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S

e podría concluir el año con los recuentos de pugnas políticas, las matanzas, los huracanes, los precipicios fiscales, el desempleo y el hambre, con las guerras inútiles y obscenas, o sea, con todos los desastres. Pero hay otros sonidos igual o más importantes.

Dos figuras aparecen al pensar en este 2012. No son presidentes ni líderes; no son los más exitosos ni, por mucho, los más nuevos. Son dos maestros que arrojan el pasado hacia el futuro con furia, una furia colectiva que siempre está abajo (para bien y para mal), pero también insisten en poner orden al caos, amar, enfrentar los demonios y, finalmente, invitan a todos a cantar y bailar juntos.

El primero es Bruce Springsteen, expresión de la conciencia estadunidense de abajo, con su reciente disco (el decimoséptimo) que, si se escucha bien y con cuidado, cristaliza el momento contemporáneo como nadie, para los nadie, de los nadie. Tal vez ninguna otra expresión resume tan claramente la gran crisis que se vive en este país. El sonido ya universalmente clásico de su E Street Band se envina con un poco de rap, gospel, electrónica y hasta un tantito de metales estilo mariachi. Es un himno para el 99 por ciento y una mentada de madre para la oligarquía.

We are alive (Estamos vivos), en su último disco, Wrecking Ball, contiene referencias al sudor y las luchas de los trabajadores y los movimientos de derechos civiles desde el siglo XIX, incluyendo el de los inmigrantes mexicanos. “Estamos vivos/y aunque nuestros cuerpos reposan solos aquí en la oscuridad/nuestros espíritus se elevan/para llevar el fuego y encender la chispa/de pararnos hombro a hombro y corazón a corazón./Una voz lloró cuando me mataron en Maryland en 1877/Cuando los ferrocarrileros se levantaron/me mataron en 1963/una mañana de domingo en Birmingham/morí el año pasado cruzando el desierto sureño/Dejando a mis hijos atrás en San Pablo/Bueno, han dejado aquí nuestros cuerpos a pudrirse/Ay, háganles saber/Estamos vivos… Para llevar el fuego y encender la chispa/Para luchar hombro a hombro y corazón a corazón”.

Springsteen es la voz musical más influyente de Estados Unidos, afirma la revista Rolling Stone. Fue por ello que el presidente Barack Obama lo convocó para la recta final de la elección (confesión, así, de que quien tenía mayor autoridad moral y credibilidad entre los trabajadores y la gente común no era el candidato demócrata, sino El Jefe). Y mientras hacía eso, encabezó un teletón nacional por televisión para recaudar fondos para las víctimas del huracán Sandy, que había devastado la costa de su estado natal, Nueva Jersey, y empezó a organizar un megaconcierto con el mismo propósito que se realizó este mes en Nueva York y fue transmitido a todo el mundo. A sus 63 años, Springsteen, a la vez, ofreció algunos de los mejores (y más largos) conciertos de su carrera.

Sus exploraciones musicales lo han llevado por la historia, por la música que él escuchó de joven, descubriendo también héroes como Woody Guthrie y Pete Seeger, trovadores rebeldes de la música folk, o sea, de la gente común. Algunos comentan que su música es una exploración de entrecruces de la vida estadunidense, de placer y redención, de las ilusiones y sus desastres, y la esperanza en todo.

Pero también es un rocanrolero puro, o, como él dice, un pastor de la majestad, el misterio y el ministerio del rocanrol. Muchos recuerdan lo que gritaba en sus conciertos, como pastor rocanrolero, al reunir a su E Street Band en 1999, después de una década en la que se dedicó a crear música en solitario y también con otros, que no les puedo prometer la vida eterna. Pero les puedo prometer vida ahora mismo. (brucespringsteen.net).

Pero todo rocanrolero tiene una deuda con el blues, y el puente entre el blues y el rock está encarnado en Buddy Guy.

Guy acaba de ser galardonado con los Honores del Centro Kennedy, el magno reconocimiento nacional para una carrera artística, que se otorga en un acto ante el presidente en el Centro Kennedy cada año.

Ver ese rostro que contiene todo, desde la tristeza más profunda hasta la burla del diablo, y escuchar a uno de los guitarristas más extraordinarios –Eric Clapton decía que es sin duda y por mucho el mejor guitarrista vivo– tocar la música de la desolación enfrentada y conquistada, por el momento, es estar con una esencia de este país. Una esencia que viene de lo más abajo, de los más oprimidos, de los más atropellados, de lo más deshumanizado, que –a pesar de todo– resucita y dice que no, que la vida rehúsa someterse a los amos, a los intentos por anularla en todos sentidos, y al enfrentarlo de esta manera, al verlo directamente, no sólo es una salvación personal, sino es una invitación a un baile, a un canto colectivo.

Buddy Guy nació en 1936 en una zona rural de Luisiana, en el profundo sur, donde se dice que a los cinco años construyó su primera guitarra con los alambres de una puerta con tela mosquitera. En 1958 se fue a Chicago, donde el blues acústico rural se transformaba en el blues eléctrico industrial urbano. Su ferocidad con el instrumento y como pionero de la distorsión y el feedback con la guitarra eléctrica tendría una influencia enorme sobre el mundo del rock, incluidos Clapton, Jimi Hendrix, los Rolling Stones, Led Zeppelin y más. Entre sus rolas más conocidas (ha ganado seis Grammys) se incluyen Sweet Home Chicago, Mustang Sally, Let me Love you Baby y más. (www.buddyguy.net).

En un concierto de los Stones hace pocos años para la fundación de Bill Clinton (el cual fue filmado por Martin Scorsese, llamado Shine a Light), Guy es invitado al escenario para tocar con la banda. Al final, Keith Richards se quita su guitarra y se la regala a Guy en tributo y agradecimiento por la música que Richards dice está hecha para sentirse desde el cuello para abajo.

Por ahí están algunos de los sonidos que se necesita escuchar para entender, en parte, este fin y principio de año en Estados Unidos.