Hugo Gutiérrez Vega
Un retrato de Efraín González Luna:
El final de un ideario (VI DE VIII)
“No queremos ser la rata del naufragio, el burgués
despavorido que al crujir la estructura de la patria
no tiene pensamiento ni emoción más que para el
problema de su seguridad material”, dice con especial
vigor a los sectores medios tan pusilánimes y
egoístas, tan incapaces de mover su conciencia, tan
negados a un esfuerzo que, en última instancia, propiciaría
las reformas necesarias para asegurar a todos
una vida digna y los bienes materiales indispensables
para el desarrollo armónico de los valores esenciales
de la persona.
Era González Luna un hombre justo y equilibrado.
Practicaba la tolerancia con genuina convicción.
Sus juicios sobre el sistema político mexicano y las
luchas revolucionarias contaban con una mesura
capaz de reconocer los matices y contrastes y, por lo
tanto, de evitar los extremos del maniqueísmo. Así
decía: “Claro que hubo y hay quienes fueron limpios
en la Revolución y, sirviéndola, se han conservado
honrados. Son ciertamente muy pocos. El caso se
explica, respecto a unos, por rectitud congénita, y
de otros, por verdadera devoción al programa social
que sinceramente abrazaron... aun en las peores degradaciones
colectivas sobrenadan las excepciones
que nos salvan de la muerte por náusea. Hay que
hacerles justicia...”
Hace poco un desaprensivo comentarista político
aseguró que Gómez Morín y González Luna siempre
sostuvieron un programa de corte neoliberal
totalmente
carente de sentido social. Esta es una
gruesa mentira. Eran, sin duda, partidarios de la libre
empresa, pero respecto a funciones sociales del Estado
eran, también, muy claros y precisos. Decía don
Efraín: “El Estado tiene como misión esencial la
realización de la justicia en la vida social y en las
relaciones interhumanas.” Y en otra parte: “Nadie,
como el Estado, tiene los medios, la autoridad para
movilizar las fuerzas nacionales hacia el cumplimiento
de la reforma social.” Por supuesto que hablaba
de “una autoridad válida, justa, éticamente
fundada”. Esto se aleja por completo de los postulados
del “Estado gendarme”, de la teoría del “dejar
hacer, dejar pasar”, y establece la necesidad de que
la sociedad haga un esfuerzo para mantener una actitud
equilibrada y para evitar las siempre infecundas
maneras del autoritarismo centralista y de los
movimientos políticos y sociales que giraban en
torno a un caudillo o a una facción. Algunos de los
pensadores españoles e iberoamericanos que reflexionaron
abundante e inteligentemente sobre los
datos concretos de la realidad y sus reflejos en las
conciencias individuales y en el ambiente espiritual
de un momento histórico caracterizado por los desastres
militares y las crisis de identidad de las naciones
de la comunidad lingüística, recibieron en
España el nombre de “regeneracionistas”. Con uno
de ellos, el genial, arbitrario e insobornable, don
Miguel de Unamuno, coincide don Efraín en sus críticas
al crecimiento del materialismo, sacralización
de un burdo economicismo, y el deterioro de la religiosidad
auténtica. “Sólo una catastrófica subversión
de valores ha podido exaltar a niveles excelsos
la economía, considerándola como un fin en sí, al
mismo tiempo que se le sometía, disminuido y negado,
el hombre medio subordinado y víctima”, decía
en un memorable trabajo que tituló La economía
contra el hombre.
(Continuará)
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