o es lo mismo legislar a ciegas y legislar en lo oscurito. Esta es otra mala práctica de quienes integran el sistema político que hoy prevalece y domina en México; legislar en lo oscurito es preparar reformas o nuevas leyes en conciliábulos secretos, sin transparencia alguna, en las oficinas de las dependencias del Poder Ejecutivo o, peor aún, en los despachos jurídicos de los mismos destinatarios de la ley, que, siendo poderosos, se pueden dar el lujo de contar con abogados que se enteran antes que los legisladores de lo que se pretende enviar como proyecto.
Un ejemplo entre muchos lo podemos rastrear en las notas de prensa que relatan cómo, finalmente, se aprobó, en la Cámara nunca menos baja, la reforma constitucional para medios de telecomunicación. Por el trabajo de los buenos reporteros de la fuente, nos enteramos de las reuniones de dirigentes políticos, de la presencia de cabilderos de las empresas a las que la ley se aplicará y de las largas y tediosas esperas que los diputados tuvieron que aguantar en tanto políticos y empresarios se ponían de acuerdo.
Ellos, los legisladores de infantería, tan sólo dirán, a través del tablero electrónico, si su voto es en favor o en contra, bajo la mirada vigilante de sus coordinadores y la amenazante de los personeros de las grandes empresas de radio y televisión. La hora en que se iniciará el inútil debate es siempre incierta y depende del momento en que se concluyan los acuerdos tomados fuera del pleno y de los que muy pocos diputados se enteran. Eso es legislar en lo oscurito.
Luego viene la discusión pública, que en la práctica carece de sentido. A muy pocos legisladores les interesa verdaderamente, porque ya nada se decidirá en el pleno, los arreglos ya vienen amarrados y la votación se parece cada vez más a las resoluciones de las asambleas de accionistas de las sociedades anónimas. En ellas cada accionista es dueño de las acciones en sus manos y en los parlamentos cada coordinador parlamentario es dueño
de un número de votos controlados por él.
Afortunadamente, quedan aún legisladores, un puñado, que mantienen la llama de la oposición y de la dignidad del Poder Legislativo. Son diputados y senadores que defienden sus puntos de vista aun a sabiendas de que la votación les será adversa porque ya está arreglada, o al menos tratan de que sus discursos y argumentos sean escuchados por sus compañeros legisladores que estén en disposición de hacerlo y por la opinión pública; defienden sus puntos de vista y dejan para el juicio de analistas, ahora, e historiadores, mañana, cuál fue su posición, que podrá consultarse en su momento, y esto si no es falsificado el Diario de los Debates.
Se está legislando nuevamente como en los tiempos del viejo PRI, que ha regresado; una diferencia de grado, no de esencia, es que entonces, en la primera etapa del PRI, la mayoría se formaba por representantes dóciles de los sectores tradicionales del partido oficial y hoy, en lugar de sectores, se forman para el voto comprometido, los legisladores de los partidos que, renunciando a su papel de representantes populares, se unieron al Ejecutivo, con el llamado Pacto por México.
Legislar a ciegas, para la gran mayoría de los legisladores, es saber que se discute y se discute por días enteros o por largos meses para toparse en el último momento con un proyecto preparado quién sabe por quién, respecto del cual su papel será aprobarlo por consigna de quien o quienes dan las órdenes en sus grupos parlamentarios. Legislar a ciegas es votar sin haber leído los proyectos y dictámenes y casi siempre sin tiempo suficiente para reflexionar en la técnica legislativa y en las consecuencias de lo que van a aprobar y, por supuesto, sin saber realmente cuál es la intención subyacente que ocultan los discursos grandilocuentes y las palabras huecas para la publicidad y la imagen.
La verdad es que habíamos avanzado; en 1997, hace apenas dieciséis años, se instaló la 57 Legislatura solamente con los diputados de oposición, sin un solo priísta en el salón de sesiones. Ese mismo año se reconoció el triunfo de un partido de izquierda en la capital del país y tres años después llegó la alternancia en el Poder Ejecutivo. Lamentablemente, el abandono de los principios democráticos de los gobernantes panistas de los últimos dos sexenios abrió la puerta a la vieja escuela y permitió el regreso del PRI histórico.
Otra vez se legisla de noche, se acuerda en lo oscurito, se introducen cambios inesperados en la madrugada; tiene mayor peso la opinión de los cabilderos y el temor a los medios que los argumentos y las opiniones de los legisladores; así, quienes elaboran las pésimas leyes actuales, carentes de técnica legislativa, lo hacen a oscuras, y quienes las aprueban con su voto lo hacen a ciegas.