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Las plumas de Don Blas Rosario Cobo A sus más de 60 años, Blas Soto, campesino náhuatl de San Miguel Tzinacapan, fundador de la Cooperativa de café y pimienta Tosepan Titataniske en la sierra nororiental de Puebla, inventó un peculiar y muy efectivo sistema orgánico a base de plumas de gallina para mejorar el cultivo de maíz. Don Blas siembra media hectárea y después de experimentar durante siete años ha logrado quintuplicar su producción. Y aunque la parcelita es rentada parece no preocuparle que un día de estos el dueño ya no se la quiera alquilar. Porque él no tiene prisa: “Yo diría que toda la cosa orgánica lleva su tiempo –dice–. No es fácil pedirle cambios a la tierra”. “ Yo tengo 35 años en la Tosepan, y por acá estamos batallando desde sus principios”. Así empieza la charla con don Blas, que en 1978 formó la Cooperativa Local de San Miguel Tzinacapan, la primera de la Tosepan, y ayudó a construir la red de tiendas de abasto nacidas de la lucha por bajar el precio del azúcar, que los tenderos encarecían. Más tarde participó en el sistema de abasto Conasupo-Coplamar. Pero el proyecto tenía enemigos y en 1994, siendo presidente del Consejo Comunitario del almacén de Cuetzalan, fue acusado injustamente de fraude y encarcelado en el Centro de Rehabilitación Social (Cereso) de Puebla, donde estuvo preso a partir del 13 de diciembre de 1994 y durante cuatro años y tres meses, hasta que el 12 de marzo de 1999 lo declararon inocente y lo dejaron ir, así nomás, sin darle siquiera una disculpa. En la cárcel, don Blas ayudaba a otros presos a estudiar primaria y secundaria, y se inscribió en un taller literario. “Ahí fue que le hallé el gusto a escribir”, cuenta. Y ya encarrerado participó en recuperar la historia de la comunidad, escribirla en náhuatl y luego traducirla al español. Don Blas hacía milpa pero no sembraba café. Hasta que su esposa, que venía de familia cafetalera, lo animó a poner una huerta. En 1985 empezó con media hectárea de café y pimienta. Después se extendió un poco más, hasta llegar a tres hectáreas que hoy trabaja. En cuanto al maíz, igual que muchos campesinos sin tierras propias adecuadas para milpa, don Blas renta una pequeña parcela. “Siempre he trabajado media hectárea para el gasto de la familia –cuenta–. Antes usaba fertilizante, porque, si no, la tierra no respondía. Pero no le metía nada de herbicida, porque yo hacía milpa y el matayerbas acaba con el frijol, con la calabacita, con los quelites... En 2004 en la Tosepan empezamos con lo del café orgánico. Y yo le apliqué la idea también a la milpa... En ese entonces usábamos mucho excremento de chivo y pulpa de café, y con eso empecé… Pero que la tierra que tenga cambios lleva su tiempo. En el maíz el cambio no se da luego luego, sobre todo porque por acá estábamos impuestos a echarle fertilizante en la milpa y no es fácil cambiar esa costumbre. Yo, por ejemplo, rento un terreno que antes se trabajó con hartos herbicidas y me costó trabajo mejorarlo. “Aquí –dice don Blas enseñando un cuaderno– escribí la historia de cómo le fui haciendo... Como dos años le eché fertilizante químico, pero en 2005, cuando empezamos con esa curiosidad del café orgánico, le puse a la milpa todo lo que le echaba a la huerta... Ese año apenas saqué ocho bultos de maíz (cerca de 400 kilos). Pero no me desanimé y seguí trabajando con estiércol y pulpa de café. En el 2006 coseché un poco más, 12 bultos (600 kilos), y en el siguiente año ya fueron 16 bultos (800 kilos) los que levanté... “En el 2008 se me ocurrió ponerle guano de murciélago en lugar de excremento de chivo. Por aquí hay muchas cavernas y yo y un sobrino nos fuimos a traer el guano, mismo que le eché en la siembra, antes de