os desastres naturales siempre han inspirado una recreación cinematográfica, sobre todo en estos tiempos tan catastrofistas. En su segundo largometraje después de El orfanato (2007), el director Juan Antonio Bayona ha hecho con Lo imposible un radical cambio de registro y ahora narra una historia real del tsunami que azotó las playas del suroeste de Tailandia en 2004.
Contra las reglas del género de desastres, la película no establece a numerosos personajes para luego seguir su destino en las diferentes consecuencias del tsunami, sino que enfoca a una sola familia inglesa integrada por los padres María y Henry (Naomi Watts, Ewan McGregor) y sus tres niños. No tarda mucho en desatarse la catástrofe. Apenas ha pasado el feliz festejo navideño cuando las gigantescas olas arrasan la costa de ese otrora paradisiaco lugar.
Gracias a la solvencia formal de Bayona, los verosímiles efectos especiales y el diseño de producción del mexicano Eugenio Caballero, la recreación del tsunami es aún más sobrecogedora que en Más allá de la vida (Clint Eastwood, 2010). No sólo se utilizaron los efectos digitales de rigor, sino se construyó un enorme tanque de agua para someter a los actores a una experiencia muy parecida a sobrevivir un diluvio. Debe ser, hasta ahora, el desastre mejor reconstruido en la historia del cine, algo susceptible de hacer babear a mamarrachos como Roland Emmerich.
Los problemas comienzan cuando las aguas se calman. Como podía esperarse, una vez que los desperdigados miembros de la familia tratan de encontrarse –María ha resultado con las peores heridas, el hijo mayor Lucas (Tom Holland) es un niño heroico digno de Spielberg, lleno de iniciativa y arrojo– la película cumple las trilladas convenciones sensibleras de un telefilme, enfatizadas en exceso por las cursis notas de piano y violines debidas a Fernando Velázquez. Hay aquí suficientes apapachos lacrimógenos para satisfacer a un público impresionable, sin una sola reflexión interesante sobre el destino o el azar.
Lo más curioso de Lo imposible es que es una producción totalmente española. Con un presupuesto aproximado de 30 millones de euros –inusitado para el cine español–, la película imita fielmente el modelo del blockbuster gringo a un costo de rebaja para los estándares hollywoodenses. Para mayor asombro, uno descubre que la historia verdadera le ocurrió a una familia española. O sea, fue necesario convertir a los personajes en ingleses para poder ejercer el idioma dominante del cine taquillero. (Gran paradoja: en su país de origen, donde ha sido el mayor éxito del año, se exhibió doblada al español, claro). ¿No pudo haberse filmado en español, con actores incluso reconocidos en Hollywood, por decir algunos, Penélope Cruz y Javier Bardem? ¿O es filmar en inglés, con estrellas anglosajonas, la condición determinante para la mimesis total?
Esa crisis de identidad del cine español de ambiciones internacionales no es nueva. Antes de Bayona, otros colegas como Alejandro Amenábar y Juan Carlos Fresnadillo han seguido la misma estrategia con resultados mixtos. Pareciera que algunos han preferido dejar de combatir al eterno rival y unirse a él: Si no se puede competir con las producciones hollywoodenses, vamos a imitarlas
. No creo que apostar por un cine renegado sea el camino.
Lo imposible (The Impossible) D: Juan Antonio Bayona/ G: Sergio G. Sánchez/ F en C: Óscar Faura/ M: Fernando Velázquez/ Ed: Elena Ruiz, Bernat Vilaplana / Con: Naomi Watts, Ewan McGregor, Tom Holland, Samuel Joslin, Oaklee Pendergast/ P: Apaches Entertainment, Telecinco Cinema, Mediaset España, Canal + España, Generalitat Valenciana. España, 2012.
Twitter: @walyder