ras lustros de astuta elusión, la sociedad mexicana y sus grupos gobernantes se redescubren con crudeza: no sólo somos un país grande en población y tamaño de la economía, también somos una colectividad cuarteada por la pobreza de masas y una desigualdad que no se conmueve ante los hallazgos fabulosos de los cantares sobre las clases medias y su impetuoso regreso.
El anuncio de la Cruzada contra el Hambre y su inmediata derivada, el Sistema contra el Hambre, SinHambre
, no causó desgarre de vestiduras y pronto pasó a reserva ante el gran espectáculo de la liberación de la señora Cassez. Son los ministros de la Suprema Corte, o el presidente Hollande, los que ocupan el banquillo de los acusados, mientras el perpetrador del montaje mediático y las corporaciones televisivas que lo instrumentaron, y en su momento lo usufructuaron, parecen dispuestos a dormir el sueño de los justos.
En vez del hambre, la sociedad políticamente activa opta por regodearse con la (in) justicia y descansar tras la glamorosa cortina de humo que le ofrece el show de los hombres de las nieves y sus tristes epígonos vernáculos, que toman fotos de otrora poderosos y hoy atentos servidores de la Alta Finanza. Y así sucesivamente.
El estado general de las cosas se obstina en seguir su curso y en todo caso queda a la espera de que la traída y llevada coordinación intersecretarial, intergubernamental y hasta intergaláctica, se coma el proyecto contra el hambre con el que el gobierno ha querido revisar sus compromisos con la equidad y la carencia tumultuosa que nos acompaña. Siempre bajo la alfombra, el del hambre no sólo ha sido tema ignorado, sino molesto y agresivo… para el que la sufre, pero también para el resto gozoso.
Los escépticos proclaman desde ya el punto final a la convocatoria presidencial, mientras que los apetitos
de la inversión privada nacional y foránea siguen alimentándose de discursos de cambio y modernización priísta, esta vez desde el lujo rampante de la Riviera nayarita: el petróleo es nuestro pero no sabemos o podemos usarlo con eficiencia y –¡bendita palabra rediviva!– eficacia. Ergo, antiguallas nacionalistas: a un lado el patrioterismo y bienvenida sea la corporación multinacional que todo lo sabe y lo que no pronto lo aprende gracias a sus solícitos gestores mexicas, siempre listos para facilitar el terreno y abrir la puerta adecuada.
En vez de intentar otra vez una subasta de garaje con el oro negro, el gobierno y su partido deberían empezar a conjugar la oración aprendida en horas de alucine: no hay mejor manera de abatir pobreza y hambre que con empleo y buenos salarios y, para eso, es indispensable que la economía crezca por encima de la trayectoria de esto 30 años dolorosos.
Así se avanzó en Brasil y se ganó la nueva batalla de Chile contra la pobreza. Para ello, no se ofreció subsuelo a los hambrientos inversionistas trotamundos: el cobre se mantuvo en manos del Estado chileno y Petrobras se renacionalizó con Lula y no se privatizó como insisten, mintiendo, los nuevos loros de la competitividad a costa de lo que sea.
Las cifras son elocuentes y abrumadoras. La pobreza afectaba en 2010 a más de 50 millones de mexicanos y no es de esperarse que Calderón & García Luna Productions hayan modificado para bien el panorama. Las encuestas sobre salud y nutrición avasallan las imaginerías de cualquier clasemediero bien nacido: en 2012, sólo 30 por ciento de los hogares mexicanos podía presumir de seguridad alimentaria, 40 por ciento registraba inseguridad leve, 17.7 por ciento tenía inseguridad alimentaria moderada y 10.5 por ciento inseguridad severa.
El redescubrimiento de nuestra herida histórica tiene que ir más allá del enfoque sobre los extremos vergonzosos: el foco no son las minorías vulnerables y sin capacidades para por ellas mismas subir la escalera de la supervivencia; son las grandes comunidades urbanas y lo que queda de las rurales (que no son pocas), las que bordean la desnutrición, cultivan la malnutrición y gestan la obesidad y la diabetes que pasan de epidemia a pandemia y ponen al sistema de salud en la picota de la inefectividad o la quiebra. Y a la población en la más cruel de las zozobras.
Hablamos de grandes números que demandan grandes acciones sin menoscabo de la operación laser
de la focalización de urgencia o emergencia que tanto gustan a los expertos. El hueco revelado por el hambre es un cráter social que no admite rodeos; más bien debería llevar al Estado en su conjunto a asumir y reconocer como punto de partida de esta y las políticas que sigan, que estamos frente a las expresiones limítrofes de una forma de organización económica que dio de sí antes de rendir mínimos frutos y que hace mutis sin siquiera haber forjado nuevas instituciones destinadas a acompasar tanto cambio destructivo.
Admitir lo anterior debe ser el primer paso para darle al mandato constitucional en materia de planeación la dignidad mínima que los panistas le quitaron con su desparpajo irresponsable, y que el priísmo histórico desaprovechó en aras de unos ajustes que en realidad fueron una política de desperdicio. Será en el plan donde el pacto desemboque en políticas de Estado, y SinHambre se vuelva acción y visión estratégica: un nuevo sistema alimentario mexicano.
Frente a las magnitudes referidas y las que las acompañan, no hay modo de edulcorar el presente ni pintar de rosa el porvenir. Las destrezas informáticas hablan de una realidad inescapable, pero también permiten decir que nunca habíamos sabido tanto de nuestra inicua cuestión social y nunca habíamos logrado tan poco en su superación o abatimiento.
Una sociedad partida por la injusticia no puede pretender ser vista como comunidad progresista o promisoria. Antes tiene que demostrar que sabe lo que es y ha sido y que, desde esa sabiduría, se apresta a reformarse para avanzar y no para seguir dando vueltas a una noria con agua envenenada por el rencor social de los muchos y la hipocresía de sus pocos beneficiarios.
Frente al hambre, reconocida como barómetro que resume alucinantemente nuestros desvaríos, sólo nos queda la memoria y la reivindicación de los viejos principios, como la justicia social, tan olvidados como la verdad ignorada
del hambre de que hablara el presidente Peña en Las Margaritas.
Como nos recuerda Pierre Rosanvallon en su lúcida entrega La sociedad de los iguales (RBA, 2012), hay que salir, y pronto, de la paradoja de Bossuett
, que a la letra dice: Dios se ríe de los hombres que se quejan de las consecuencias y en cambio consienten sus causas
.
O como lo traduce el estudioso francés: Los hombres se quejan en lo general de aquello que aceptan en lo particular
. Hasta el colmo de legitimarlo como verdad, camino y pensamiento único.