Cultura
Ver día anteriorSábado 16 de febrero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Yo-Yo Ma, superestrella
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Yo-Yo Ma al despedirse del público en el Auditorio Blas Galindo, del Centro Nacional de las Artes, después de que el violonchelista impartió una clase magistral la tarde del pasado lunes en ese recintoFoto Pablo Espinosa
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a tarde del lunes, en el Auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes se escuchó una explosiva manifestación de júbilo, del tipo de las que se asocian más comúnmente con una estrella de rock, para recibir en el escenario al sobresaliente violoncellista Yo-Yo Ma, quien se presentó para conducir una clase magisterial que resultó instructiva, estimulante y emotiva.

A lo largo de poco más de un par de horas, Ma trabajó con tres estudiantes avanzados de violoncello, que prepararon respectivamente el Preludio de la Suite No. 4 y la Giga de la Suite No. 3 de Bach, y la Rapsodia húngara de David Popper.

Más que detallar a fondo lo trabajado en cada pieza, resulta más esclarecedor el encuadrar la actitud, el enfoque y el proceso analítico aplicado por el gran instrumentista de origen chino. Coloquial, sencillo, desparpajado, cálido, energético y entusiasta, Yo-Yo Ma tomó como línea principal de conducta el dejar de lado los aspectos técnicos de las interpretaciones de los jóvenes violoncellistas, para abordar asuntos más profundos y trascendentes de musicalidad.

Un primer análisis de lo escuchado lo llevó a explorar diversos parámetros expresivos y emotivos, combinándolos sabiamente con cuestiones estructurales que iluminan brillantemente el pensamiento musical de Bach, así como el suyo propio.

Tocando el violoncello de pie, acompañando al piano a los intérpretes, improvisando una extraña scordatura en su instrumento, tamborileando ritmos sobre la tapa del piano o sobre el cuerpo de su violoncello, Ma remarcó una y otra vez la importancia crucial de la respiración y la pausa en la construcción del fraseo y la articulación, dando ejemplos de meridiana claridad y gran contundencia.

Entre sus consejos más enfáticos: trascender la técnica para descubrir la música, olvidarse de todo y perderse en la música, descubrir e interpretar la historia que narra cada obra y aprender a contarla con sonidos.

En el trayecto de su fascinante cátedra, bailó, actuó, cantó, imitó, inventó, improvisó, y en varios momentos estableció de manera muy clara su convicción de la importancia de la danza en toda concepción musical.

A petición expresa de uno de los participantes, accedió a abordar brevemente algunos aspectos técnicos, ilustrando a la concurrencia sobre los resultados que se pueden obtener con los cambios de velocidad en el arco, y sobre la posibilidad de obtener articulaciones percusivas en un instrumento de cuerda frotada.

La sesión entera estuvo marcada por la personalidad fresca, enjundiosa y comunicativa de Yo-Yo Ma, quien en todo momento supo contagiar una especie muy particular de gusto, ganas y gozo por hacer música y por compartirla.

En un breve momento de polémica sobre el asunto de la música abstracta versus la música programática, Ma soltó una más de sus frases memorables: La música es abstracta hasta que la haces tuya.

Hacia el final de su presentación, al resumir algunos de los principios que él aplica al hacer música, dejó muy clara también una aguda conciencia de la importancia de la educación, no solo en el contexto del quehacer musical, sino en el panorama más amplio del desarrollo del espíritu humano. Conminando a los músicos a trabajar allí donde más se les necesita (tema fundamental, me parece), Yo-Yo Ma los invitó también a aplicar a su labor los principios de colaboración, imaginación, flexibilidad e innovación.

De la suma de los conceptos expresados hacia el final de su clase magisterial, es posible extraer la evidente conclusión de que además de ser un intérprete de primera, Yo-Yo Ma es un músico muy completo con una sólida concepción de la música como servicio social.

Para concluir, Ma interpretó tres de los movimientos de la Suite para dos violoncellos de Samuel Zyman, haciendo equipo con el violoncellista mexicano Carlos Prieto, quien fungió como anfitrión y traductor de esta muy instructiva clase magisterial, que pudo haber sido técnicamente más pulcra.

¿A quién se le ocurrió, a estas alturas del siglo XXI, darle a un maestro de violoncello un micrófono de mano en vez de ponerle uno de solapa, el ubicuo y famoso Lavalière? Complicado, digo yo, tocar el violoncello a una mano, aun tratándose de Yo-Yo Ma.