|
||||||||||||||
Tianguis orgánicos, Rocío García Bustamante Vivimos una crisis civilizatoria resultado de un proceso histórico de explotación y uso del ser humano y la naturaleza, enmarcada en una sociedad regida por las relaciones de intercambio. Podemos ver que la pobreza ha crecido en los 30 años recientes: en 1980 afectaba a 41 por ciento de la población de América Latina y en 2000 al 44 por ciento, y dentro de éstos el 64 por ciento son habitantes de zonas rurales, en donde, se calcula, viven alrededor de 125 millones de pequeños productores. Hemos visto cómo los pequeños productores no pueden competir en los mercados internacionales que ahora han llegado hasta ellos con precios muy bajos; son orillados a migrar, sobre todo los jóvenes, en busca de trabajo, y son “utilizados” como obreros agrícolas con condiciones de trabajo muchas veces denigrantes. Una de las consecuencias de las migraciones es el aumento del número de mujeres al frente de los hogares. Al mismo tiempo, los pequeños productores se convierten en consumidores de los productos de las agro empresas en que trabajan, y van perdiendo autonomía. Van cambiando también sus hábitos de alimentación y consumo en el medio rural, pero también en las ciudades, en donde se homogenizan los alimentos. Prevalecen productos industrializados que muchas veces contienen insumos de dudosa calidad nutritiva. Asimismo, se ha dado una “artificialización” de los sistemas agrícolas en busca de la productividad; la sobreexplotación de los recursos, y la contaminación, degradación y el cambio del uso del suelo dañan gravemente los ecosistemas y se rebasa el límite que permite la durabilidad de los recursos. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), 25 por ciento de las emisiones de CO2, que desencadena el efecto invernadero y el cambio climático, provienen de este tipo de agricultura, que llamamos convencional. Los monopolios en el sector de alimentos crecen cada vez más. En su más reciente informe, Intermon Oxfam estima que 70 por ciento de las transacciones de alimentos en el mundo está en manos de menos de 500 empresas. En general, no se promueve el consumo local y regional de alimentos y nos alejan de la soberanía alimentaria. “La dependencia alimentaria del país aumenta dramáticamente; de cada cien gramos que consumimos, 42 por ciento provienen del extranjero. El 70 por ciento de los 18 millones de mexicanos que padecen pobreza por hambre vive en el campo; en sólo tres años aumentó en ocho millones el número de ellos por el alza del precio de los alimentos” (http://www.jornada.unam.mx/ultimas/2011/06/12/162130837). Como consecuencia a todo esto, los consumidores ven cada vez más limitadas sus opciones de compra, no tienen derecho a saber y decidir entre lo que consumen y lo que quisieran consumir, dado el acaparamiento de alimentos por los grandes agro negocios. Además de que los precios de los productos se mantienen al alza. Tianguis orgánicos locales, propuestas. Como resultado de estas políticas económicas, muchos campesinos buscaron alternativas, una es la producción orgánica. El número de pequeños productores orgánicos en México ha aumentado considerablemente. Pasó de 12 mil 847 en 2006 a 124 mil 965 en 2008, de los cuales 82 por ciento son indígenas, según el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias para el Desarrollo Rural Integral (CIIDRI, 2008). Estos datos ilustran cómo el sector social en México puede ser semilla en la búsqueda de alternativas de alimentación.
