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Lincoln
U

na de las decisiones más acertadas de Steven Spielberg al acometer un proyecto tan ambicioso como la película Lincoln, fue confiar el guión a la destreza y profesionalismo del dramaturgo neoyorquino Tony Kushner, premio Pulitzer por Ángeles en América (1991/2); más acertada aún fue la decisión que ambos tomaron de desechar el tratamiento original de 500 páginas y concentrarse tan sólo en una sexta parte del mismo. De modo similar a la estrategia narrativa del cineasta John Ford, quien había elegido en El joven Lincoln (Young Mr. Lincoln, 1939) ocuparse únicamente de los años mozos del abogado principiante y futuro presidente, en la bucólica atmósfera de su natal Kentucky, Spielberg opta hoy por concentrar su atención en el último año de su vida en Washington, y de modo especial en un solo mes, enero de 1865, momento histórico en el que el decimosexto presidente de Estados Unidos obtiene su mayor victoria política: la aprobación, in extremis, de la decimotercera Enmienda a la Constitución de ese país, por medio de la cual queda abolida la esclavitud en todo su territorio.

Lincoln no es una película biográfica ni un farragoso manual audiovisual de historia, sino un thriller político que coloca en primerísimo plano el papel que jugó el tema de la abolición de la esclavitud en una Guerra de Secesión que por lo común e interesadamente ha sido asociada a otro tipo de reivindicaciones (derechos de los estados, prerrogativas financieras, defensa de la especificidad cultural sureña). Es también una cinta que plantea el profundo dilema moral al que se enfrenta Abraham Lincoln (caracterización portentosa de Daniel-Day Lewis) cuando debe elegir entre facilitar el fin de una guerra civil desastrosa y poner con ello en riesgo la emancipación total de los esclavos o mantenerla viva y así ganar tiempo para que pueda aprobarse en el Congreso la enmienda liberadora.

La lucha del presidente republicano (en una época en que pertenecer al Partido Republicano era sinónimo de liberalismo y tolerancia) por superar en voces a los demócratas, defensores a ultranza de la causa de los confederados sureños, e incluso de sumar algunas de ellas (mediante coacción moral o compra de voluntades) en favor de la aprobación de su enmienda, es un alarde de inteligencia política. Lejos de la imagen tradicional de un Lincoln conciliador y bienintencionado, la película nos muestra a un presidente vigoroso y aguerrido, dando enérgicos manotazos sobre la mesa ante la indecisión o pusilanimidad de algunos colaboradores, y también al estratega capaz de contener los ímpetus del abolicionista republicano más radical, Thaddeus Stevens (un memorable Tommy Lee Jones).

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Fotograma de la película de Steven SpielbergFoto Ap

Parte del guión está basado en el best seller de Doris Kearns Goodwin, Team of Rivals: The Political Genius of Abraham Lincoln, y es de esa contienda política llena de marrullerías, golpes bajos y traiciones, y también heroicas lealtades, de lo que trata la cinta de Spielberg, como ilustración del arte de hacer política de cara a la adversidad, manteniendo imperturbable un mismo impulso libertario, finalmente triunfante. El republicano Stevens valora la estrategia y sus felices resultados, y de paso resalta la gran paradoja histórica: La más grande reforma del siglo XIX obtenida, gracias a la corrupción, por el hombre más puro de Estados Unidos.

La película de Spielberg toma distancias sorprendentes con la visión simplista y apolítica que suele tener Hollywood de que las grandes luchas sociales suponen la victoria de buenos ciudadanos sobre políticos malos. El ejemplo más notable de esta visión maniquea es Caballero sin espada (Mr. Smith goes to Washington, Frank Capra, 1940). Setenta y dos años después, aquella visión romántica, de cándido optimismo, ha sido derribada por las prácticas más cínicas de la política actual, a las que alude la cinta, de modo retrospectivo, en su pintoresco pugilismo parlamentario.

La colaboración del guionista Kushner es capital para recrear, a través de diálogos mordaces y naturalidad en la composición del personaje central, a un Lincoln muy humanizado, poseedor de un leve toque de malicia, afecto a desesperar a sus oyentes con anécdotas y parábolas, con figura encorvada y sin embargo recia, capaz de enfrentar estoicamente las exigencias y chantajes de su esposa Mary Todd (Sally Field, calculadamente acrimoniosa). Con todo ello, la complejidad dramática que propone el guionista Kushner, la sensible fotografía en sepias y claroscuros de Janusz Kaminski, y la partitura original de John Williams, terminan supeditándose a la visión totalizadora de un Steven Spielberg que aquí, como en tantas otras cintas suyas, recurre a una retórica sentimental y a una estética grandilocuente que concluye en cine-mausoleo lo que había iniciado como trepidante acción en el terreno de batalla y en el campo parlamentario. Una nueva paradoja en la carrera de un gran cineasta.

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Twitter: @CarlosBonfil1