De eructos, indultos y estultos
n la primera venganza de Lucifer, conocida también como época navideña –algo menos grotesca que la segunda, cuando entre bikinis y bronceadores se intenta conmemorar la pasión y muerte de Cristo–, la alegría por decreto necesariamente tiende a embarullarse, habida cuenta que el júbilo provocado por el nacimiento del afamado mesías se reduce, entre quienes pueden, a compulsivo intercambio de presentes, brindis y comilonas, cuyo costo mayor es la indigestión o el aumento de peso como consecuencia del regocijo obligatorio.
Por lo que se refiere a la fiesta de los toros –brava
ya es nostálgico arcaísmo– y lo que de ella van dejando los taurinos, el espíritu navideño también se hace sentir con mayor o menor fuerza, ya mediante abundantes canastas para los que saben llevar la fiesta en paz, alegres posadas con los leales amigos del sistema taurino que secuestró esta tradición, modestos carteles de trámite y generosas premiaciones, incluido el indulto de reses como excepcionales por parte de quien se ostenta como autoridad, aunque en sus apreciaciones y en los hechos diste de serlo.
El indulto o acto de perdonar el juez de plaza, a petición mayoritaria si no es que unánime del público, la vida de un toro cuya edad, trapío, bravura, estilo y fuerza han sido extraordinarios, exige más, bastante más, que las órdenes de un empresario, los anhelos de un matador por triunfar
sin arriesgarse a fallar en la suerte suprema, el entusiasmo colectivo luego de soportar seis mansos, o la alcahuetería de una autoridad taurina sin apoyo del gobierno capitalino.
Federico Garibay Anaya, el inolvidable cronista y escritor tapatío, enlistaba las características fundamentales a tomar en cuenta para que un toro alcance el honor de salir vivo del ruedo y se dedique a descansar y a cubrir vacas hasta nuevo aviso: Excelencia y lucimiento de su juego; óptimo aprovechamiento de ese juego por parte del espada y petición mayoritaria del público, no del empresario o el ganadero
.
Con relación a su bravura: embestida pronta y repetidora desde la salida; rematar en los burladeros, pelear resueltamente en el caballo a contraquerencia, apoyándose en los cuartos traseros tras haberse arrancado de largo; no dolerse al castigo de la pica ni de las banderillas; rectitud en sus viajes; pelear en los medios, no en las tablas; humillar ante el engaño; no derrotar arriba ni a los lados; seguir el engaño con codicia y nobleza; no desparramar la vista; embestir sin violencia; no frenarse a mitad del viaje ni buscar al torero; no doblar contrario; propiciar la ligazón de la faena en un solo terreno y no recular ni escarbar la arena
. Lo anterior como requisitos indispensables para un indulto a partir de la dignidad y plenitud animal de un toro bravo, no del antojo de algunos.
El sobrero Revolucionario, con 540 kilos, del hierro de Jorge María –propiedad de Miguel Alemán Magnani y Rafael Herrerías, promotores hace dos décadas del nivel de espectáculo taurino en la Plaza México–, fue un toro de regalo lidiado por el joven tlaxcalteca Angelino de Arriaga en la corrida del domingo pasado, y si bien tenía bonitas hechuras no era armonioso, al contrastar notoriamente lo pobre de su cornamenta con el resto de su anatomía. En estricto sentido, le faltó trapío.
En cuanto a su dócil pero no emotivo comportamiento, tanto el juez Jesús Morales, experimentado subalterno en el retiro y con muchos años de ver toros aquí y allá, como el público, el diestro y el flamante ganadero, confundieron la movilidad del toro con bravura. Haber ocasionado un tumbo y recargado en una sola vara, tampoco es en estos tiempos reflejo de instinto de pelea. Si lo hubieran puesto de nuevo al caballo, esa movilidad se habría reducido, evidenciando su escasa bravura. Pero frivolidad y capital matan reivindicaciones.
En cualquier caso, este Revolucionario sin fondo acabó la faena saliendo suelto y volteando contrario, aburrido de tantas florituras a larga distancia de un joven que nomás no se ajusta en las suertes, al grado de que cabe otro toro en el espacio que deja entre ambos. Este prospecto tendrá que entender la diferencia entre pegar pases y estructurar, sin aspavientos y con cabeza, una faena, incluso a un toro pasador con la clase del manso. Lo bueno es que el empresario ya sintió lo que es salir en hombros, después de los toreros que él ha cargado. Algo es algo. Pero ante tanta lambisconería debe decirse que estos indultos son un insulto a la bravura y a la grandeza de la tauromaquia intemporal.