Regresó de Japón, donde logró el cetro minimosca del CMB
Superó la presión social que criticaba sus deseos de ser boxeadora
Martes 5 de marzo de 2013, p. a15
Ibeth Zamora escuchó el estruendo del Korakuen Hall en Tokio, que apoyaba a la boxeadora local Naoko Shibata, como si se tratara de público mexicano que alienta a una compatriota.
Se coreaba el nombre de la japonesa, pero para ella era como si gritaran Ibeth, aunque sabía que estaba en territorio hostil en la disputa del vacante título minimosca del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), en un escenario en el que ganar ante rivales nipones y vencer por puntuación con jueces parciales es prácticamente una idea descabellada.
En el cuarto asalto vio que Shibata estaba agotada. Cuando leyeron las tarjetas el primer juez dio la pelea a la japonesa, el segundo a la mexicana y el tercero determinó que la nueva campeona del orbe era Ibeth.
Entonces sí saltamos de alegría
, admitió ayer, al bajar del avión que la trajo de Japón. Era evidente que estaba emocionada cuando escuchó su nombre como nueva monarca, pero no se quebró con las emociones, porque ella es sólida e impenetrable, tal como reza su apodo de guerra: La Roca.
Nunca titubeó en esta oportunidad. Había mucha gente que nunca confió en mí y que dudaba que pudiera ganar el título
, recordó Ibeth.
Como mujer de origen otomí, en una familia rural de un pueblo cercano a Toluca, sabía que al elegir el boxeo profesional eludía también un destino histórico. Ella no quería ser esposa y madre consagrada al cuidado de la familia, contó.
La presión social en su pueblo era muy fuerte y otras mujeres le recriminaban que pasara tantas horas metida en un gimnasio lleno de hombres.
“Una vez una muchacha de mi edad me dijo: ‘las mujeres no podemos hacer eso que tú haces’. Tiempo después me la encontré y me llevé una gran sorpresa al descubrir que también estaba entrenando boxeo, como varias mujeres de mi comunidad”, relató Ibeth.
Pero no sólo tuvo que reponerse a la presión de género en su pueblo, San Cristóbal Huichochitlán, en el estado de México, porque en su periodo de formación como deportista también fue víctima de discriminación.
Pensaban que por ser otomí era ignorante, me decían que debía estar entre animales y milpas; eso nunca me ofendió, al contrario, hizo que asumiera con más orgullo la cultura de mi pueblo
, exclamó Ibeth.
Mi campeonato dignifica a las mujeres, pero también a los pueblos indígenas
. Ibeth supo que ganar ese cetro, el segundo –también fue monarca del mundo en categoría paja de la AMB– serviría de referente a las mujeres de su comunidad, cada vez más interesadas en buscar otras opciones que los roles sociales tradicionales. Pero siempre les digo que lo más importante es que preservemos nuestra lengua y nuestra cultura
, acotó.
El día que partió rumbo a Japón dijo algunas palabras en su lengua para comprometerse con su comunidad: “Gho ohniva ga ñha, go uhnivi móy, tha go pitzi, go taja pa ma nini”. Tradujo: Le voy a pegar en la cabeza, le voy a pegar en el estómago hasta que la tire, voy a ganar para mi pueblo
. Y cumplió.