on la plaza llena hasta el reloj y gran expectación ocupé una barrera y abajo de mí, para completar la tarde, una belleza de cara imposible y ojos color caoba que miraban al infinito. Lástima que los toros dejaron la casta en las vacas, de tan cariñosos que son. Tan cansados quedan que ya no corren por el ruedo con delirio de fiebre, tira que tira cornadas, leña al fuego y tipo de toro imponente.
En la plaza sólo quedaron las mujeres encastadas como mi vecina de barrera que era objeto de miradas, inclusive en las faenas. Por de pronto triste nostalgia de las grandes faenas de toro de bandera; hoy, ayer, los toros novillos con dificultad se mueven y han perdido pitones como defensas ante el exterior. No son ni sombra de los toros de antes que a los públicos arrebataban. Al llegar a los caballos ya están cansados y no embisten de lejos y suelen ser pasados con un puyacito sin sangrar en la mayoría de los casos, ¿cómo aquilatar su bravura? El resto de las faenas son un muestrario de diversos tipos de debilidad.
¡El toro ha perdido su señorío! Toritos que parecen amaestrados y acometen con dificultad en series de derechazos desligados e interminables después de ser provocados con el famoso péndulo al final de las faenas cuando el torito agoniza. Eso sucedió en las faenas del diestro madrileño El Juli, dueño de un sitio y una maestría a la que pocos llegan que metido entre los pitones en faenas encimistas mariposeó con el famoso péndulo y montado en los pitones enloqueció a los neoaficionados en su primer enemigo al que no desorejo al fallar con el estoque, porque el toro no embestía, al ya no poder ni con su alma, y el segundo al que desorejó. Es fácil confundir el temple con ese acometer borreguno a toros agónicos.
Para no ser menos, Diego Silveti aprendió la lección de El Juli y en el último toro de la tarde repitió este tipo de faena y se llevó una orejita para no ser menos. Tres toros de don Fernando de la Mora fueron rechazados (¿cómo estarían?) y sustituidos por Montecristos que como queda asentado siguieron el perfil de la temporada; un refilonazo y a rodar. Afortunadamente en corridas de expectación el mujerío llenó el coso de olor a perfume caro y pasarela de última moda y la vecina de ojos inexplicables; luz, parpadeo de pestañas, colorido y mirada que hablaban de una vida…