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Al final, aficionados recriminaron a los jugadores de la UNAM su falta de coraje

En CU no hubo goles ni alegrías; Pumas empata con Santos y ratifica sus carencias

Los universitarios fallaron, en los botines de Velarde, un penal casi al finalizar la primera parte

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La delantera de Santos no consiguió romper el cerco de los universitarios. El duelo entre Marco Antonio Palacios y Darwin Quintero no tuvo ganadorFoto Jam Media
 
Periódico La Jornada
Lunes 4 de febrero de 2013, p. 6

Pumas terminó el partido sin empezarlo nunca. Como si en el vestidor hubieran dejado el espíritu y el orgullo, a la cancha salieron once muchachos desdibujados, con algunas ráfagas de entusiasmo, pero como si no tuvieran muy claro lo que buscaban ni lo que querían. En el extravío intermitente, una vez más, los universitarios no pudieron ganar en su propio estadio y entregaron un cero a cero ante Santos Laguna con sabor amargo.

Como si despreciaran la victoria, como si ganar fuera una bagatela, Pumas dejó la posibilidad de su primer triunfo en casa en este torneo; incluso desperdició la oportunidad inmejorable del tiro penal. Todos celebraron con anticipación lo que parecía un gol seguro cuando el árbitro extendió la mano y decretó el penalti, luego de que Rafael Figueroa propinó un puntapié que mandó al suelo a Eduardo Herrera. El trámite de disparar al arco ante el portero fue para Efraín Velarde, que se quedó tieso cuando vio que su tiro daba a las manos de Oswaldo Sánchez, a quien le salió la apuesta de adivinar hacia dónde le mandaría la pelota. Velarde no levantó las manos al cielo; en su lugar aterrizaron con horror en su cabeza. No podía creer que dejara escapar la ocasión más cercana que tuvieron de marcar.

Disparates contagiosos

El error fue como un virus que se propagó de hombre a hombre, de línea a línea y terminó infectando a ambos equipos. Porque el disparate que cometió Velarde tuvo su equivalente en un par de apariciones Hérculez Gómez que asombraron por la precisión en el equívoco. El atacante estadunidense tuvo en su cabeza y en sus botines la posibilidad de que el regreso a Torreón fuera más feliz. Pero un remate al arco con el portero abatido fue a dar al poste, y en la segunda parte la jugada más peligrosa contra Pumas, la arruinó al buscar la solución más difícil.

El colombiano Carlos Darwin Quintero también pagó su cuota de desvaríos. Envió sin puntería y cuando apareció oportuno a pescar un rebote y lo mandó como marca el canon goleador, se le apareció el aguafiestas de Antonio García que sobre la línea hizo una barrida que alcanzó a sacar la pelota. Hasta Oribe Peralta, que persigue al delantero de Tigres Emanuel Villa en la tabla de goleo, fue responsable de alguna pifia de buen calibre: tal vez movido por la desesperación del marcador en blanco le salió de los botines algo que quiso ser un disparo al arco, pero que en realidad fue una suerte de escupitajo a la tribuna.

En medio de esa cadena de errores el futbol es imposible. Sobre todo si las únicas posiciones que parecen trabajar bien aceitadas son las de los zagueros. Había que ver cómo la línea santista recobraba su forma en un instante y se volvía impenetrable con las oportunas intervenciones del panameño Felipe Baloy.

Los cambios del entrenador universitario eran más gritos de desesperación por reforzar el ataque. Sacó el impetuoso Carlos Orrantia y mandó al paraguayo Robin Ramírez, y poco después sacrificó a Antonio García para devolver a la cancha al canchero Martín Bravo, ausente por una lesión.

Pumas ganó dinamismo con los cambios; el paraguayo resultó una verdadera molestia por la banda izquierda, desde donde se escapaba y mandaba centros impecables. Bravo, en tanto, se dispuso a hacer lo que mejor le sale: pelear todas las pelotas en cada palmo de la cancha. Ambos llegaron a poner en aprietos, pero la defensa funcionaba como en una coreografía bien ensayada.

Eduardo Herrera no pudo entrar en sincronía; apuntó a la portería algunas veces, pero sus pelotas se iban rozando los postes por pocos centímetros, y cuando remató con mayor contundencia, Osmar Mares salvó a Santos casi en la línea.

Al terminar el encuentro los jugadores universitarios parecían enfadados. No tanto como la afición, que les recriminó la ausencia de coraje para volver a hacer de su estadio una cancha que intimida a los rivales. Parece que Ciudad Universitaria ya no es la misma de antes.