n el terreno de la gestión del dinero y el crédito ha prevalecido el criterio de que los objetivos de la política monetaria deben ser establecidos políticamente, pero que su manejo debe quedar fuera del control político. Este es el meollo de la independencia que tienen los bancos centrales.
Es más, el hecho de que el banco central de un país sea independiente se ha llegado a considerar como un elemento clave de desarrollo institucional en una economía. Su función principal es controlar la inflación. Además, no debe ser el financiador del gobierno.
En apariencia, pues, la labor del banco central se habría convertido en un asunto eminentemente técnico y estaría protegida de las interferencias políticas. Pero esta cuestión que se suponía ya firmemente establecida en las políticas públicas está siendo cuestionada de modo abierto por las condiciones de la crisis económica en curso desde 2008.
La capacidad de influir en la determinación de las tasas de interés por la vía de las compra y venta de títulos de deuda pública, lo que se conoce como operaciones de mercado abierto, ha sido un rasgo determinante para enfrentar la caída del producto y el aumento del desempleo.
Este ha sido el caso en Estados Unidos con la activa intervención de la Reserva Federal para rebajar el costo del crédito, lo que ha llevado a las tasas de interés sean muy cercanas a cero, junto con una extensa actividad para expandir la cantidad de dinero en la economía y financiar el déficit fiscal.
Los criterios del Banco Central Europeo han sido distintos, pues están basados en políticas de austeridad dirigidas a reducir significativamente los niveles del endeudamiento público y los déficit fiscales de los gobiernos. Buena parte de la deuda y del déficit proviene de las condiciones de la misma crisis y la inyección de fondos públicos a los bancos quebrados o cerca de quebrar.
Así que los bancos centrales son cada vez más empujados en su operación por las consideraciones de tipo político, o sea que sus funciones se entrelazan cada vez más con las exigencias de la política fiscal. El carácter de la independencia está siendo cuestionado. Es más, los criterios básicos acerca de la inflación son ahora revisados, como ocurre en el caso de Japón, donde las metas de crecimiento de los precios son al alza.
Las acciones de las autoridades monetarias tienen un significado y una repercusión política cada vez más grande. De esta manera, los efectos de las medidas que tienen que ver con la determinación de las tasas de interés, la disponibilidad del crédito y el financiamiento del gobierno son más visibles.
Y, como ocurre con el conjunto de las políticas públicas, sus repercusiones no son neutrales, sino que afectan de modo desigual a distintos agentes económicos. Si se admite que la inflación puede crecer, como se está haciendo en Gran Bretaña, el valor real de los ingresos de los trabajadores disminuye, aunque con ello pueda prevenirse un desempleo más grande.
Cada vez que el banco central actúa hay un efecto real en el producto y el empleo y en general en el uso de los recursos disponibles. La independencia resultó en una etapa de las modalidades de la gestión monetaria y no en una situación permanente, lo que es consistente con el carácter cíclico de las pautas del crecimiento y desarrollo de la economía a largo plazo. Del automatismo de la gestión monetaria se pasa al intervencionismo y su contenido político.
En la economía capitalista el dinero tiene un papel central. El objetivo de la actividad productiva es obtener ganancias en la forma de dinero. El objetivo del financiamiento es el mismo. Es más, se puede pasar de dinero a más dinero sin la necesidad de entretenerse en la producción. Este rasgo está detrás de las crisis financieras que han ocurrido desde 2001 y sobre todo en 2008.
Las características de la política monetaria y las formas de operación de los bancos centrales no pueden ser ajenas a las formas en que se realiza la acumulación de capital y en las que cumple una función clave el capital financiero.
Una manifestación notable del carácter del dinero y de las políticas monetarias y fiscales es el caso de la propuesta en Estados Unidos de la emisión de una moneda de platino con un valor de un trillón de dólares (según se mide allá), para rebasar el próximo límite de endeudamiento del gobierno que debe aprobarse en el Congreso.
Para tener recursos y evitar una recaída en la recesión, el Tesoro usaría su poder para emitir monedas (en principio de tipo conmemorativo) y lo haría con una, una sola, de platino con una denominación de un trillón de dólares. Esta se depositaría en la Reserva Federal y el dinero se usaría para pagar las deudas del gobierno y no paralizar su operación. La Fed podría vender bonos para reducir la presión sobre el crecimiento de los precios. Una vez que el Congreso elevara el límite de endeudamiento dicha moneda sería fundida.
El dinero tiene un papel central, pero su respaldo y su valor sólo pueden estar cimentados en el acceso a una fuente de ingreso y que éste alcance de modo más o menos constante para comprar bienes y servicios y, si se puede, ahorrar y mantener también el valor de ese ahorro o el de las pensiones.
No hay un asidero muy firme en cuanto a la relación entre el dinero y las condiciones que enmarcan el bienestar de la población o su seguridad económica. La crisis financiera, la incapacidad de generar mayor cantidad de producto y empleo y la muy desigual distribución de la riqueza indican esa fragilidad.