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Los locales desperdiciaron la ventaja que les dio Martín Bravo

El empate con Atlas desmoronó la ilusión de los Pumas en CU

El refuerzo Omar Bravo anotó su primer gol con los rojinegros

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Pumas y Atlas dividieron puntos en la jornada uno del torneo Clausura 2013Foto Víctor Camacho
 
Periódico La Jornada
Lunes 7 de enero de 2013, p. 4

La decepción no es buen augurio. No para un equipo que trata de olvidar lo más pronto posible uno de los episodios más negros en su historia. Pumas empezó como se espera una nueva etapa, con entusiasmo febril y el deseo de que el pasado reciente quede sepultado con las hazañas de esta pretendida nueva era. Pero nada de eso llegó ayer a Ciudad Universitaria, donde todo desembocó en una promesa incumplida con el empate 1-1 ante el Atlas, que dejó rostros contraídos por el enojo, abucheos y sensación de estafa en una afición que se ilusionó con una ventaja que los universitarios no supieron administrar.

Desde el inicio del partido, los auriazules parecían convencidos de que se trataba de una corrección, una enmendadura a la versión trágica que presentaron el torneo pasado. Todos concentrados y entregados a cumplir con recelo sus funciones individuales y en mantener la armonía grupal. En ese arranque voluntarioso nadie resumía mejor el espíritu de la escuadra universitaria que el delantero Martín Bravo: canchero, pícaro y desbocado, adonde rodaba la pelota, la melena nerviosa del argentino aparecía, como si pensara que su posición se juega en toda la cancha.

Como un jugador hiperactivo, Bravo robó balones, enfiló hacia el arco, cedió pelotas a sus compañeros, sobre todo a Eduardo Herrera, y disparó desde lejos hacia la meta rival. Desde los primeros minutos resultaba casi obvio que con esa disposición no tardaría en encontrar lo que buscaba.

En un cuarto de hora Pumas había demostrado que su cancha tiene un peso simbólico y que estaba decidido a no permitir insolencias de nadie en Ciudad Universitaria. Quince minutos en los que había estado a punto de anotar al Atlas, un equipo en aprietos porcentuales y recién reconstruido. Marco Antonio Palacios en un remate y Eduardo Herrera con una volea habían puesto a prueba al arquero chileno Miguel Pinto, cuyas intervenciones increíbles fueron responsables de este empate.

El Atlas estaba apostado, atento a las evoluciones de los auriazules y a cualquier descuido que pudiera significar un contragolpe. Los Zorros apenas tocaron el balón y tardaron casi 20 minutos en hacer una jugada que hiciera sudar al arquero local. Tal vez con la decisión de lavar su imagen desteñida con Cruz Azul, Omar Bravo jugó con pasión en varios episodios y su mancuerna con Matías Vuoso obligó al Pikolín portero a meter las manos.

Pumas, en tanto, se cebaba con la pelota ante un rival contenido, que no tenía mucho para intimidarlo. Bravo, el auriazul, seguía incontenible, desbordante de entusiasmo y buscando hasta de media distancia el gol.

El tanto cayó por fin como una creación colectiva, justo premio para Martín Bravo, el que más había peleado la pelota en los 36 minutos que llevaba el partido. Desde dentro del área Herrera bajó un centro con la cabeza y lo colocó a los pies del argentino, quien, pese a prender el balón un poco defectuoso con la zurda, lo hizo con la fortuna suficiente para aniquilar a Pinto.

La respuesta rojinegra estuvo a punto de arruinar muy pronto ese arrebato de alegría universitaria, cuando Ricardo Bocanegra estrelló un balonazo en el travesaño.

Bravo tuvo aún otro arranque de ambición y salió disparado desde el área puma en una carrera que puso a los aficionados de pie: a toda velocidad ganó la pelota, cruzó la media cancha como poseído por un demonio, recortó a la defensa y disparó al arco un poco desviado. La carrera espectacular y el tiro fallido provocaron un lamento sonoro de quienes querían ver coronado tanto esfuerzo.

Transformación de los Zorros

En esas condiciones se fueron al descanso. Al regreso Pumas parecía satisfecho con lo que había obtenido hasta el momento; el Atlas, en cambio, había operado un cambio en la actitud con la que encaró el resto del partido.

Los relevos empezaron a desfigurar la estructura universitaria: salió Cabrera por Jaime Lozano y un poco más tarde el joven Eduardo Herrera dejó la cancha para que entrara el refuerzo español Luis García. Lo que ocurrió fue la cesión de la iniciativa a los tapatíos, que empezaron a tocar más la pelota, primero tímidamente, pero cada vez con mayor arrogancia.

A los 80 minutos Vuoso ganó el esférico ante la inofensiva escolta de Darío Verón. El defensa paraguayo le cedió espacio para que el argentino enviara la pelota a Omar Bravo, quien con facilidad definió para el empate.

Y entonces fue el desmoronamiento de Pumas, en marejadas de desesperación por recuperar la ventaja que no supieron aumentar ni cuidar. Con momentos espeluznantes donde casi conseguían el desempate. Uno de ellos casi absurdo, con un disparo violento de Chispa Velarde que estuvo a punto de irse entre las piernas de Pinto, pero éste alcanzó a voltear y detener casi en la línea de gol, con tal suerte que apenas envolvió el balón le plantó un beso de alivio.

Pero no ocurrió la hazaña, la promesa de una nueva era que esperaban los aficionados universitarios. Creyeron en su equipo y al final todo se desperdició. La decepción se notaba en el rostro serio de los espectadores, molestos, frustrados y con el corazón dolido por el desengaño.