Opinión
Ver día anteriorViernes 15 de febrero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La amiga extranjera

Seré para siempre un extraño extranjero.

Pasaré mis días suprimiendo mi vida.

Armand Robin

E

s la madre la amiga extranjera en mí, imponiéndome su paso, visitándome, quedo, paso a pasito y mi palabra su palabra, resbalándose. Origen de mi genealogía ancestral, viviendo conmigo aún sin estar, como el viento en el aire, dejando permanentemente sensación de vacío, que sólo desaparece cuando embarcado en su mano recorro las sensaciones de su cuerpo y es en mí lenguaje corporal, que se traduce a la palabra.

La madre mujer en mí, magia freudiana, variedad y diferenciación, se mueve, disgrega, desaparece, para volver a aparecer, sin ser nunca igual, siendo la misma, invisible, representada en la nueva aparición girando en vueltas me aprisiona en las sombras que recorren el mismo espacio fantasmal de estar y no estar a la vez, única forma de encuentro promovido desde el objeto cosa, cuento negro, pena oscura del inconsciente, descubridor de la falta de fijeza y centralidad de las cosas en la incesante transformación que hace cada momento al contactar un fluir inasible entre glorificación y melancolía al contemplarme en idealizada ternura que me arropa y al mismo tiempo me deja. Dolor que me acompaña y no me deja.

La mujer en mí es juego de fantasmas de ida y vuelta. Encuentro en el infinito, inalcanzable, que me lleva a buscarla continuamente, preservarla, perderla y volverla a conquistar, en un tiempo de la palabra, que no se adquiere de una vez para siempre, ya que la conquista de ayer es hoy una verdad pasada, una presencia en mí en que cada segundo, cada minuto, llevan consigo un misterio; secreto, magia y coincidencia de la extranjera que en mí no se que ratifica mediante contrato nupcial. Las palabras adquieren día a día significados nuevos al esclerotizarse o limitarse, distinguiéndose de los conceptos que las estrechan, y los sentimientos que evolucionan y mueren mediante fórmulas caducas o por el contrario, hacen estallar otras palabras novedosas bajo su empuje creador, renovante de la relación, opuesta a ese matrimonio estático por decreto, tortura, castigo cotidiano, de un oscuro sentimiento de culpa promotor lento de la muerte.

La mujer en mí, lo mismo la antigua que se torna móvil juega a las máscaras debajo de la cual hay una nueva mujer que escondida conmigo me proyecta al mundo. Reconocimiento de una cierta zona de sombra que en sí misma nunca se podrá iluminar totalmente de una vez para siempre. Juego con ella que se emancipa en la oscuridad original. Espacio en que tienen lugar encuentros entre mi yo biológico y yo sicológico. Reacciones que nunca pueden ser delimitadas de antemano y exhaustivamente. Zona de sombra constitutiva del origen mítico y propia vida que está continuamente renaciendo y por tanto chocando brutalmente con todo lo que sea rutina en la relación con esa extranjera que idolatro en este día y en todos los del año.

Porque la relación con ella contiene un secreto, que articulándose a su secreto tenderá por medio del lenguaje a dar un sentido que se moviliza y en múltiples significados. La palabra nace en el secreto para que sea vida antes de morir por no confiarlo. Palabra que me devela, descubre, desmistifica, para ajustarse a la herida como la flecha al arco, abriendo paso a un doble proyecto, que como suele ocurrir se rompe bajo el peso de lo esclerótico de los esquemas repetitivos de la cotidianidad, para nueva búsqueda en nuestros inconscientes, de esa verdad inencontrable (ombligo del sueño) lo mismo con la antigua la vuelta actual. Contemplación idealizada, antes de descubrir que carecemos de ternura, de esa verdad, que por verdad consuela pero duele, dolor que ¡ese sé! se repite y nos amarra debido al centelleo de la mutación que va de lo ideal a lo carente, cabalgando en el aire del tiempo, soledad de lenguaje oculto, para poder encontrarla en los silencios, traduciéndome claves incomprensibles, deseos prohibidos y desamparos originales.