El modo convivial de vivir
y la razón comunal
de las gentes profundas


Tila, Chiapas. Foto: Noé Pineda

Melquiades (Kiado) Cruz

El origen de la cultura tiene varias dimensiones. La occidental se ha convertido en homogénea y hace al hombre centro del universo, pero existe otra tendencia cultural que depende de la naturaleza. La confrontación entre ambas formas culturales resulta compleja, a la luz de una gran cantidad de sus expresiones concretas que ofrecen una pluralidad de pensamiento. Antes de la llegada del individualismo, los habitantes de estas tierras enfrentábamos la vida de modo convivial porque la tierra es compartida por todos. Nuestras tecnologías, conocimientos y producción son resultado de una labor conjunta, lo que significa que los recursos y la energía son propiedad de la comunidad, es decir, de todas las familias: la naturaleza entendida como propiedad de hombres y mujeres. Al ser la tierra un bien de todos, su cuidado era y sigue siendo responsabilidad común. Esto ofrece una explicación del modo de conservación de la diversidad natural en nuestros territorios, reaccionamos de una forma convivial para regenerar nuestros ámbitos de comunidad o nuestras formas de vida vernáculas. Fortalecemos nuestra autonomía como poder de control sobre lo nuestro que engloba nuestros valores y define la labor comunal.

Las gentes profundas dominamos nuestro espacio. En vez de tratar de dominar el tiempo conocemos y reconocemos, hasta el último rincón, el espacio que habitamos. Este espacio al que pertenecemos nos pertenece; por eso tratamos de vivirlo, transformarlo, convertirlo en nuestra morada.

En nuestros espacios compartimos con otros la alegría de vivir con base en nuestra experiencia dentro de nuestras comunidades, estamos tratando de expulsar el principio de la escasez del centro de la política y de
la ética

Vivimos en el presente, sensibles a nuestro espacio. Sabemos que nuestra vida está siendo sólo en el presente y asumimos valerosamente esta incertidumbre radical, el misterio de nuestra perspectiva. Reconocemos el pasado, algo que necesariamente pasó y que persiste en la forma de tradición o como precedente, pero también lo cambiamos en función del presente, tomando o dejando lo que necesitamos, en nuestra condición actual, de nuestros recuerdos cambiantes. Por la medida en que reconocemos el pasado y vivimos en el presente, podemos alimentar esperanzas: las abrigamos para que no se enfríen. Cuidamos de ellas aquí y ahora, las acariciamos o abandonamos en el presente, asumiendo que el futuro es posible e incluso probable, pero nunca cierto; nunca hay certeza de lo que será. Para nosotros el futuro nunca es una realidad vivida, láctica.

Tenemos una forma personalizada de interactuar: habitamos nuestro mundo con un sentido cotidiano de familiaridad, de trato fluido y acostumbrado con las cosas. Improvisamos, en vez de planear. En contraste, improvisamos nuestro comportamiento y lo sintonizamos o acomodamos de acuerdo con la dinámica de las cosas con las que tratamos. Reconocemos en tal interacción la combinación vital de la tradición y la esperanza, de la inercia y la sorpresa o el azar, chula naka diddzalyuu nii. Por la medida en que reconocemos la necesidad de tomar en cuenta que las cosas tienen su propio tiempo, su propio ritmo, sabemos cómo dialogar con ellas.

Sólo somos capaces de improvisar quienes conocemos algo a fondo

Quienes tenemos nuestro propio precedente de trato con las cosas y por tanto, basados en la experiencia, somos capaces de reconocer nuestra condición cambiante, incierta e impredecible. Sólo aquéllos que no tenemos la prisa compulsiva de convertir el futuro en presente —retacando en el presente tanto futuro como sea posible— somos capaces de improvisar.

Existimos en la heterogeneidad radical de nuestro ser —lo opuesto a la homogeneización inherente al hombre moderno— y esto nos permite existir en la diversidad. Mantenemos una activa interacción con nuestros entornos naturales y sociales, arraigados en nuestra autonomía. Nos identificamos por y con los espacios físicos y culturales en los que hacemos nuestra vida; los percibimos con límites pero sin fronteras; estamos localizados en un lugar concreto, existimos en espacios discretos, pero estamos abiertos a sus horizontes. Una percepción con horizonte, horizontal desde adentro. Esto nos hace hospitalarios hacia los otros con nuestra creatividad autónoma para hacer las cosas según una guía tradicional que nos ha permitido desarrollar nuestras capacidades imaginativas. Esta capacidad de hacer cosas tales como construir una casa, producir alimento, curarse, etc. se contrapone profundamente al hábito de consumir.

En nuestros espacios compartimos con otros la alegría de vivir con base en nuestra experiencia dentro de nuestras comunidades, estamos tratando de expulsar el principio de la escasez del centro de la política y de la ética a escala de la sociedad. Se vuelve así indispensable redefinir el centro. Estamos buscando inspiración en nuestras tradiciones, pero lo que actualmente necesitamos con urgencia es la articulación de nuestras intuiciones y experiencias en formas que nos liberen de la carga de la “sabiduría” predominante. Tal articulación es fundamental para concertar nuestros esfuerzos, a fin de involucrarnos libremente en la creación de una nueva era que está actualmente luchando por nacer. Tal articulación es también necesaria para formular y concertar las coaliciones y alianzas que los hombres y mujeres comunales necesitamos con urgencia para superar nuestros límites actuales y detener el flujo de desechos que inunda nuestros nuevos ámbitos de comunidad.

Al andar nuestras veredas tenemos presente que hasta las iniciativas más valientes e iluminadas del pasado naufragaron al rendirse ante el futuro. Innumerables iniciativas y procesos que nadie puede controlar producen “la sociedad en conjunto” o “el mundo en conjunto”, el “orden global” que conciben los globalizadores, convencionales o alternativos. Nos parece tan insano como ridículo plantear que alguna pre-visión ideológica o doctrinaria de ese “conjunto” sea condición para ponerse en movimiento, que toda iniciativa política deba definir de antemano su objetivo final o la futura condición abstracta del mundo. Quienes vivimos con los pies arraigados en el suelo no nos colgamos de “conjuntos” abstractos o finalidades últimas. Cuando más, vemos en lontananza un arco iris brillante, difuso, inalcanzable. El régimen que sustituirá al Estado-Nación no será fruto de una pre-concepción o de ingeniería social, sino de la imaginación sociológica y política ejercida en la acción transformadora

Santa Cruz de Yagavila,
Rincón de la Sierra Juárez, Oaxaca