Así, los mercados orgánicos locales nacen como respuesta a la necesidad de buscar canales de comercialización de pequeños productores, que brinden el valor agregado con que cuentan sus productos, y de buscar brindar a la población alimentos sanos, seguros, cercanos y soberanos. Actualmente, el mercado interno de los productos orgánicos se encuentra en una etapa incipiente, ya que sólo 15 por ciento de la producción orgánica se consume dentro de México y sólo el 5 por ciento se vende como orgánico (el resto se vende como si fuera convencional). No obstante, a diferencia de hace diez años, hay un mayor número de iniciativas, entre ellas fundamentalmente los tianguis y mercados orgánicos locales que se encuentran en varias ciudades del país. Estos mercados están apoyados por productores y consumidores comprometidos y en muchos casos existen también vínculos con universidades y organizaciones no gubernamentales. “A diferencia del sector orgánico convencional, los tianguis y mercados orgánicos están enfocados a la venta de productos que, además de ser orgánicos, se producen localmente por pequeños productores”, de acuerdo con Manuel Ángel Gómez Cruz (La agricultura orgánica en México. Producción, comercialización y certificación de la agricultura orgánica en América Latina. CIESTAAM-UACH. 2007). Podríamos decir que los tianguis orgánicos locales son espacios de encuentro entre pequeños productores locales, cuyos productos son “amigables” con el entorno natural, y consumidores responsables, quienes basan sus decisiones de compra en “otros” valores. Son espacios de intercambio de saberes y sabores. Representan una opción a la hora de decidir cómo y qué producir, cómo y qué consumir. Estos mercados empezaron a surgir en México en 2001, pero han crecido rápidamente. Hablamos de que en 2003 existían cuatro tianguis orgánicos (Chapingo, Xalapa, Guadalajara y Oaxaca) y ya para el 2012 sumaron más de 30, en diferentes lugares en todo el país, desde Baja California Sur hasta Quintana Roo.
Entre los objetivos principales de los tianguis y mercados orgánicos locales están: organizar y coordinar la producción y el consumo directo de productos orgánicos, ofrecer alimentos sanos a precios justos tanto para los productores como para los consumidores, conectar a la población de la ciudad con el campo, apoyar el fomento y desarrollo de una alimentación sana bajo un modelo de producción sustentable, promover la filosofía de la agricultura orgánica, estimular y promover el consumo regional, así como sensibilizar al consumidor en temas agrícolas, ambientales y sociales (www.mercadosorganicos.org.mx) Estos mercados han sido impulsados por la sociedad civil, productores, consumidores académicos, promotores, y un sinnúmero de actores cuyo interés gira alrededor de los alimentos sanos, seguros, cercanos y soberanos, en medio de una sociedad fragmentada en la búsqueda del trabajo en conjunto, por algo que nos toca a todos, “los alimentos”; pero no cualquier alimento, sino los alimentos que fueron producidos bajo “otra lógica”, la lógica de diferentes relaciones con la naturaleza y con el ser humano. Ahora es tarea de todos nutrir estas alternativas en la búsqueda de “otros” mundos posibles.
Comida sana vs comida chatarra. Agroecología vs agricultura industrial Luis Eduardo Pérez Llamas Los alimentos no lo son todo; El capitalismo, que tiene como fundamento la explotación del trabajo, lo mismo devasta la ecología que la salud de la gente. Para el caso de la agricultura, y con la promesa de acabar con el hambre, implementó –primero– la Revolución Verde, se siguió con labiotecnologíay hoy insiste en los transgénicos. Proceso que se complementa –a nivel de la alimentación– con la fast food y la comida chatarra, con la promoción del consumo masivo de drogas, alcohol y tabaco y con el uso indiscriminado de medicamentos farmacéuticos, lo mismo que con el propio fomento del consumo de alimentos transgénicos. La proliferación de tóxicos en los alimentos, en el aire, el agua y la tierra ha conducido a enfermedades crónico-degenerativas a buena parte de la población mundial. Por ejemplo, el 9 de septiembre de 2011 Asa Cristina Laurell escribió en La Jornada que: “las cuatro enfermedades no trasmisibles (ENT) más comunes –cáncer, diabetes, males cardiovasculares y de pulmón crónicos– representan 60 por ciento del total de las defunciones mundiales”. Otro reporte aparecido el 21 de septiembre de 2012 señaló: “En América, indicaron la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), tres de cada cuatro personas padecen una de estas enfermedades. Unos 4.45 millones de personas mueren al año por causa de alguna de ellas, lo cual representa casi 75 por ciento del total de defunciones en la región. De esta cifra, 1.5 millones de personas mueren antes de cumplir 70 años”. En el caso de México cifras recientes señalan que 35 millones de personas mayores de 20 años viven con riesgo de sufrir un infarto. El 7 de agosto del 2012, Salomón Chertorivski –aún como secretario de Salud del gobierno federal– declaró que las enfermedades de larga duración como diabetes, hipertensión arterial y colesterol elevado –a las que habría que añadir el cáncer– provocan 75 de cada 100 muertes en el país. Pero quizá, lo más alarmante a resaltar es que el 73 por ciento de los mexicanos sufren de sobrepeso y obesidad, problema que está relacionado con la mayoría de las enfermedades crónico-degenerativas, de acuerdo con los recientes señalamientos de Mauricio Hernández Ávila, del Instituto Nacional de Salud Pública.
