París, 14 de marzo.

Isabelle Huppert desprende algo inaccesible, pero a la vez firme. Y no sólo en la gran pantalla, sino también en la vida real. Un aura que le sirvió de trampolín para su carrera: su gesto grave, que expresa a la vez enorme turbación y tristeza, se ha vuelto sello de la casa.

La actriz, quien este sábado cumple 60 años, es una excepción en el cine francés, que califica a su estrella de fría intelectual.

Desde el thriller sicológico La ceremonia, de Claude Chabrol, a La pianista de Michael Haneke, Huppert es capaz de transmitir la emoción y una enorme intensidad sin apenas mover los músculos faciales. Y, con ello, ha conquistado decenas de premios.

El jurado de Cannes la distinguió en dos ocasiones con la Palma de Oro a la mejor actriz: en 1978 por Violette Nizière (Chabrol), y en 2001 por La pianista. En 2009, fue ella quien presidió el jurado del certamen francés.

Contrastante

Menuda, de tez pálida y 1.52 metros de altura: su aspecto frágil contrasta con su determinación. Huppert es una workaholic.

Desde joven se le consideraba, junto a Isabelle Adjani, una de las actrices más infatigables. Hoy, con tres décadas de carrera, cuenta ya con un centenar de películas, sin contar con los papeles que ha interpretado sobre las tablas.

Entre sus mayores éxitos teatrales figuran Orlando, de Virginia Woolf, en una puesta en escena de Robert Wilson; Medea, de Euripides, y 4:48 sicosis, de Sara Kane, en el que da vida a una sicópata.

Hija de un empresario y una profesora de inglés, Huppert tuvo éxito arrollador a los 23 años con el drama La dentellière, de Claude Goretta. En él daba vida a Pomme, joven rota por un desamor que ingresa en una clínica siquiátrica. Tan joven, y ya había encontrado el tipo de papel que le iba como anillo al dedo.