Prima ballerina no regresa de Canadá por temor a represalias
Lunes 4 de febrero de 2013, p. a12
Moscú, 3 de febrero. El director de ballet del Teatro Bolshoi, Serguei Filin, quien sufrió una agresión con ácido el pasado 17 de enero, por lo que ha sido operado cinco veces de los ojos, viajará este lunes a Alemania, donde continuará un largo tratamiento para superar las secuelas de las quemaduras de tercer grado e intentar recuperar por lo menos 40 por ciento de la visión.
La policía sigue varias líneas de investigación, sin hasta ahora poder imputar a nadie la autoría material o intelectual del crimen. Entrevistado hoy por la BBC de Londres, Filin –convencido de que lo atacaron para forzar su renuncia al cargo– asegura saber quién ordenó el ataque, pero se reserva decir nombres hasta que las autoridades tengan pruebas que demuestren sus sospechas.
Mientras este thriller sigue sin solución, nuevos escándalos salpican la reputación de este teatro, aclamado en el mundo por su calidad artística.
La prima ballerina Svetlana Lunkina es la protagonista del más reciente, al negarse a regresar a Rusia después de seis meses de estancia autorizada en Canadá, por temor a sufrir represalias de un antiguo socio de su marido, quien le reclama la devolución de casi 4 millones de dólares.
El antiguo socio no es un mafioso cualquiera, sino Vladimir Vinokur, uno de los imitadores y humoristas más famosos de este país, cuya fundación organiza cada año la Kremlin Gala: estrellas del Siglo XXI, con el respaldo de altos funcionarios del entorno presidencial de Rusia.
La hija de Vinokur, Anastasia, bailarina que nunca ha destacado, forma parte de la compañía del Bolshoi –igual que las hijas de otro humorista, Guennadi Jazanov, y de un connotado mafioso, según la prensa local, apodado el taiwancito
por su ojos rasgados–, quiso desempeñar el papel protagónico en una película que iban a financiar su padre y el esposo de Lunkina, el conocido productor Vladislav Moskaliov, quien insistió en que el papel principal estaba hecho a la medida de su consorte.
Se acabó la amistad y desde entonces se cubren de lodo unos a otros, al tiempo que no se ponen de acuerdo en el reparto del dinero invertido y en las supuestas indemnizaciones.
Nada novedoso en la historia del Bolshoi, fundado en 1776, saturada de conflictos, rivalidades, rencillas y envidias puertas adentro.
En la época soviética, el poderoso Comité de Seguridad del Estado, mejor conocido por sus siglas en ruso, KGB, se ocupaba no sólo de que no desertaran estrellas de la talla de Rudolf Nureyev o Mijail Barishnikov, que a pesar de la vigilancia se quedaron en Occidente. Según puede leerse en las memorias de Maya Plisetskaya, prima ballerina assoluta del Bolshoi, el KGB se encargaba de enfrentar entre sí a los integrantes de la compañía y rescindía el contrato de quienes se apartaban de los postulados ideológicos que quería imponer el partido comunista.
Libros se han escrito sobre las represalias que sufrieron la diva de la ópera del Bolshoi, Galina Vishnievskaya, y su esposo, el genial violonchelista, Mstislav Rostropovich, al acoger en su casa de campo al escritor Aleksandr Solzhenitsin, perseguido por las autoridades y luego expulsado de la Unión Soviética, igual que ellos.
También es sabido que un coreógrafo de fama mundial como Yuri Grigorovich, director de ballet de 1964 a 1995, tuvo que desempañar un papel poco decoroso en la campaña de desprestigio contra Vishnievskaya y Rostropovich. Pero un año antes de dejar el puesto, en 1994, resultó acosado y acusado él mismo, cuando la figura emergente del ballet entonces, Guediminas Taranda, hizo pública su ruptura con lo que llamó mafia del Bolshoi
, encabezada por Grigorovich, ya enfrentado con el entonces director general, Vladimir Kokonin.
Perdió Grigorovich y, por primera vez en la historia, la compañía de ballet del Bolshoi se negó a actuar por solidaridad con el cesado, lo que costó el despido a 14 bailarines.
Poco después tocó salir del Bolshoi a Kokonin y tomó el relevo una de sus más grandes figuras del ballet masculino, Vladimir Vasiliev, pero los problemas continuaron y cinco años después dejó su puesto a Guennadi Roszhdestvenski. No duró ni un año y renunció en junio de 2001, calificando de monstruoso
el ambiente en el Bolshoi, ya bajo el mando de Anatoli Iksanov, actual director general.
Éste nombró como director musical al compositor Aleksandr Vedernikov y, en 2004, como director de ballet a Aleksandr Ratmanski, quien se exilió en Estados Unidos harto de las corruptelas y presiones en el Bolshoi. Vedernikov también salió del ballet en julio de 2009.
Iksanov también hizo la vida imposible a la estrella Anastasia Volochkova y consiguió que ningún bailarín quisiera bailar con ella, lo que la obligó a renunciar.
Yuri Burlaka era el coreógrafo principal en esa época, aunque nunca obtuvo el reconocimiento de la compañía de ballet y en 2001 no se le renovó el contrato. Lo iba a sustituir el bailarín Guennadi Yanin, pero éste rechazó ocupar su lugar cuando aparecieron en Internet unas fotos de alguien muy parecido a él en una situación con tintes sexuales.
Eliminado del camino Yanin, surgió en el horizonte Serguei Filin, cuyo nombramiento como director de ballet no contó con el apoyo de dos jóvenes figuras, Natalia Osipova e Ivan Vasiliev, quienes prefirieron pasarse al Teatro Mijailovsky de San Petersburgo.
Tampoco resultó del agrado de quien sueña con dirigir la compañía de ballet del Bolshoi, Nikolai Tsiskaridze, por cierto ya interrogado por la policía rusa.
Y para apagar el incendio, Iksanov nombró como directora de ballet temporal a la prima ballerina Galina Stepanenko, ex esposa de Filin.