Vinculado a esto, recordemos lo que ha venido señalando Alejandro Calvillo, director de El Poder del Consumidor, que durante el sexenio de Felipe Calderón murieron 500 mil personas de diabetes y que, si esta tendencia se mantiene, morirán 700 mil en el sexenio de Peña Nieto. Por ello, como señaló Abelardo Ávila Curiel, investigador del Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán”, frente al bombardeo de comida chatarra –y demás– lo menos que los mexicanos podemos hacer para consumir comida sana es recuperar la dieta tradicional de maíz, frijol, verduras, frutas y un poco de carne, que “va (más) en armonía con el genoma del mexicano” (La Jornada del Campo, 20/10/12). Cabe recordar que es por medio de los alimentos que se satisface la necesidad más elemental, no sólo en términos de nuestra economía, sino también desde el punto de vista de nuestra salud. Reproducimos nuestra fisiología por la vía de los alimentos porque de ellos dependen las estructuras tisulares y celulares del cuerpo. La comida sana se construye metódicamente por medio de un conjunto o sistema de alimentos y no a partir de alimentos sueltos –por más sanos que sean– y mucho menos a partir de que un alimento que contenga anti oxidantes o alguna cualidad maravillosa. Siguiendo la máxima hipocrática de que “para que el alimento sea tu medicina”, al elegir tal o cual conjunto de alimentos, es necesario considerar las condiciones climáticas, pues la comida que consideramos sana para los costeños no puede ser la misma que para los esquimales. Lo mismo cabe señalar respecto de la constitución física o la edad de las personas y su actividad física. No podemos alimentar de la misma manera a un niño que a un anciano, a un labriego que a una secretaria. Bien dice el proverbio popular que somos lo que comemos, y es mejor que lo hagamos con relación a estos referentes ambientales, físicos, laborales, etcétera. Desde una de las perspectivas de la medicina natural, la salud es el estado natural del cuerpo; por ello la insistencia en el término natural y la invitación al regreso a una vida natural frente a lo artificioso de la gran industria de alimentos capitalista que busca sustituir la agricultura por el laboratorio. Podemos decir que los alimentos tienen una ecología interna, lo cual queda destruido a partir de la elaboración química sintética del laboratorio de la industria capitalista de alimentos. Incluso desde el simple hecho de la refinación de los alimentos; por ello también la insistencia en lo integral de los alimentos, justamente por su ecología interna y por la integración equilibrada de sus componentes nutrimentales. Y qué decir de los términos orgánico o ecológico frente a la desertificación de los suelos o frente a la muerte de su microbiología a partir del uso indiscriminado de agro tóxicos y de barbechos inadecuados y excesivos. No son términos redundantes sino precisos frente a la devastación de la ecología, de la biodiversidad, de todos los organismos vivos que lleva a cabo el depredador sistema moderno de producción capitalista. Por supuesto que no estamos invitando a que todo mundo se ponga a dieta –en el muy mal entendido significado de la palabra–. En todo caso retomemos el sentido original de la palabra griega diaita –de acuerdo con Hipócrates–, que significa forma o estilo de vida. En ese sentido sí sería bueno que adoptáramos una nueva forma de vida naturalista y ecológica frente al muy destructivo modo de vida capitalista.
|