Nos cortaron la lengua de tajo
Madre, videoasta y rebelde. Foto: Paco Vázquez |
Lamberto Roque Hernández
A mi gente y a mí nos cortaron la lengua. El zapoteco, lengua milenaria, fue gradualmente deshebrada como el quesillo oaxaqueño hasta causar una rotura y casi su completa desaparición en mi comunidad. Se despreció. Nos impusieron el español. En el transcurso de los más de quinientos años de colonización, la lengua madre fue casi lavada de la idiosincrasia de mi gente. Se borró con lejía hecha de castigos y miedos. Casi se logró el objetivo de los colonizadores: desaparecerla. Por lo menos en San Martin Tilcajete, Oaxaca, hoy nadie habla la madre lengua con fluidez, a excepción de ser desmentido. Me refiero solamente a mi comunidad de origen. No generalizo, ya que treinta kilómetros a la redonda, los pueblos aledaños mantienen el zapoteco. ¿Hasta cuándo? ¿Hasta que punto resistirán las influencias a veces tergiversadas del mundo mediático? Por lo pronto, nos tienen en desventaja.
Pueblo que pierde su lengua, pierde su identidad. Se agarra de donde sea para perdurar. Se convierte en un pueblo soberbio e inseguro.
La modernidad con sus maestros venidos de fuera, nos metió la idea en la cabeza que hablar el idioma, como le llamaban, era ser indio y eso significaba ser inculto, inferior, y por lo tanto vulnerable a la explotación, la discriminación y el eterno racismo. (En ese tiempo, cuando era un crío, no sabía que mi país es uno de los más racistas en el continente americano). Nos despreciaron. Lo mejor era dejar de ser indígena para así sobrevivir en un medio hostil inventado desde fuera.
Hablar con acento aún es motivo de burla y explotación. Hoy día en mi comunidad, ser bilingüe en inglés y español se aprecia más que ser bilingüe en español y zapoteco. It is cool to be able to speak English, You know… Shit! Es el producto de la migración.
Yo soy uno de esos productos, bilingüe en la lengua de Shakespeare y en la de Cervantes. Carente del zapoteco. Desterrado en Oakland y, debido a mi trabajo, viendo desaparecer también el español del mapa lingüístico de mis estudiantes de cuarto grado.
A los niños latinos en Estados Unidos les están cortando la lengua como sucedió a sus antepasados hace más de cinco siglos. El destino mal manejado de mi país me trajo acá e hizo que me convirtiera en profesor en California. Mis andanzas en los salones de clases en el área de la bahía de San Francisco, me han dado la oportunidad de observar cómo una lengua se deforma hasta volverse un ente retorcido primero, para después embarrarse de anglicismos, hasta mutarse en otro ser que al emitir sonidos para comunicarse, tartamudea. Dice palabras que a mi juicio suenan horribles. ¿Quiere cach paratrás?
Mi lucha, mi resistencia digámoslo así, la que he escogido, es la que practico a diario con mis estudiantes de cuarto grado bilingüe en la ciudad de Hayward, California. Los expongo a un buen español. Durante la instrucción invito a mis pupilos a ser conscientes de la ventaja de hablar español y usarlo correctamente. Corregimos.
Sin embargo, fuera del aula, se sigue corriendo el riesgo de perder la lengua de sus padres, o de continuar deformándola. Deshebrarla poco a poco hasta llevarla a la ruptura. Entonces, la pregunta que me hago es: ¿hasta cuándo aguantarán hablando, primero un buen español, y después el español en general? La influencia del idioma dominante de este país posiblemente acabe por mutilar la lengua de sus antepasados a través de ellos, sucediéndoles así, lo que a mí y a mi gente de San Martin Tilcajete en el estado de Oaxaca.
A mi gente y a mí nos cortaron la lengua desde hace más de cien años.