Opinión
Ver día anteriorDomingo 16 de diciembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
¿La Fiesta en Paz?

La penosa tradición de enorgullecerse de ser colonizado

E

nésima masacre en Estados Unidos, luego de que hace un año llegara a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal una carta antitaurina de 273 científicos extranjeros en la que afirmaban, sin bases pero con cinismo, que existe una relación entre la violencia hacia los animales, en especial en las corridas de toros, y la violencia social. Según la sinrazón de esta lógica, un elevado número de ciudadanos, soldados y policías gringos son asistentes asiduos a las corridas dado el alto índice de violencia en su país y en muchos otros, de preferencia proveedores de energéticos y drogas. Desde luego las toneladas de basura por televisión y cine con que Estados Unidos inunda a diario al mundo, no las consideran otra forma de violencia ni estos científicos ni antitaurinos ni animalistas y menos los inefables políticos de todos colores.

En latitudes menos desarrolladas, por ejemplo Ecuador, la fiesta de toros empezó a cobrar interés a fines del siglo XIX; a partir de 1920, con la inauguración en Quito de la Plaza Belmonte, las figuras españolas empezaron a ir al país y desde 1960, hace ya 52 años, lo hacen anualmente a la Plaza Monumental para 15 mil espectadores, donde entre noviembre y diciembre se realizaba la feria taurina de Jesús del Gran Poder, con la participación mayoritaria de diestros europeos y la inclusión de trámite de diestros locales sin rodaje. Rendidos taurinos ecuatorianos alardeaban incluso de que esa feria era la mejor de América, ya que allí se realizan los festejos con mucha seriedad y grandeza, asistiendo las primeras figuras del toreo mundial (España como sinónimo del mundo).

Empero, el tinglado de la fiesta de toros en el resto del continente –Sudamérica taurina para diestros españoles y un francés– empezó a debilitarse con la llegada al poder de presidentes anticolonialistas como Hugo Chávez en Venezuela, y Rafael Correa en Ecuador, quienes hicieron a sus asesores tres sencillas preguntas: ¿Quiénes manejan el negocio taurino? ¿A cuántos ciudadanos beneficia ese manejo? Y la más embarazosa: ¿cuántas figuras de talla internacional tiene nuestro país compitiendo aquí y en el extranjero?

Cuando los citados mandatarios se enteraron de que nunca había habido una sola figura de esas características en Ecuador y que en Venezuela hace cuatro décadas no surgía un torero de la talla de César Girón, en vez de llamar al orden a los entreguistas empresarios y fijar lineamientos precisos al resto de los resignados sectores taurinos como son ganaderos, matadores y subalternos, optaron primero por la indiferencia y luego por utilizar para efectos políticos al movimiento internacional antitaurino, cuya cabeza visible es el dinámico argentino Leonardo Anselmi.

Como en todo crimen, en este caso cultural e identitario, hay que preguntar: ¿quiénes se benefician de que las cosas taurinas de Latinoamérica no cambien? ¿Se invierte con fines extrataurinos? ¿Por qué los sumisos sectores de cada país aceptan que los diestros importados sean la única posibilidad de expresión? ¿Impensable incorporar a toreros latinoamericanos a estándares internacionales de competitividad? Entonces que la tauromaquia siga siendo patrimonio cultural de España y que acá las relaciones asimétricas y las sumisiones centenarias continúen a perpetuidad.

Por lo demás, desde siempre el entramado de la fiesta en Sudamérica acusa una increíble falta de respeto por la vocación torera de esos países, renunciando a la vez a la búsqueda de una identidad tauromáquica y al fomento de una expresión taurina propias que propiciaran mecanismos de hermanamiento e intercambios taurinos internacionales más atractivos. Continuar siendo colonias de España por tiempo indefinido es la realidad que los adinerados promotores criollos vislumbran para sus respectivos países, con el acatamiento de públicos, sectores de la fiesta y gobiernos, sean progresistas o retrógrados pero todos a merced del pensamiento único.

Harto sospechoso resulta además que los prósperos empresarios taurinos latinoamericanos exhiban un eficaz desempeño profesional en el resto de sus florecientes empresas y que con relación a la fiesta de toros sea tan notoria la metamorfosis de sus criterios de utilidad. Por oscuros motivos esa eficacia empresarial desaparece a la hora de promover con inteligencia, sensibilidad histórico-cultural y tres pesos de inversión, la tauromaquia en cada país latinoamericano.

Por un momento imaginemos a los Alemán y a los Bailleres operando sus exitosos negocios con los criterios con que operan sus empresas taurinas. ¡No duraban ni seis meses! Como soñar no cuesta nada, imaginemos ahora que manejasen lo taurino con grandeza de miras, profesionalismo, competitividad, estímulos, promoción, respeto por el toro y rigor de resultados. ¡La fiesta que tendríamos!