a brecha entre las clases políticas se abre continuamente, tanto respecto a la gente como respecto a la realidad, lo que profundiza el vacío en su entorno. Aunque esta carencia de sustento social y político hace inevitable su caída, también constituye un peligro: están cayendo sobre nosotros y tienen que recurrir a la fuerza.
El discurso cotidiano de esas clases políticas y de sus intelectuales orgánicos o inorgánicos, multiplicado por los medios, adquiere creciente irrelevancia. Se trata de la proverbial aspirina contra el cáncer, de niños chiflando en la oscuridad… No funciona siquiera para tapar el sol con un dedo, para simular… Pero crea una neblina de confusión que profundiza la desorientación reinante. Necesitamos, una y otra vez, recuperar la perspectiva.
La primera globalización contemporánea, la de la expansión comercial a finales del siglo XIX y principios del XX, produjo un colapso del sistema que atravesó por tres fases superpuestas: la Primera Guerra Mundial, la gran depresión de 1929, la Segunda Guerra Mundial. Sólo en 1945, tras 100 millones de muertos y una inmensa destrucción, la economía mostró síntomas reales de recuperación.
La segunda globalización, la actual, entró hace tiempo en crisis, en una forma de colapso que Wallerstein considera terminal. Sin cachondeo apocalíptico, puede afirmarse que las consecuencias serán mucho peores que las de la primera. Ha producido ya una destrucción natural y social sin precedentes y pone en riesgo la supervivencia misma del planeta y de la especie humana.
Traducir todo esto a términos mexicanos produce escalofríos. Las cifras todas son espeluznantes: la de migrantes, la más grande emigración de la historia del país; las de muertos, desaparecidos, secuestrados, desplazados, o las de pobres, hambrientos, desempleados… No hay donde pararse. La destrucción ambiental, la amenaza al maíz, la venta de buena parte del territorio, la walmartización del país…
Allá arriba… en la Luna, con una visión miope de sus propios intereses, unos se entretienen en reformas estructurales
, pactos
y populismos que sólo agravarán la crisis… mientras otros juegan la apuesta vaga y distante de la lotería electoral. Aferradas a instituciones y dispositivos en agonía, las clases políticas no logran ver con claridad el presente, la dramática realidad en que vivimos, salvo cuando se trata de controlar a la gente. Con pan y con palos tratarán de vencer toda resistencia al despojo que intentan llevar a la práctica, aprovechando viejos patrones de clientelismo, introduciendo nuevas formas de cooptación y represión y convirtiendo la guerra civil en mecanismo de control.
Al examinar la perspectiva y afianzar las condiciones de la resistencia, necesitamos considerar las variaciones en el esquema de dominación. En el aspecto económico, el neoliberalismo se hace estatista, es decir, se afirma en el uso de los aparatos públicos para organizar el despojo y la explotación y remediar los excesos y disparates del mercado
al que supuestamente se había confiado la dirección de los asuntos sociales. En el aspecto político, la administración pública no sólo emplea el monopolio de la violencia legítima que el pacto social del Estado-nación le atribuye. Ahora los poderes constituidos se convierten en los empresarios de la violencia, en sus organizadores y promotores: son los que ponen la violencia en movimiento para instaurar su reino en el pantano en que nos hundimos cada vez más, donde resulta ya imposible trazar una línea que separe con claridad el mundo de las instituciones del mundo del crimen.
Una crisis
, decía Gramsci, consiste precisamente en el hecho de que lo viejo aún tiene que morir y lo nuevo aún tiene que nacer
. Nos toca organizar ambas cosas, darles realidad…
El régimen económico y político dominante no morirá de muerte natural, vencido por las famosas contradicciones estructurales. Puede intentar, incluso, como aparentemente hace ahora, formas aún peores de despojo y autoritarismo. La única forma de que realmente termine y de evitar la secuela que está organizando es detenerlo, desmantelarlo. Tampoco será natural
el nacimiento del nuevo régimen: se hace a contrapelo, luchando ante todo con la mentalidad dominante que permea corazones y cabezas.
El 21 de diciembre tuvimos la oportunidad de recordar el camino para hacer todo eso. Un orden orgánico autónomo reafirma su presencia pública y muestra la realidad y viabilidad de otra forma de hacer política. Desmantelar el régimen dominante empieza por hacer innecesarias las funciones de sus aparatos, socavando su existencia desde la base. Resistir no significa solamente oponerse, decir que no
a políticas y acciones públicas y privadas, enfrentar a quienes intentan ampliar y profundizar el despojo. Resistir implica crear otra opción, dar realidad a los sueños. De eso se trata hoy.