Rodolfo Gaona V
ecíamos ayer.
Dejaron matador y apoderado La Península sin dinero, habían pagado los pasajes gracias a los préstamos de algunos amigos y, eso sí, felices por los triunfos que el leonés había alcanzado en aquellas latitudes y con la ilusión de en breve regresar a España.
Gaona vino contratado para una corta temporada por Ramón López, empresario de la plaza México, de su propiedad, la cual iba naufragando por las bueyadas contratadas: Parangueo, Cazadero, Venadero, Guanamé y otras más, ya que las de nombre y prestigio las había adquirido con toda anticipación El Toreo.
Pero, como es sabido, Dios aprieta pero no ahoga. De pronto, los toros de Concha y Sierra y Carreros salieron bravos y toreables, y con los de esta última volvió a surgir el formidable toreo de don Rodolfo y aquella noche y los días siguientes ya no se habló más que aquellos haceres de El Indio Grande. En El Toreo nada sucedió de gran relevancia, ya que Gaona había sufrido una seria cornada en Puebla y se vistió de luces muy resentido.
Y a España volvieron.
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La calumnia
Se fueron, contratado don Rodolfo para su primera temporada formal, para torear 35 corridas, si no a buen dinero por lo menos algo quedaba, pero sucedió que por más bien que estuviera, el público apenas le respondía y que la prensa lo trataba con inusitada dureza, lo que tenía por demás preocupados a Gaona y a Ojitos, que no podían explicarse que era lo que estaba sucediendo.
Un buen amigo de ellos, hombre taurino por excelencia, señor Retana, fue quien le abrió los ojos al de León y, según las propias palabras de Gaona, consignadas en su biografía Mis veinte años de torero, fue aquel quien le abrió los ojos.
Mira, Rodolfo, habrás notado que los públicos y una buena parte de la prensa están de uñas contigo, y supongo que no sabes el motivo y te lo voy a decir: Se dice que durante un banquete en México pisoteaste la bandera española
.
El torero se quedó perplejo ante lo dicho por Retana y le respondió que eso era una mentira y que si en el banquete hubiera estado una bandera española, por fuerza tendrían que haber estado presentes españoles, los que no le hubieran permitido pisotear la bandera de su patria. Todo eso es una calumnia y no sé de dónde provino.
–Yo te creo, pero es necesario que habléis ustedes con la prensa, porque la especie ha ido tomando fuerza y os podéis meter en muy serios problemas
Se reunió con el matador y con Ojitos, y éste logró que en El Heraldo de Madrid se publicara que todo era una falacia, pero el caso es que no todos los españoles creyeron lo escrito y continuaron chiflandole e insultándolo cada vez que pisaba un redondel.
El leonés se dio a investigar quién o quiénes podían ser los causantes de todo aquello y, tras innumerables averiguaciones, que buen tiempo le llevaron, pudo dar con aquellos verdaderos Judas.
Dos malagradecidos.
Quienes contaban aquello eran su picador Agujetas y Algeteño, un sobrino de Ojitos al que Gaona sacaba de banderillero.
Según las propias palabras de Gaona, consignadas en Mis veinte años de torero, sucedió así: “Ojitos, como todos saben, me tenía en un puño, más sujeto que si hubiera sido su hijo, como si todavía fuera un chiquillo. No tenía yo más momento de libertad que cuando andaba por los medios de la plaza, siempre encima de mí. Regañándome por todo, aunque no hubiera motivo. Para Ojitos nada de lo que yo hacía estaba bien. ¿Que después de la corrida llegaban a la casa amigos a felicitarme y se deshacían en elogios por lo que me habían visto hacer en la plaza? Pues ya estaba Ojitos despachándolos con cajas destempladas. No pocas veces me retenía en la recámara, prohibiéndome que fuera a la sala donde estaban las visitas. A la calle no me dejaba salir aunque lo quisiera y cuando podía hacerlo me acompañaba Algeteño, que le daba cuentas de lo que decía, a dónde iba y con quien hablaba. Era como un guardián o un espía. Y yo, naturalmente, tenía ganas de hacer mi voluntad, irme con mis amigos a… cualquier parte.”
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Para no variar.
A punto estuve de escuchar el tercer aviso por excederme (del espacio) así que nos encontraremos en 15 días.
Hasta entonces, pues.
(AAB)