Tras mucho bregar y fallas de los delanteros, el defensa Chispa Velarde anotó el gol
Ante magra entrada, los auriazules consiguen su primera victoria del torneo como locales
El Morelia se defendió en espera de un contragolpe
El portero Vilar tuvo buena actuación
Me tocó sacar todo el estrés de jornadas anteriores, pero (la celebración) fue sin querer molestar a nadie, dijo VelardeFoto Cristina Rodríguez
Lunes 18 de febrero de 2013, p. 2
Pasaron siete fechas para que Pumas pudiera celebrar una victoria en su cancha. Siete semanas para que los aficionados, en una entrada magra al Olímpico Universitario, estallaran como si hubieran ganado un título más. No era cualquier cosa: el conjunto por fin ganó en casa, con el gol de un defensa, porque los delanteros insistían sin fortuna; fue Efraín Velarde, el jugador que hace dos semanas falló un penal y por tanto había postergado esta fiesta. Anotó en el segundo tiempo y después de mucho esfuerzo, pero al fin Pumas recordó lo que se siente levantar los brazos.
El triunfo fue de apenas un gol al Morelia, un tanto que se resistió a caer después de tantos coqueteos fallidos con el arco del veterano Federico Vilar. La presión sobre los delanteros hacía que entraran decididos en el área del rival, pero las ansias por marcar de una buena vez en su estadio y para su afición los orillaba a dar punterazos desesperados, voleas descompuestas o fogonazos con la mira desafinada.
Esa tensión se percibía en el estadio, no sólo en los 11 jugadores universitarios, que seguramente sentían que esta vez estaban obligados a ganar, sino también en las gradas, donde los aficionados auriazules se montaron a un sube y baja emocional. Se emocionaban cada vez que sus chicos entraban al área y se tiraban de los cabellos y vociferaban cuando dejaban ir una oportunidad.
Tampoco es que el Morelia espantara con un equipo de forajidos de mala cara; tuvo unos cuantos destellos peligrosos y apostó al orden en las líneas. Rubén Omar Romano dejó la responsabilidad de hacer daño sólo a dos hombres: Aldo Leao y Jefferson Montero.
Con todo, Pumas estuvo cerca de recetar otro de esos espectáculos de empeños que no culminan, de 10 muchachos díscolos que se engolosinan con la pelota, pero no saben qué hacer con ella. Y lo hizo durante todo el primer tiempo y casi la mitad del segundo.
En esa obsesión por mantener la pelota los delanteros pisaron el área en repetidas ocasiones. Eduardo Herrera fue un visitante asiduo del terreno de Vilar. A los 18 minutos hizo la primera amenaza real de gol, con una jugada impecable, en la que bajó el balón con el pecho frente al arco, pero la arruinó con un desesperado puntapié que dirigió la pelota encima de la portería.
Era tanta la ansiedad de Herrera que mantuvo un verdadero duelo cerrado con Vilar; en su momento más peleado, el arquero salió para tapar un disparo, un rebote que el delantero quiso volver a meter, pero una vez más la pelota fue taponeada por el guardameta.
Martín Bravo no tuvo mejor suerte. Como siempre, corrió desenfrenado, se apareció por todas partes de la cancha y peleó hasta el final. Pero no pudo encontrar el balón adecuado. A los 26 minutos mandó desde lejos un cañonazo que se fue muy lejos de la portería; lo hizo en un arrebato, porque tenía cerca a Robin Ramírez o a Herrera para intentar una jugada quizás más seria.
Mientras tanto, Morelia aguantaba sin encerrarse, con atención a un descuido en la salida del local para lanzar el contragolpe. Montero había llegado una ocasión casi a los 35 minutos, en una ocurrencia individual, que por un descuido de la zaga auriazul estuvo a punto de volverse un dolor de cabeza. Apuntó al arco y disparó, pero dio en las manos del Pikolín.
El gol no caía, el tiempo avanzaba y todos los corazones pumas se aceleraban. Al minuto 61 Verón cabeceó de espaldas al arco y la pelota quedó a merced de Bravo, muy incómodo, pero frente a frente con Vilar. Otra vez la desesperación fue mala consejera y el argentino decidió hacer una volea en la situación más descompuesta posible. El resultado fue otra posibilidad desperdiciada y las manos en la cabeza del responsable.
Cuando parecía que otro empate amenazaba el paso de Pumas en el torneo, de pronto un defensa cumplió la labor que sus compañeros de ataque no conseguían. Con mucho olfato, Romagnolli inició una jugada para Bravo, quien esta vez decidió que Chispa Velarde era el mejor ubicado en el área: el zaguero cruzó el disparo con la zurda y fundió el balón en el arco de Vilar. La afición estalló de alegría.
Los universitarios ya merecían una victoria en su propia cancha, fue lo que dijo al final del partido el autor del gol. Me tocó sacar toda la euforia y todo el estrés de jornadas anteriores, pero (la celebración) fue sin querer molestar a nadie
, agregó sin hacer alardes, a pesar de que ese tanto quitó presión a todo el equipo, al técnico y a la afición. Quedó claro que la mejor terapia en el futbol es el triunfo.