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La higiene de las pasiones
V

iene el 14 de febrero; hablemos del sexo y del amor. ¿Cuántas de las ideas sobre el sexo tienen sus raíces en el mensaje católico? ¿Cuántas en los primeros discursos científicos?

Explicaba Karol Wojtyla en la Teología del cuerpo que el Génesis (Gn 1:26-28) nos enseña que “el matrimonio es la imagen de las relaciones de Cristo con su iglesia, la idea de matrimonio como sacrificio de Cristo en la cruz, amando a la iglesia hasta la muerte… en la cual el esposo y la esposa aceptan crucificar su carne con sus pasiones y sus concupiscencias”… Un sacrificio que se hace para cumplir el gran mandato “sed fecundos y multiplicaos…” De ahí que la resurrección de Cristo significa una nueva sumisión del cuerpo al espíritu y el matrimonio eleva el significado del amor. Esa entrega al madero nupcial es una renuncia hecha por amor y la continencia es una oportunidad de renunciar al placer. El hoy beato Juan Pablo II también retoma del Nuevo Testamento la idea del divorcio como equivalente al adulterio: quien repudia a su mujer y se case con otra comete adulterio (textual de Mateo y Marcos: Mt 19:3-9; ver también Mc 10:1-2).

Habrá que reconocer que esa renuncia al placer y la imagen del matrimonio como símbolo de crucifixión ha transcendido el mensaje religioso. El discurso de los médicos que fue sustituyendo el lenguaje clerical de la sexualidad desde la mitad del siglo XIX cobra un significado fundacional, porque inaugura un abordaje racional y científico, que desde entonces se pretendió imponer a las parejas.

A riesgo de simplificar un texto histórico riguroso, refiero aquí algunos fragmentos del excelente trabajo realizado por Fernanda Núñez Becerra que nos adentra en la literatura decimonónica de los médicos higienistas, quienes se enfocaron en ayudar a las parejas para que vivieran en feliz armonía (Los secretos para un feliz matrimonio, Coloquio Internacional de Historia de las mujeres y de Género en México, Lake City, 2005). “El doctor Esteller –nos refiere la autora– no se cansa de repetirlo; la misión de la mujer es propagar lícitamente en unión con el hombre la especie humana y ser una compañera, su dulce mitad, sin olvidar jamás que su puesto es el segundo, así como es el puesto que ocupa en la Creación”. Aunque el matrimonio sigue siendo para estos científicos un sacramento divino, algunos abogan por el derecho al divorcio para aquellas desgraciadas parejas que no habían logrado una verdadera y sólida unión. “Antes del matrimonio –explica el doctor Monlau– tenemos a un hombre y a una mujer, al primero, fuerte por la inteligencia y a la segunda, poderosa por la sensibilidad. Después del matrimonio el ser humano resume en su unidad todas las potencias que se hallaban separadas en cada mitad de sí mismo, la inteligencia se encuentra embellecida por la sensibilidad y la sensibilidad fecundada por la inteligencia”.

Una heterosexualidad determinante y una drástica distinción de los géneros, basada en la diferente naturaleza de cada sexo, puede llegar hasta el extremo, como lo vemos en la forma de definir el instinto genésico, como llamaban al deseo: “El de los hombres, que es físicamente visible, es imperioso, necesario y muy peligrosa su contención; el de las mujeres, en cambio, que es interno, es siempre pasivo, está como dormido. La indiferencia para los placeres del amor, muy rara en el joven sano, es muy común en la mujer, porque en ella está más desarrollado el temperamento linfático, tiene menos ardor y menos fogosidad y esto se halla en todas las hembras…”, afirma categóricamente el doctor A. Debay.

Los higienistas coinciden en que la felicidad del matrimonio eran los hijos. “Para las mujeres, la maternidad proporcionaba su pasaporte para una existencia real, era la coronación de la vida femenina, su meta, su fin…” Fernanda Núñez interpreta un miedo latente que percibió en la literatura decimonónica: ella encuentra que “las razones por la que los médicos insisten tanto en inscribir la anatomía femenina en la dichosa naturaleza, es apuntalar su esencia en una maternidad siempre renovada… un temor de que ellas dejen de querer ser lo que ellos dicen que ellas deben ser. Por eso insisten en que ellas son puro sentimiento, que no se les da la razón, que el trabajo fuera de casa es una aberración”. En el fondo está el miedo a la emancipación de las mujeres.

El mayor deseo en los hombres y la negación del deseo en las mujeres se reproduce en estudios científicos actuales que prueban esa menor dimensión en experimentos que reproducen condiciones en laboratorio, como si la sexualidad fuera una ciencia natural. El rechazo al sexo sin fines reproductivos es una regulación que, aunque se contradice en la práctica, sigue siendo un principio que podría explicar la actual discriminación –de casi la mitad de la población mexicana– hacia madres solteras, mujeres violadas, mujeres que abortan y personas no heterosexuales.

Todos los días hay notas sobre mujeres violadas, niñas y adolescentes obligadas a ser madres, agresiones a homosexuales. ¿Hasta dónde hemos superado la moral tradicional? ¿Cuántas de las ideas sobre la sexualidad se perpetúan en la cultura?

Twitter: @Gabrielarodr108