevos datos sobre la contaminación que acaba con las especies, únicas, que viven allí. Entrevistado por nuestro corresponsal, Grosjean refiere además el saqueo de estalactitas, esas hermosas formaciones que al año apenas crecen de una a tres décimas de milímetro. Cómo ese saqueo y esa contaminación ocurren muchas veces a ciencia y paciencia de las autoridades y hasta con su apoyo, algo que señalan también los estudios de otros especialistas presentados el año pasado en reuniones celebradas en Mérida y Playa del Carmen.
Precisamente en esta última ciudad, corazón de la Riviera Maya (con Cancún atrae casi la mitad de las divisas por turismo del país), existen cenotes en plena área urbana. Uno de ellos, en la Quinta Avenida, la más importante, se halla muy contaminado y es un peligro para la salud pública. Su olor es insoportable. Antes, sobre esa avenida había otros cenotes que destruyó la especulación urbana. El único que queda, en el que había una variada vida acuática y al que acudían especies terrestres, es hoy un muladar cuyos efectos llegan hasta la costa, donde recalan con sus embarcaciones los pescadores.
Cuando hace meses la ciudadanía denunció lo que pasaba, las autoridades no le hicieron caso. Sólo recién, y coordinadamente, las instancias oficiales locales y estatales comenzaron a investigar el origen de esa peligrosa contaminación. Todavía no la encuentran, pero apunta a que proviene de hoteles o negocios que no envían sus aguas negras al drenaje municipal, como ordena la ley.
En momentos en que a todos los niveles de gobierno se promete dotar de agua limpia a la población y de atraer y atender muy bien al turismo, los cenotes de Playa del Carmen y de toda la península de Yucatán necesitan conservarse con el esfuerzo de la población y de las instancias oficiales. Y sancionar severamente a quien los contamine o saquee.