lustrador caricaturista, payaso profesional, comediante de music hall, infatigable generador de puntadas humorísticas, los gags que produjo primero para una comedia de Jacques Tati, Mi tío (Mon oncle, 1958) y luego en colaboración con el guionista Jean Claude Carrière para sus propios cortos y largometrajes, Pierre Étaix es un personaje proteico e inclasificable del espectáculo y del cine cómico francés. Sus apariciones esporádicas en películas de Robert Bresson (Pickpocket, 1959), de Nagisa Oshima (Max, mi amor, 1986), o del finlandés Aki Kaurismaki (Le Havre: el puerto de la esperanza, 2011), son guiños memorables para el cinéfilo y expresiones de gran versatilidad histriónica. En su primer largometraje, El suspirante (Le soupirant, 1962), formidable tributo al cine silente, con su personaje de un joven burgués, el propio Étaix, maniático aficionado a la astronomía, que por presión de sus padres sale a las calles en busca de una mujer con quien casarse, sólo para obsesionarse inútilmente con Stella, una célebre vedette inaccesible, Pierre Étaix asume y diversifica los hallazgos humorísticos del primer Jacques Tati, realizador de Día de fiesta (Jour de fête, 1949), y su divertida sucesión de gags en torno a un cartero, el propio Tati, dispuesto a romper récords de velocidad en la entrega del correo. La influencia de la comedia estadunidense, en particular del genial rostro tieso de Buster Keaton y de la acrobática destreza de un Harold Lloyd, es evidente en ambos realizadores, como lo son también el frenesí humorístico del slapstick de Mack Sennett y las ocurrencias y observaciones urbanas que en el caso de Pierre Étaix tanto tienen de la gracia de Max Linder y de la inventiva vanguardista del René Clair de Entreacto (1924).
El también realizador de estupendos cortometrajes como Feliz aniversario (Heureux anniversaire, 1962) prosigue en su carrera fílmica (particularmente en Yoyo, de 1964, y en Ese loco, loco deseo de amar/Le grand amour, de 1969) la festiva acumulación de esos gags que Tati abandonó poco después en su carrera al interesarse más en la deshumanización del mundo industrial y en la pérdida de una inocencia primitiva. Pierre Étaix tiene preocupaciones sociales similares, en particular con respecto al papel enajenante de un medio que conoce muy de cerca, la televisión, y de una sociedad de consumo y de la diversión estandarizada que no deja de satirizar en sus películas, e incluso en esa suerte de documental, crónica de viaje, El país de la abundancia (Pays de cocagne, 1971) que retrata con una acidez apenas disimulada, cercana a los mordaces caricaturistas de la época, Reiser o Cavanna, del semanario satírico Charlie Hebdo, las manías ególatras, el chovinismo y las complacencias del francés medio en periodo vacacional. Lo interesante en el caso de Pierre Étaix es que la sátira cede continuamente el paso a una fina ironía de la que no se exime jamás el propio humorista, quien pronto se vuelve un ser aparentemente torpe, desafortunado en amores que a final de cuentas no le quitan el sueño, providencialmente afortunado en celebridad y riquezas que a la postre lo dejan indiferente, y estoicamente consciente de la vanidad de todas las glorias de este mundo; atento únicamente, y de manera apasionada, a la espontaneidad de la entrega sentimental a las personas amadas. Este culto de los afectos verdaderos, de espalda a las gratificaciones transitorias de un ego satisfecho, explica el desenlace de El suspirante y también la manera en que el payaso Yoyo abandona la respetabilidad burguesa para reintegrarse a la caravana circense y recobrar ahí la nobleza artística y la pureza primigenia de las emociones. Es el mundo nómada del Fellini de La calle (La strada, 1954), cinta a la que Yoyo hace una alusión directa, y también el del festivo desenlace de Ocho y medio (1963). No es un azar que el realizador italiano devuelva el saludo en esa elegía suya del arte circense que es Los payasos (1970), cinta en la que Pierre Étaix tiene reconocimiento y una presencia privilegiada.
Luego de 20 años en que las cintas del cómico francés estuvieron fuera de la circulación comercial por motivos jurídicos, abandonados sus cinco largometrajes y sus tres cortos al desgaste en copias en mal estado, una liberación de sus derechos de distribución y una estupenda labor de restauración digital permite hoy apreciar el conjunto de una obra que a pesar de haber tenido una influencia decisiva en cineastas de primer orden, en México y otros países de habla hispana había permanecido hasta hoy prácticamente desconocida.
La retrospectiva de Pierre Étaix se exhibe en la sala 8 de la Cineteca Nacional. Hoy se proyectan tres de sus mejores títulos: El suspirante, a las 15 horas, y Yoyo y el corto Feliz aniversario, a las 17:30. Una ocasión posiblemente irrepetible.
Twitter: @CarlosBonfil1