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La osadía del búfalo
P

odría decirse que el mito anglo sobre el escritor Óscar Zeta Acosta (merced al periodismo gonzo, la fantasía de Hollywood y la cultura mediática) ha nublado la visión originaria, desde la perspectiva chicana, de sus cortas vida y obra. Aunque aquejada de ciertas imperfecciones formales, la narrativa de Acosta es brillante y con frecuencia genial en su eficacia y su ferocidad. No obstante, quizás ya no siga tan firme la consideración de su contemporáneo, el crítico Juan Rodríguez: el más popular de los novelistas chicanos que escriben en inglés (El pueblo chicano, compilación de David R. Maciel, Ediciones El Caballito, México, 1977).

Originario de El Paso, de aquellas familias que no cruzaron la frontera, sino que ésta las cruzó, Acosta pugna por encontrar, o crear, una identidad (suya y de su gente) mexicano-estadunidense. Algo que de hecho se materializa por entonces, cuando aún no rifa la fuerte carga demográfica de la actualidad, la cual transformaría y volvería más complejo el fenómeno de los chicanos originarios, los nuevos migrantes y las sucesivas capas en la mexicanización subrepticia del sur de Estados Unidos.

Charles M. Tatum encuentra en sus dos novelas, altamente autobiográficas y pobladas por personajes y acontecimientos reales, una odisea personal, con ánimo de descubrirse a sí mismo y encontrar su relación con el pasado cultural (La literatura chicana, 1982, edición mexicana SEP, 1986). Y ofrece una útil síntesis de ambas (cabe mencionar que la familia de Acosta migró de Texas al Valle de San Joaquín, en California, y luego al norte, donde él se hizo abogado):

“En Autobiografía de un búfalo café (1972) Acosta inicia su investigación, que duraría seis meses, lejos de su cómoda pero monótona vida de abogado social en Oakland. Aunque al principio desconoce qué lo aqueja, sufre un profundo fastidio que lo impele a abandonar la zona de la bahía de San Francisco para trasladarse a Idaho, Colorado y Texas. Se sumerge en el sicodélico escenario de la droga de los años 60, experimenta el irrestricto uso de los enervantes y el sexo, sólo para resurgir tan desanimado y confuso como antes. Es en Ciudad Juárez donde descubre sus verdaderos orígenes mestizos y comienza a sentir orgullo, como si fuera un ‘hermoso búfalo café’. Parte enseguida para Los Ángeles, ‘hogar de las más grande manada de búfalos café en el mundo’, resuelto a consagrar su recién encontrada identidad al servicio del bien.

“En La revuelta del pueblo cucaracha (1973), el que antes fue un pusilánime abogado social se convierte en militante carente de temores, que participa en manifestaciones, desfiles y dramáticas defensas en la sala de tribunal, para salir al paso de las falsas acusaciones contra activistas incriminados por las autoridades. Acosta adopta su nombre intermedio, Zeta, del general villista Antonio Zeta, héroe de una película clásica mexicana (Tatum se refiere a La cucaracha, de Ismael Rodríguez, 1958). El nombre indica también las cualidades de auténticos héroes revolucionarios como Emiliano Zapata y Francisco Villa. Otra conexión con la Revolución Mexicana se insinúa en el título de la novela: ‘las cucarachas’ son los tenaces participantes de la Revolución de 1910, que marchan al son de la inspirada canción que surgió durante el sangriento conflicto”. (Acosta, mariguano incondicional, confiesa en el libro que esa vieja canción, casi el único español que sé, lo arrulla: it puts me to sleep, confiesa.)

En la valoración de Tatum, el estilo de Acosta es enérgico, pero a menudo indisciplinado. Dispara desde la cadera, con poco cuidado para desarrollar una expresión refinada y brillante. Esto por supuesto va de acuerdo, en su primera obra, con su confusa visión del mundo, y en la segunda, con su estrepitoso y a menudo irreverente ataque a una sociedad hipócrita y sin valor.

Recurre, según Norman D. Smith (1977) a la manipulación de técnicas cinemáticas. Poco mencionan en cambio los comentaristas la evidente influencia, tan recíproca, del nuevo periodismo estadunidense, que es de lo mejor en su época.

La saga de Acosta (su asedio de Aztlán, como lo describe Smith) ocurre en lugares y tiempos precisos. Su clímax sucede durante la guerra de Vietnam, en la California gobernada por el actor Ronald Reagan, en el origen (altamente represivo) del experimento capitalista que hoy llamamos neoliberalismo. Acosta no tiene la menor duda: no ceja en llamarlos cerdos. Su desafío extremo es mediático, temible, conmovedoramente desinteresado en su arrojo, su explosiva rabia y su aún más explosiva alegría vital.

Búfalo Z. Brown se presenta ante los policías como revolucionario profesional, arroja ocasionales bombas molotov (cuya elaboración describe detalladamente) y monta en Los Ángeles the best show in town. La raza lo adora: ¿Quién chingados dijo que la revolución tiene que ser aburrida? ¿Por qué no ser serios y divertirse a la vez?