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ios nunca se cansa de perdonar, pero nosotros a veces, nos cansamos de pedir perdón. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo
, afirmó el papa Francisco en una de sus primeras oraciones públicas como líder de millones de católicos en el mundo.
En relación con el perdón y los conflictos que tendrá que enfrentar el papa Francisco, reviso algunas notas escritas como parte de mi colaboración semanal en nuestro periódico. No en balde hay que regresar a los clásicos: Paul Ricoeur en Memoria, historia y olvido y el Psicoanálisis en la espléndida traducción de Adolfo Castañón y el comentario al Epílogo que amablemente me envió:
Estas tres partes desembocan en un Epílogo: el difícil perdón
en que culminan las anteriores y donde el itinerario del libro y aun del propio Paul Ricoeur cobra un peso específico y de ética al vincular las artes de la memoria y del olvido con las cuestiones de la justicia y conferir así a la filosofía a la historia una resonancia mayor (por no decir una trascendencia) en el contexto de un mundo secularizado.
El perdón y el círculo de la amnesia, la amnistía y el olvido cierran una reflexión –la de Paul Ricoeur– iniciada a la luz preocupada de la memoria y de la historia con un elogio de la despreocupación que no es olvido sino gracia y libertad ante las heridas de la memoria y los purgatorios de la historia. Paul Ricoeur concluye su obra con una frase que de hecho está redactada e impresa como si fuese un poema: Bajo la historia, la memoria y el olvido/ Bajo la memoria y el olvido, la vida./ Pero escribir la vida es otra historia./ Incabamiento
.
Jacques Derrida, con quien me vuelvo a encontrar aquí, tiene razón: el perdón se dirige a lo imperdonable o no es. Es incondicional, sin excepción ni restricción. No presupone una petición de perdón: “No se puede perdonar o no se debería perdonar; sólo hay perdón –si hay–, allí donde hay algo imperdonable.
El lenguaje que se intenta adaptar al imperativo pertenece a una herencia religiosa, digamos abrahámica, para agrupar en ella al judaísmo, los cristianismos y los islamismos
. Pero esta tradición, compleja y diferenciada, incluso conflictiva, es a la vez singular y está en vías de universalización. Es singular en el sentido de que es fruto de la memoria abrahámica de las religiones del Libro y dentro de la interpretación judía, y sobre todo cristiana, del prójimo y del semejante
.
A una cristianización que ya no necesita de la Iglesia cristiana
(ídem), como se ve en el ámbito japonés y con motivo de ciertas expresiones del fenómeno de mundialatinización
del discurso cristiano. Esta simple observación plantea el gran problema de las relaciones entre lo fundamental y lo histórico para cualquier mensaje ético con pretensión universal, incluido el discurso de los derechos del hombre. A este respecto, se puede hablar de supuesto universal, sometido a la discusión de una opinión pública en vías e formación a escala mundial. A falta de tal ratificación, uno puede preocuparse de la canalización del test de universalización en beneficio de la confusión entre universalización en el orden moral, internalización de rango político y globalización de rango cultural.
Jacques Derrida piensa en todas las escenas de arrepentimiento, de confesión, de perdón o de excusas que se multiplican en la escena geopolítica desde la última guerra y, de modo acelerado, desde hace algunos años
. Ahora bien, gracias a estas escenificaciones, se difunde de modo no crítico el lenguaje abrahámico del perdón. ¿Qué sucede con el espacio teatral
sobre el que se representa la gran acción del arrepentimiento
? ¿Qué sucede con esta teatralidad
? Me parece que se puede adivinar aquí la existencia de un fenómeno del abuso comparable a aquellos que hemos denunciado repetidas veces en esta obra, ya se trate del presunto deber de memoria o de la era de la conmemoración: Pero el simulacro, el ritual automático, la hipocresía, el cálculo o la torpe imitación participaron a menudo y se invitan como parásitos en esta ceremonia de la culpabilidad
.
El hecho de que la noción de crimen contra la humanidad y la pederastia sigan estando en el horizonte de toda geopolítica del perdón
constituye, sin duda, la última prueba de esta vasta discusión. Por mi parte, formularé de nuevo el problema en estos términos: si existe el perdón al menos como himno –como himno abrahámico, si se quiere–, ¿hay perdón para nosotros? ¿Algo de perdón? O hay que decir, con Derrida:
“Siempre que el perdón está al servicio de una finalidad, aunque sea noble y espiritual (rescate o redención, reconciliación, salvación), siempre que tiende a restablecer la normalidad (social, nacional, política, sicológica) mediante el trabajo del duelo, mediante alguna terapia o ecología de la memoria, entonces el perdón
no es puro –ni su concepto–. El perdón no es, ni debería ser, ni normal ni normativo ni normalizador. Debería seguir siendo excepcional y extraordinario, a prueba de lo imposible: como si interrumpiera la corriente ordinaria de la temporalidad histórica”.
Es esta prueba de lo imposible
la que debe afrontar el papa Francisco.