la labra y la terrada Y también le eché pulpa de café, porque le seguía yo confiando a la pulpa. “Mi papá, que todavía vivía, me decía: ‘No pierdas tu tiempo, al fin que ni es tuya la tierra’. Pero yo seguí, y esa vez saqué 20 bultos (850 kilos). Y el otro año volví a sembrar igual. “En el 2010 me quiero detener tantito –dice don Blas–, porque ese año hubo un cambio. A raíz de un convivio familiar se mataron pollos en la casa… Había mucha pluma y, sin pensarlo mucho, agarré las plumas y se las eché al cafetal... Como a los dos meses vi todo verde, muy verde, y me dije ¿qué pasó aquí? Entonces me di cuenta de que la pluma estaba quedando como masa… como que se estaba derritiendo. Y pensé: si le vino bien al cafetal, qué tal que le sirva a la milpa… Y fue entonces cuando se me ocurrió venir a las pollerías de Cuetzalan. ‘¿Qué le hacen a las plumas?’, pregunté, ‘Pues las tiramos a la basura’, dijeron. ‘¿Y si me las regalan?’, tanteé yo… ‘Bueno, sí, pero vienes por ellas temprano –dijeron– porque a las seis de la mañana las tiramos’. “Así le hice. Eché hartas plumas, que son muy olorosas; tanto que ese día se apilaban los zopilotes en el cielo. Y para mí, que sí hubo un cambio: las plantas crecieron verdes y se dio la mazorca grande. Ese año saqué 42 bultos (2.1 toneladas)… Y, como dicen los chavos, ‘me sentí realizado’. “En el 2011 seguí con lo de las plumas. Y en el 2012, como la tierra ya estaba bien nutrida, ya no le puse pluma a la siembra, solo le eché la micorriza, el abono orgánico que me dio la Tosepan. Y ya van dos años que cosecho más de 40 bultos en mi media hectárea“, concluye muy ufano don Blas. “ Aquí, en la Tosepan nos capacitamos buscando alternativas agroecológicas para dejar los agroquímicos –explica Leonardo Durán, asesor de la organización–. Pero no damos recetas, proponemos alternativas. Blas, por ejemplo, escoge lo que le sirve, lo que puede entender; no se cierra: usa las plumas pero también la micorriza. De las enseñanzas de la Tosepan toma algunas cosas. Capta los principios y él solo encuentra nuevas salidas. A mí me parece muy interesante esto de las plumas, porque cuando hablamos de abonos orgánicos se dice que las plumas y los cabellos tardan mucho en descomponerse, y por eso casi no se usan para compostear, de modo que a nosotros no se nos hubiera ocurrido. Pero por eso, porque el proceso es lento, en la tercera siembra Blas no usó más abono orgánico, porque las plumas tardan tanto en descomponerse que van dejando poco a poco el nitrógeno”. Don Blas no se contiene e interrumpe: “En estos tres años muchos han visto los cambios en la milpa, y ahora ya venden la pluma a 30 pesos el costal, cuando antes la regalaban. Mi compadre me dijo: guarda el secreto. Pero no, yo quiero que todos conozcan lo que hice. Para la otra cosecha ya se me ocurrió licuar la pluma de pollo con un poco de excremento de vacas y cáscara de huevo. De esa aquí no se ha hablado, pero dicen que tiene muchos nutrientes. Voy a probar y ya les contaré”. Sorprende que don Blas, que renta la tierra, esté experimentando. “Los campesinos que rentan para sembrar milpa –explica el asesor– no tienen interés en abonos orgánicos, aplican fertilizantes y otros químicos para cosechar mucho maíz y rápido”. Blas, igual que quienes siguen su ejemplo, tiene fe. Tiene la esperanza de mejorar las tierras cansadas. Don Blas concluye la plática: “Esto lleva su tiempo, en mi parcela no sólo fueron las plumas, también todo el trabajo que le metí. El primer año no logré nada y no me desanimé. Hay que ser necio. Recuerdo que un maestro nos decía: ‘ocupen los sesos, porque, si no, se les vuelven mierda’. Y yo me lo grabé bien, por eso siempre estoy rebuscando ideas nuevas”.
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