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Ver día anteriorMiércoles 2 de enero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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EZLN: principio y final
L

a reaparición de los contingentes zapatistas de manera simultánea en varias localidades chiapanecas tuvo, y tendrá, significados, recuerdos y consecuencias diversas. Y, tal como se implica en el tema del presente artículo, dicha presencia queda relacionada con dos administraciones priístas que mucho tienen en común. A una, la de Salinas (88 a 94), la afectó de manera crucial: inició el proceso que de-senmascaró la liviandad, la corrupción y las ilusionadas mentiras con que disfrazó a su régimen. Y la presente de Peña Nieto, porque lo sitúa ante un espejo que puede, también, inducir una serie de ramificaciones incontrolables desde sus primeros pasos. Pero lo que en verdad importa en este preciso momento es la comprometida relación que ambas administraciones tuvieron, y tienen, con el modelo de acelerada acumulación desigual de la riqueza. Este es el punto neurálgico que la aparición de los zapatistas resalta en un primer acercamiento, quizá el totalizador, porque puede marcar, de manera indeleble, lo que suceda de aquí en adelante.

La continuidad del modelo en boga es el rasgo primordial y definitorio del proyecto priísta actual. En ello está comprometido el oficialismo, tal como lo hicieron sus fallidos antecesores panistas, con férreos lazos de complicidades, lealtades y subordinaciones manifiestas. Y de ello deberán dar pormenorizada cuenta ante sus patrocinadores. La fidelidad que muestren en seguir conservando los privilegios de la plutocracia dominante hará posible llevar la fiesta en buenos términos. De las garantías y respetos favorables a la acumulación acelerada de las grandes fortunas dependerá que les sea extendido el más amplio reconocimiento a sus habilidades. Los acuerdos cupulares entre el funcionariado público y los grupos de presión seguirán condicionando los derroteros y hasta las minucias de la política general. Es por este tipo de conjuras capitulares y sesiones de responsabilidades que, en México, ahora como antes, los grandes patrimonios aportan cantidades miserables a la hacienda pública. La Cepal acaba de mostrar tan ridícula como trágica situación. Aquí las enormes fortunas sólo pagan, en impuestos, un 0.18 por ciento del PIB. La media latinoamericana la triplica o hasta cuadruplica y palidece si se compara con lo que aportan los patrimonios de envergadura en los países de la OCDE que, en promedio, superan 2 por ciento de los respectivos PIB. Este es un asunto crucial que no será, por lo que se ha podido entrever en las recientes decisiones en marcha, modificado en su trayectoria. Por el contrario, todo apunta a la agudización de las disparidades fiscales dadas las previstas consecuencias de la reforma laboral recién aprobada. Las penalidades, para una administración incipiente y que tiene serios baches en su legitimidad, serían inmanejables.

Poco importará, para el enorme aparato de convencimiento nacional, lo que acontece en la reciente negociación entre demócratas y republicanos en Estados Unidos. Seguirán difundiendo sus inapelables verdades del único camino inaugurado por la era Reagan-Thatcher. Allá, rompiendo la anterior tendencia de proteger a los grandes capitales, se llegó a un acuerdo que evitará el llamado abismo fiscal (fiscal Cliff). Con el ánimo de asegurar el crecimiento recién iniciado, Barack Obama propuso subir los impuestos a los ricos para aumentar la recaudación y no recortar el gasto público como lo proponían los fundamentalistas del déficit cero. Aquí se sigue protegiendo a los de arriba a costa de todos los demás.

Es por esta lógica de poder ya desencadenada que la aparición inesperada, y la protesta que levantaron con su multitudinaria presencia los zapatistas, viene a cuento. No tanto por este suceso mismo, sino por lo que habla de las interrelaciones que hay entre marginación, pobreza por un lado, y la plutocracia por otro. Hay que entender que no es posible una sin la conservación de los privilegios de los otros. Para que haya megamillonarios es indispensable que millones de miserables penen por ello. En México las enormes fortunas no se han formado, como en otros países centrales, de invenciones o aventuras empresariales ajenas al poder público. Aquí, casi la totalidad (por no decir todas ellas), están directa, umbilicalmente, imbricadas con el poder público protector y cómplice. Los zapatistas, en este respecto, son una pequeña porción del enorme bolsón de pobreza y marginalidad que agobia a la nación. El mérito de este grupo de indígenas es lo que logra, con su protesta. Pone, al descubierto, las inmensas deformaciones sistémicas que plagan la convivencia.

La llamada de atención para una administración que apenas empieza es audible, clara y de peligro. El derrotero que ha empezado a recorrer no es el adecuado para atender los problemas que enfrentan sectores inmensos de la sociedad. La continuidad del modelo vigente simplemente agudizará las diferencias abismales que hoy distinguen al país. Poco cambiará una política de combate a la pobreza cuando el cúmulo enorme del reparto de la riqueza se aleja, con ávida rapidez de la mínima y humana equidad. Tal parece que los de mero arriba forman un clan con tendencias suicidas. La confianza que han depositado en el aparato de convencimiento no los pondrá a salvo de enfrentar, aun en el corto plazo, fenómenos de agudización de las tensiones ya notables en el sistema. El EZLN lo manifiesta no sin cierta y generosa ironía.